Segundo Domingo después de Pentecostés

¿Quién es Jesús para mí?

Three friends
"Whoever does the will of God is my brother and sister and mother." - Mark 3:35
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June 6, 2021

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Comentario del San Marcos 3:20-35



“Y tú, ¿de quién eres?” Esta es una pregunta que todavía escuchamos en los pueblos de España, y muy posiblemente habrá preguntas similares en otros lugares del mundo. Cuando conocemos por primera vez a alguien, necesitamos situar a la persona en una ciudad concreta, en un círculo familiar conocido, porque así creemos entenderla mejor. Esa misma preocupación está en el fondo del texto del evangelio de hoy, donde escuchamos diferentes opiniones sobre quién es Jesús. ¿Es acaso un lunático, como cree su familia? ¿Es un poseído, como afirman sus enemigos llegados de Jerusalén? ¿Es quien trae el Reino de Dios movido por el Espíritu, como insinúa Jesús de sí mismo?

Los reproches demuestran la falta de comprensión de quienes le rodean. Y es que el evangelio de Marcos está muy interesado en explicar las diferentes reacciones que suscitaba Jesús, tal y como leemos en Mc 3:20-35 (por cierto, la lectura de este segundo domingo de Pentecostés es solo una de las muchas veces en que, siguiendo el leccionario, leeremos acerca de estas reacciones durante el mes de junio).

Conviene empezar aclarando las dos cuestiones que han dado muchos quebraderos de cabeza a la interpretación bíblica a lo largo de la historia. En ambos casos sobrevuela la misma pregunta: ¿quién es Jesús en realidad?

  1. El “hombre fuerte” (v. 27). Se trata de una comparación en línea con las parábolas de Jesús, en la que los bienes robados al hombre fuerte son aquellas personas que Jesús ha arrebatado de la enfermedad y del poder de los demonios. Simboliza, por tanto, una buena noticia: a través de las actuaciones liberadoras de Jesús está irrumpiendo el Reino de Dios definitivamente.
  2. La blasfemia contra el Espíritu Santo (v. 29). Establece una relación de contraste con los versículos anteriores, con la mirada puesta en el juicio escatológico. El judaísmo se preguntaba por los pecados imperdonables, entre los que se contaban: negar la resurrección de los muertos, negar el origen divino de la Torá, etc. La casuística era larga. En Marcos, sin embargo, Jesús advierte con esas palabras a quienes le están acusando de ser portador del espíritu demoníaco de lo que les aguarda en el juicio futuro (léase en clave apocalíptica); no es un blasfemo, ni un endemoniado, sino el portador del Espíritu de Dios.

Volviendo al inicio de esta lectura de Marcos, es interesante leer cómo el narrador apunta, una vez más, el éxito imparable de la predicación de Jesús en Galilea (v. 20a). Sin embargo, la sombra de la sospecha y del conflicto comienza a cernirse sobre él; la ruptura definitiva con sus parientes y con los representantes del judaísmo está cada vez más cerca. Su propia familia cree que se ha vuelto loco (v. 21), mientras que los maestros de la Ley atribuyen su actuación nada menos que a Beelzebú (posiblemente un demonio que formaba parte de las creencias populares galileas) y al “príncipe de los demonios,” que el evangelio identifica con Satán (v. 22).

En Marcos leemos la respuesta a esta segunda acusación inmediatamente a continuación, pero se nos mantiene en vilo hasta el final del capítulo para descubrir la respuesta reservada a sus parientes. Jesús responde al ataque directo de sus enemigos más poderosos, los escribas llegados de Jerusalén, llevando su acusación al absurdo (vv. 23-26).

En cuanto a los versículos finales (vv. 31-35), Jesús rechaza las pretensiones de sus parientes de sangre y señala una nueva familia que se constituye en torno a él, es decir, a los/as discípulos/as que estaban reunidos/as en la casa. A pesar de la incomprensión de sus familiares más cercanos y de las duras acusaciones de los representantes religiosos, el movimiento de Jesús sigue creciendo, sumando a quienes ponen en el centro de sus vidas la obediencia a la voluntad de Dios (v. 35).

El texto del leccionario nos permite orientar el desarrollo homilético en, al menos, las siguientes tres direcciones:

En primer lugar, la humanidad toda, y la Iglesia en particular, debe seguir respondiendo a la retadora pregunta del evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús para ti/usted? ¿Quién es Jesús para el pueblo de Dios? Las respuestas de Marcos recuerdan el trilema atribuido al famoso escritor anglicano C.S. Lewis (el Lewis Triumvirate):  1) o bien Jesús era un lunático (no era Dios, pero él creía que lo era, tal y como pensaba su familia en Marcos), 2) o bien era un mentiroso (Jesús sabía que no era Dios), 3) o bien era, efectivamente, el Señor (Jesús es Dios).1

En la apologética cristiana posterior se han añadido otras dos posibilidades: 4) es un mito (Jesús nunca se consideró Dios; es una invención posterior del cristianismo); 5) Jesús fue un incomprendido.2

En segundo lugar, la lectura de Marcos nos propone un reto como iglesia, en el que nos jugamos el seguimiento del Maestro: seguir adelante con la acción liberadora que Jesús realizó entre los hombres y las mujeres de su tiempo. Nadie como él conoció la angustia de los pobres, el sufrimiento de los enfermos, el abandono de los expulsados por el sistema religioso, la desesperanza de los marginados de la sociedad. Ahora es nuestro turno, en el aquí y ahora de nuestro mundo. Necesitamos analizar con ojos críticos nuestra sociedad para identificar a los actuales oprimidos por el mal (cf. Hch 10:38), porque estamos llamados a ofrecerles la buena noticia de la salvación y del reino de Dios, que trae sanidad al enfermo, alegría a los desfavorecidos y esperanza ante el umbral de la muerte.

En tercer lugar, ¿podemos actualizar de algún modo las duras palabras de Jesús sobre “la blasfemia contra el Espíritu Santo”? En el ejercicio de su libertad, todo ser humano puede pecar contra Dios, lo que significa pasar por esta vida haciendo daño a nuestros semejantes (y a nuestro entorno natural) y a uno/a mismo/a. La cuestión que plantea el “pecado contra el Espíritu Santo” no es otra que es el eterno dilema que Dios plantea a toda persona desde el origen mismo en Génesis 3: lo imperdonable, lo que no tiene vuelta atrás, es el rechazo voluntario y consciente de la voluntad de Dios. ¿Diremos a Dios: “Hágase tu voluntad,” o le diremos: “hágase mi voluntad”? ¿Estaremos dispuestos a vivir bajo la soberanía del Espíritu de Dios, que no es otro que el Espíritu que guió a Jesús? ¿O preferiremos vivir de espaldas a Él y entender la vida desde nosotros/as mismos/as? ¿Qué valores guiarán nuestro modo de entender las relaciones familiares, de amistad, laborales…? ¿Qué valores orientarán nuestra relación con el entorno natural?


Notas:

  1. Véase C. S. Lewis, Mero cristianismo (Madrid: Rialp, 2009).
  2. Véase Kreeft y Tacelli, Handbook of Christian Apologetics (Downers Grove: InterVarsity, 1994), 161-174.