Segundo Domingo después de Pentecostés

Actos insignificantes… recompensa insuperable.

June 26, 2011

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Comentario del San Mateo 10:40-42



Actos insignificantes… recompensa insuperable.

La lección de esta semana (S. Mateo 10.40-42) toma como punto de partida la autoridad suprema del Maestro (S. Mateo 28.18-20) que formuló la base de la predicación de la semana anterior. Por tanto hay unidad de tema, aunque en el narrativo evangelistico trasladamos a los oyentes de la aparición del Jesús Resucitado en el monte de Galilea a la escena de la primera comisión de los discípulos. No obstante esta alteración cronológica, es de suma importancia que el predicador aproveche la oportunidad para cultivar la perspectiva que la misión que realizamos hoy mismo es autorizada y sostenida por Aquel quien tiene suprema autoridad.

Sobre todo el pasaje ante nosotros (S. Mateo 10.40-42) hace hincapié a la simetría del maestro con el discípulo. Por primera vez en el evangelio de Mateo Jesús se identifica a sí mismo como enviado de Dios (en el evangelio según San Juan es común encontrar referencias a Jesús como el envidado de Dios); más adelante en 15.24 Jesús nuevamente se identificará a sí mismo como el enviado. Esta perícopa transfiere la misión de Jesús como el Enviado de Dios a sus discípulos, representantes de la Iglesia Universal.

Notas exigéticas
Antes de profundizarnos en los particulares de la lección, debemos de examinar el contexto literario de nuestra perícopa ya un «texto sin contexto es un pretexto.» Todo estudiante del primer evangelio reconoce que el evangelista organiza su material alrededor de cinco discursos (Mateo 5-7, El Sermón del Monte; 10.1-42, La Comisión de los Doce; 13.1-52, Parábolas del Reino de Dios; 18.1-35, Vida y Disciplina en la comunidad de fe; y 24.1-25.46, La Consumación del Reino de Dios). Muchos ven en esta estructural pentagonal el intento de identificar la comunidad cristiana con la tradición judía y Jesús como otro Moisés. Rodeando esto cinco discursos Mateo organiza la mayoría de la actividad del Encarnado Hijo de Dios.

El segundo discurso preserva para la posteridad la comisión de los doce discípulos (nombrados en 10.2-4) quienes representan la comunidad cristiana (la Iglesia Universal) a través de toda su historia. Primeramente es significante notar la observación que provoca la comisión. En 9.35-38, encontramos al Señor Jesús recorriendo por los derredores de la Palestina antigua (el Israel bíblico) enseñando, predicando y sanando toda enfermedad y dolencia. La necesidad que es presentada es inmensa y el Señor tiene compasión de ellas pues son como pastor sin ovejas. En otras palabras no tienen quien les provee y protege. El Salmo 23 inmediatamente viene a la mente de todo aquel o aquella que medita en esta porción bíblica. El Señor desea que todos reciban enseñanza, predicación, y fuesen sanados de sus enfermedades y dolencias, necesitan un pastor. Por tanto Jesús invoca a sus seguidores que supliquen al Padre para que Él supla obreros-pastores para su rebaño. El discurso del capítulo 10 ofrece la respuesta a la necesidad: los discípulos serán enviados para que enseñen, prediquen y sanen (10.1).

La misión es descrita en términos generales en 10.5-15 e inmediatamente es seguida por un cuadro que describe la misión en práctica. Los discípulos son como ovejas entre lobos, serán azotados. Pero serán fieles y darán testimonio de Jesús pues no son ellos los que hablan, sino que el Espíritu del Padre habla en ellos. Serán aborrecidos y perseguidos, tal como su Maestro pues «El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su señor (10.24). Esta última declaración insinúa la igualdad entre los discípulos y el Señor Jesús, cual es un punto significante para la lección de este domingo. Esta asociación con el Maestro implica que si maltrataron al Maestro entonces el siervo no ha de esperar mejor tratamiento. Sin embargo esta equivalencia contiene una poderosa y maravillosa promesa que ha de mantener el discípulo en su camino. Jesús promete que en el cielo (ante el Padre) Él confesará el nombre de todo discípulo que le confiesa en la tierra.

