Quinto Domingo después de Pentecostés

Mostrando misericordia, volviéndose misericordioso/a

bread and wine on white cloth
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July 10, 2022

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Comentario del San Lucas 10:25-37



El texto del evangelio para el Quinto Domingo después de Pentecostés se refiere a la famosa historia del buen samaritano, ¡un texto que casi se predica a sí mismo! ¿Qué palabras nuestras, realmente, necesitan ser añadidas a las de Jesús? Si existieran algunas, tal vez deberían ser pocas, pronunciadas con la mayor humildad y, como el leccionario sugiere, a la luz de Pentecostés.

“¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?,” primeramente preguntó a Jesús un doctor de la ley de Israel (v. 25). Jesús instó a este experto de la ley a discernir por sí mismo la respuesta correcta de la Torá (v. 26). Uno debe seguir el mandamiento más importante, respondió el intérprete de la ley, el de amar “al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (v. 27a, que es una cita cercana de Dt. 6:5), y añadió un segundo mandamiento, el de amar “a tu prójimo como a ti mismo” (v. 27b, que es una recitación de parte de Lv 19:18). Jesús le respondió que, si guardaba estos mandamientos, “vivirás” (v. 28). Estos dos mandamientos también se combinan en Mateo y Marcos (Mt 22:37-40 y Mc 12:29-31).

Eso suena bastante fácil. Sin embargo, ¿cómo sabe uno que está amando a Dios? Esta es una pregunta que el “abogado” no hizo. Sí preguntó “quién es mi prójimo” (v. 29). Quizás el experto de la ley sabía o intuía que el amor de Dios se puede demostrar amando al prójimo. No se nos dice. Sólo leemos que el motivo de su pregunta era un deseo de justificarse a sí mismo (v. 29).

El doctor de la ley, en otras palabras, quería creer o demostrar que tenía razón. Pero ¿acerca de qué exactamente? El texto nunca nos lo dice específicamente. Tal vez quería probar que su propia comprensión de quién constituye “un prójimo” era correcta. Pero, nuevamente, el texto guarda silencio cuando se trata de lo que él piensa al respecto. Aun así, puede ser que, a la luz del hecho de que Lev 19:18 hace un paralelo entre “prójimo” y “los hijos de tu pueblo,” el experto de la ley pensaba que solo sus compañeros judíos eran propiamente su prójimo. Un punto de vista así podía tener sentido en el contexto del gobierno romano en Judea durante el primer siglo, cuando algunos judíos podían encontrarse con gentiles con cierta frecuencia.

En consecuencia, la parábola de Jesús puede ser escuchada como un desafío a la definición de “prójimo” basada simple y estrictamente en términos de una identidad étnica o nacional compartida. Jesús insinúa que cualquier persona necesitada, con quien cualquiera de nosotros/as puede encontrarse, constituye “mi prójimo.” El samaritano parece saber o intuir este punto, y por eso se preocupa por el judío robado y golpeado que encuentra en el camino a Jericó (vv. 30, 33).

A pesar de este nuevo significado del “prójimo” que Jesús ofrece, tal vez la característica más notable del cuento del buen samaritano sea que ni la parábola ni Jesús mismo responden realmente a la pregunta del experto de la ley sobre “¿quién es mi prójimo?” En cambio, después de contar cómo un sacerdote y un levita dejaron al hombre robado y herido al lado del camino (vv.31-32), mientras que el samaritano sí se detuvo para cuidarlo, Jesús le hizo al experto en la Torá una pregunta relacionada pero diferente a la que había hecho el experto primero. Jesús le preguntó: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?” (v. 36). El doctor de la ley respondió correctamente: “El que usó de misericordia con él” (v. 37).

La pregunta que Jesús le hizo al experto, que es la que nos hace también a quienes leemos el relato de Lucas hoy, debe animarnos a pensar menos en el estatus moral de los demás—si esta u otra persona es “mi prójimo”—y a reflexionar más sobre nuestro propio estatus moral. Si la parábola indica que cualquiera que se encuentre en necesidad es mi prójimo, resulta que esta cuestión constituye la pregunta moral-teológica más relevante para ti y para mí: ¿Soy yo, o seré yo, “prójimo” de tales personas?

¿Y qué significa “ser prójimo”? El texto es claro al respecto: es mostrar misericordia a quienes tienen necesidades. Jesús en este texto privilegia la identidad ético-teológica —la habilidad de vivir con compasión— por encima de cualquier otro tipo de identidad. No es que otros tipos de identidades carezcan de importancia. Por supuesto, importa si uno es sacerdote, levita, judío, samaritano, o cualquier otra cosa. Sin embargo, lo que más importa es si uno es un sacerdote, un levita, un judío, un samaritano, u otro tipo de persona misericordioso/a, si uno es alguien que muestra compasión.

De alguna manera, la historia del samaritano compasivo señala la forma en que vivir la vida cristiana es a la vez notablemente simple e increíblemente difícil. Por un lado, es fácil reconocer que la misericordia es una virtud cristiana clave y que uno debe mostrar misericordia a los demás. El mandato de Jesús “ve y haz tú lo mismo” (v. 37) es una exhortación muy sencilla. Sin embargo, mostrar verdadera compasión a nuestro prójimo en la vida diaria puede resultar difícil.

No es que no sepamos qué es la misericordia. El experto de la ley no preguntó “¿qué es la misericordia?” Cuando oyó hablar de las acciones del samaritano que “fue movido a misericordia” (v. 33), las identificó fácilmente como obras de misericordia. De hecho, la idea de amar al prójimo como a uno mismo es una buena guía para entender qué son los actos de compasión. Casi nadie desea que nos traten dureza, que nuestras necesidades sean ignoradas, o que se nos pase por alto en nuestras horas de necesidad. En cambio, casi todos/as esperamos que los demás nos traten con amabilidad, atiendan a nuestra situación y se detengan a ayudarnos. Esperamos ser tratados/as con compasión.

Quizás la razón por la que nos cuesta actuar misericordiosamente en diferentes momentos es que no somos o aún no hemos llegado a ser personas misericordiosas. Al igual que el doctor de la ley del pasaje, podemos ser hábiles en muchas cosas: música, deportes, negocios, predicación, matemática, espiritualidad, carpintería, programación de computadoras, o algo más, pero (todavía) no somos maestros/as de la misericordia. La verdad es que alguna vez no éramos aún hábiles en aquellas cosas en las que ahora somos buenos, y trabajamos duro para adquirir la destreza que tenemos hoy. De la misma manera, para convertirnos en maestros/as de la misericordia, se requiere práctica: uno aprende haciendo. Uno se vuelve misericordioso al hacer obras misericordiosas. Nuevamente dice Jesús: “ve y haz tú lo mismo.”

¿Y qué tiene que ver todo esto con vivir en los días posteriores a Pentecostés, como sugiere el leccionario? Mucho quizás. Pentecostés, recordemos, fue la entrega del Espíritu Santo a los discípulos de Jesús después de su muerte, resurrección, y ascensión al cielo (Hechos 2). Aunque Jesús está físicamente ausente, la presencia divina permanece entre sus seguidores en forma del Espíritu. El Espíritu nos empodera y guía a quienes somos los/as discípulos/as de Jesús hoy. El Quinto Domingo después de Pentecostés es una ocasión para pedirle al Espíritu que abra nuestros ojos a las circunstancias en las que debamos actuar con misericordia, y que nos capacite para llevar a cabo esas obras de compasión y convertirnos, como el samaritano, en personas misericordiosas, que actúen como un verdadero prójimo para todos/as.