Cuarto domingo después de Pentecostés

El silencio y la buena voluntad de Dios

waves crashing on rock
A great windstorm arose, and the waves beat into the boat. - Mark 4:37
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June 20, 2021

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Comentario del San Marcos 4:35-41



La película La tormenta perfecta (2000), basada sobre la novela homónima de Sebastian Junger, recrea la tragedia vivida por el pesquero “Andrea Gail” en el Flemish Cap en la década de los 90. Fue un gran éxito de taquilla que llegó al corazón de los/as espectadores/as mostrando a unos pescadores enfrentados a una terrible tormenta, a la que solo sobrevivió uno de ellos.

En el cuarto domingo después de Pentecostés también nos encontramos al final del capítulo 4 de Marcos en medio de una tormenta. Jesús y sus discípulos ponen rumbo “al otro lado” del lago de Genesaret, a tierra de gentiles, y en medio de la noche les sorprende la violencia del viento y de las olas. Una vez más, escuchamos la gran pregunta que sobrevuela todo el evangelio de Marcos acerca de la identidad de Jesús: “¿Quién es éste?” (v. 41). En este caso, será la naturaleza convulsa quien dé respuesta a este interrogante, cuando el viento recio y el oleaje del lago obedezcan a la voz de Jesús como si fueran dos seres vivos, calmándose (v. 39).

En marcado contraste con la importante afirmación cristológica sobre la identidad de Jesús, encontraremos el duro reproche que Jesús dirige a sus discípulos, acusándoles de cobardía y de incredulidad (v. 40). Es interesante encontrar este mismo binomio en otros lugares del Nuevo Testamento, como en Apocalipsis 21:8 (donde los cobardes aparecen junto a los incrédulos); 2 Timoteo 1:7; Juan 14:1.

Tras el ciclo de parábolas, el relato de Marcos 4:35-41 abre un ciclo de milagros, que no son sino las señales que autentifican las palabras de Jesús y su misión en favor de la humanidad. En el evangelio de Marcos, las narraciones de milagros ocupan el 47% de los versículos hasta que llegamos al relato de la Pasión, lo cual nos indica la importancia de dichas señales.

Este milagro está influido, con toda probabilidad, por el primer capítulo del libro de Jonás. Recordemos algunos puntos de contacto:

  • En medio de una terrible tempestad que pone en peligro la vida de los pasajeros del barco, Jonás duerme (Jon 1:5);
  • Los marineros le despiertan pidiéndole que ore a su Dios suplicando su ayuda (Jon 1:6); y
  • Una vez que Jonás es lanzado al mar, llega la calma (Jon 1:15).

Conviene señalar la importancia teológica del mar, símbolo del caos y de los peligros que acechan a la vida humana. En tiempos de Jesús, las creencias populares hablaban de los espíritus malignos del agua y del viento, tal y como leemos en 1 Henoc. No es de extrañar, por tanto, que, debido a la tormenta que se ha desatado en medio de la oscuridad, los discípulos teman por su vida.

En la tradición bíblica, solo Dios puede dominar los elementos (cf. Jonás 1 y varios salmos, como Sal 74:13s; 107:28s). Por lo tanto, si las palabras de Jesús consiguen calmar las aguas, solo pueda significar una cosa: este hombre actúa con el poder de Dios. Pero sus acompañantes parecen todavía más aterrorizados, si cabe.

Como apuntábamos arriba, en acusado contraste, Jesús reprocha a los suyos su cobardía y su incredulidad. A pesar de formar parte del círculo íntimo de Jesús, los discípulos todavía no alcanzan a comprender. Su miedo y la pregunta que cierra el capítulo (v. 41) demuestran que no entienden quién es, en realidad, su maestro.

La dureza de las palabras de Jesús no se explica únicamente por la falta de confianza, ya que los discípulos no parecen dudar del poder de Jesús; de hecho, en medio de la necesidad actúan correctamente acudiendo a él. El verdadero problema es que dudan de su buena voluntad, de su amor hacia ellos: “¡Maestro!, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (v. 38).

Algunas posibilidades abiertas por nuestro texto para el desarrollo homilético son las dos siguientes:

En primer lugar, el milagro de la tempestad calmada anuncia que la lucha contra las fuerzas del mal es innegable e imparable. Pero en ocasiones nos encontramos con un Dios silente, como reconocía el teólogo J. Moltmann:

En julio de 1943, atrapado bajo una lluvia de bombas, presencié la destrucción de Hamburgo, mi ciudad natal. En esa tormenta de fuego murieron 80.000 personas. Como por obra de un milagro, sobreviví, pero hasta hoy no he sabido por qué no fallecí con mis compañeros. Mi pregunta en ese infierno no fue “¿Por qué permite Dios que ocurra esto?,” sino: “Dios mío, ¿dónde estás?” ¿Dónde está Dios? ¿Está lejos de nosotros, ausente, guarecido en su cielo? ¿O es un sufriente entre los sufrientes? ¿Participa en nuestro sufrimiento? ¿Le parten el corazón nuestros dolores?1

¿Podemos identificar cuáles son esas “tormentas” en las que podemos experimentar el silencio de Dios? ¿Cómo descubrir a Dios en ellas?

En segundo lugar, el mensaje para la iglesia que atraviesa todos los tiempos es: “No temáis.” El miedo puede conducirnos a dudar del amor entregado de Jesús, como también puede hacerlo la enfermedad, la pobreza o la pérdida de seres queridos. Como afirmaba C. S. Lewis en Una pena en observación tras la muerte de su esposa:

No es que yo corra demasiado peligro de dejar de creer en Dios, o por lo menos no me lo parece. El verdadero peligro está en empezar a pensar tan horriblemente mal de Él. La conclusión a que temo llegar no es la de: “Así que no hay Dios, a fin de cuentas,” sino la de: “De manera que así es como era Dios en realidad. No te sigas engañando.”2

¿Podemos  identificar esas experiencias vitales que nos pueden conducir a dudar de la buena voluntad de Dios? ¿Cómo y dónde encontrar Su cuidado y amor?


Notas

  1. J. Moltmann, Cristo para nosotros hoy (Madrid: Trotta, 1997), 31.
  2. C. S. Lewis, Una pena en observación (Madrid: Rialp,1998), 13.