Concluida esta descripción del desafío y la oposición que están por delante, Jesús pronuncia la bendición ante nosotros. En un mundo hostil, pues se oponen a la misión de Dios en Cristo Jesús, aquellos quienes reconocen la función del hombre y la mujer como profetas, esto es, como portavoces del mensaje de Dios a la humanidad («porque es un profeta») recibe a Jesús, y por extensión, a Dios mismo. Aquí el término profeta es utilizado, como en la mayoría de los casos en la biblia, como una persona que viene con un mensaje de parte de Dios a la humanidad, como un agente en el servicio de Dios. Más Jesús expande el ámbito de referencia con el uso de la expresión «todo justo» e incluye a todo hombre y mujer que confiesa a Jesús como su Señor y Salvador. Esta imagen eleva la función de todo discípulo quien toma en serio esta comisión y anuncia la buenas nuevas de salvación. El apóstol Pablo se apodera de esta imagen y la describe al mensajero como un embajador quien representa a Dios en el mundo y a través de quien Dios ruega a la humanidad que se reconcilien con Él (2 Cor 5). La recompensa de aquel que reconoce al profeta-justo es idéntica la recompensa del mismo profeta-justo.

La expansión del ámbito de referencia continúa con unas palabras que reducen las actividades a lo mínimo. «Uno de estos pequeños» dirige la atención del lector no los grandes de la fe (los once enumerados arriba en 10.2-4, excluyendo a Judas Iscariote) sino al más «insignificante» discípulo ya que en la comunidad de fe no hay rangos así como el mundo reconoce. El mayor servirá al menor, y el que quiera ser grande será servidor de todos. La triste realidad es que aun en la comunidad cristiana hacemos distinciones basadas en la grandeza, o la pequeñez, de la sierva o siervo de Dios. Reconocemos y hasta elogiamos aquellas personas que ilustremente cargan sus títulos (Reverendos, Doctores, Obispos, etc.) para que todos observen sus logros (aunque es el Espíritu de Dios quien habla por nosotros), mientras ignoramos aquellos siervos y siervas sin títulos eclesiásticos. El reducimiento a lo mínimo ahora señala la actividad más insignificante, ofrecer-dar un vaso de agua fría. No es un elaborado banquete, o un reconocimiento que involucra presentación pública, sino una sencilla actividad que alivia la más básica de todas las necesidades de la vida–saciar la sed. De repente la tendencia a reducir a lo mínimo cambia hacia el polo opuesto. La recompensa jamás pierde su valor, dura una eternidad.

Notas homiléticas
Durante las últimas tres semanas las lecciones dominicales han enfatizado la misión de la Iglesia. En Juan 17.1-11 Jesús ora por sus discípulos pidiéndole al Padre que les capacite para la misión uniéndoles así como Jesús y el Padre son uno. En Juan 20.19-23 los discípulos reciben el poder del Espíritu Santo para llevar a cabo la misión que reciben de Jesús. La base fundamental y esencial para todo es la autoridad suprema que Jesús, como Hijo de Dios tiene (S. Mateo 28.18-20). Teniendo toda autoridad implica poderosamente que Jesús es más que suficiente para cuidar y capacitar a sus mensajeros, por tanto los envía a ir por todo el mundo. Ahora el predicador tiene la oportunidad de elevar la función del siervo de Dios, enfatizando la necesidad de anunciar las buenas de salvación y la singularidad de aquellos que son específicamente llamados a ser obreros de Dios. A la mismo vez, el pasaje eleva la función de aquellos que apoyan a los mensajeros de Dios aun en la manera más mínima. No hay duda alguna que la misión encargada a algunos (pastores y otros líderes cristianos) sería imposible realizar sin el apoyo y sostén de aquellos hombres y mujeres que fielmente oran por ellos, le ayudan con sus recursos económicos y hasta le ofrecen una copa de agua fría. Verdaderamente que la obra cristiana es una obra de equipo; nadie puede realizar su parte a menos que reconozca que necesita al resto del equipo.

Como pastor-predicador, esta es una excelente oportunidad para que usted reconozca el valor de aquellos entre su grey que, en secreto oran por su ministerio, por la efectividad de su liderazgo, por su empatía como consejero, el poder de su predicación, y su fidelidad al Señor Jesús. Con lágrimas de regocijo me acuerdo las muchas veces que uno de «aquellos pequeños» de la congregación donde servía me informaban que de madrugada oraban por mi ministerio entre ellos. En particular me acuerdo del domingo que llegué a la iglesia, cansado y sin energías para ministrar al pueblo de Dios, y me saludó una santa del Señor y me informó que a las 5 de la mañana estaba ella de rodillas intercediendo por el mensaje y mensajero del día. De inmediato eche a un lado el cansancio y la autocompasión, y con la seguridad que Dios estaba conmigo, tomé energías para predicar. Desde entonces, jamás he permitido que el desánimo y el cansancio me quiten el gozo de servir a Dios. Entre su grey, hay muchos que interceden por usted porque usted es profeta de Dios.