Tercer domingo después de Pentecostés

Una nueva familia, al estilo de Jesús

Snake in dimly lit foliage
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June 9, 2024

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Comentario del San Marcos 3:20-35



¿Quién es Jesús? ¿De dónde proviene su autoridad? ¿A qué familia pertenece y con quiénes se identifica? Estas son algunos de los interrogantes que aborda Marcos 3:20–35, el Evangelio de esta semana. El relato comienza con Jesús en su casa, recién llegado de un viaje por Galilea, donde ha proclamado la buena nueva de Dios (1:14–15). Jesús se ha dedicado a enseñar, sanar, expulsar demonios y llamar discípulos, quienes son designados como los “doce” para “que estuvieran con él, para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios” (3:14–15).

Marcos 3:20–35 presenta una estructura clara y a la vez intrigante. En los extremos (vv. 20–21 y 31–35) encontramos a la multitud y la familia de Jesús. En el centro, ocupando los versículos 22–30, se desarrolla un debate entre Jesús y los escribas de Jerusalén. Ambos grupos presumen algo sobre Jesús basándose en lo que han oído, en los informes que han recibido. La familia de Jesús, “los suyos,” han escuchado noticias que les hacen creer que Jesús “está fuera de sí.” Intentan hacerse cargo de él, tomar control sobre él. Por su parte, los escribas afirman que Jesús expulsa demonios porque él mismo está poseído y actúa bajo el auspicio del “príncipe de los demonios” (v. 22), siendo controlado por un “espíritu inmundo” (v. 30). En los versículos siguientes, Jesús primero refuta la acusación de los escribas (vv. 23–30) y luego aborda el tema de su familia (vv. 31–35).

En la escena que nos presenta el narrador, encontramos a Jesús rodeado de la multitud, el pueblo que lo ha seguido y escuchado, asombrado por la autoridad con la que enseña (1:22) y libera a los endemoniados. La multitud es el pueblo necesitado de sanación y liberación, el pueblo que ha respondido al anuncio de la buena nueva del Reino de Dios. La familia de Jesús no está presente en la casa; está de camino (v. 21) y, al llegar, permanece afuera—la madre y los hermanos de Jesús—y lo mandan a llamar (v. 31).

A la casa llegan también los escribas de Jerusalén, a quienes Jesús ha convocado para refutar sus falsas acusaciones (v. 23). Jesús les responde con parábolas. Una casa o un reino divididos no pueden subsistir, por lo que no tendría sentido que Jesús expulsara demonios con el poder del príncipe de los demonios. Más bien, Jesús es el hombre fuerte que irrumpe en la casa de Satanás, para atarlo y saquear su morada—es decir, liberar a sus cautivos (v. 27). Jesús se identifica como quien tiene poder para atar a Satanás, no como aquel que actúa con el poder de Satanás. La acusación de los escribas, por lo tanto, es una blasfemia contra Dios mismo, quien ha enviado a Jesús.

Concluyendo estas palabras, el relato vuelve inmediatamente a la familia de Jesús, su madre y hermanos, quienes han llegado y están afuera de la casa. Mandan a llamar a Jesús y esperan que salga a atenderlos. Mientras tanto, la multitud y sus discípulos están dentro de la casa con Jesús. El llamado de su familia ubica a Jesús entre dos grupos, su familia de origen que, interesantemente, permanece fuera de la casa, y la multitud venida de las aldeas y veredas, que se encuentra dentro de la casa.

En el contexto de la cultura mediterránea del siglo I, los lazos familiares y las redes de parentesco definían la identidad y el lugar de una persona en la sociedad. Jesús, como cualquier hombre de su época, estaba arraigado en su familia y era conocido y reconocido por su relación con ella (ver Marcos 6:3). Sin embargo, esa familia de Jesús, su familia de origen y su red de parentesco, está dividida contra él. No puede permanecer en ella si hay fuerzas en su contra y en contra del ministerio que desarrolla.

La respuesta de Jesús empieza con una pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” (v. 33). Casi podemos imaginar a Jesús haciéndose esta pregunta. ¿Quiénes constituyen mi verdadero grupo de referencia? ¿Dónde y con quiénes me identifico? ¿Cuál es mi familia y hogar? Antes de seguir, Jesús mira a quienes están sentados a su alrededor (v. 34). En ellos y con ellos y ellas encuentra su familia: “Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (vv. 34–35). Jesús anuncia una familia “sustituta,” definida por un solo criterio de pertenencia: madre, hermanos y hermanas de Jesús son quienes hacen la voluntad de Dios (nótese que esta nueva familia incluye a las hermanas, hasta ahora ausentes).

No se trata, sin embargo, de la sustitución de una familia por otra, de unas personas por otras. El mensaje de Jesús implica una reconfiguración radical de las relaciones sociales y culturales normativas en su contexto. Jesús no busca una familia que le traiga honor y prestigio. Se identifica más bien con quienes son marginados/as de sus propias familias y hogares: las personas endemoniadas excluidas de sus familias, las personas excluidas de la sociedad por su pobreza, género o etnia, las excluidas de la religión por su enfermedad o impureza. Jesús hace familia con quienes han dejado todo para seguirlo (1:16–18), en contraste con su familia de origen que busca que Jesús abandone todo para seguirlos a ellos. Todo ello apunta a la construcción de un nuevo “hogar,” un hogar con puertas abiertas para quienes se adhieren al propósito común: hacer la voluntad de Dios. Al desafiar las normas sociales y culturales en favor de las del Reino de Dios, Jesús abre nuevas posibilidades de pertenencia y participación en la familia de Dios. De la misma manera, se nos invita a ser hogar para quienes han sido excluidos/as y rechazados/as por la iglesia y la sociedad hoy en día. Jesús nos desafía a vivir relaciones que confronten todo lo que interfiere en la proclamación y la presencia de la buena nueva entre quienes la buscan y la necesitan.