Cuarto Domingo de Pascua

En este tiempo de Pascua, en el que celebramos la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte, la liturgia nos invita a profundizar no sólo sobre el fabuloso evento de la resurrección, sino también sobre lo que dicho evento nos revela acerca de la persona misma de Jesús.

John 10:27
"My sheep hear my voice. I know them, and they follow me." Photo by Pawel Czerwinski on Unsplash; licensed under CC0.

May 12, 2019

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Comentario del San Juan 10:22-30



En este tiempo de Pascua, en el que celebramos la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte, la liturgia nos invita a profundizar no sólo sobre el fabuloso evento de la resurrección, sino también sobre lo que dicho evento nos revela acerca de la persona misma de Jesús.

¿Quién es aquel que se levanta de entre los muertos, no sólo para vivir por siempre, sino para dar vida a quienes ponen su fe en él? ¿En quién creemos cuando confesamos que creemos en Jesús?

Los cuatro evangelios se dedican a desarrollar cada uno una respuesta original a esta pregunta. No basta con decir que Jesús es el Cristo, o llamarlo sucintamente “Jesucristo.” ¿Qué queremos decir con ello? ¿Por qué poner nuestra fe en él?

Hoy San Juan nos presenta a Jesús caminando por el templo de Jerusalén y siendo acosado por las autoridades religiosas1 de su gente. Se le implora que responda abiertamente si es o no es el Mesías esperado por Israel. Los niños suelen hacer preguntas y esperar respuestas sencillas, sin matices, calificativos o consideraciones. ¿Es o no es? ¿Sí o no? Las autoridades quisieran zanjar o resolver el caso, obtener una etiqueta quizás para saber cómo acusarlo; no desean realmente entender mejor la misión de Jesús. Pero Jesús no responde de la manera intimada; no se deja acorralar. La respuesta de Jesús hace reflexionar más que satisfacer la curiosidad.

Jesús se presenta como el buen pastor que cuida de sus ovejas. Es una manera figurada y particular de entender su rol mesiánico. Así como David era un humilde pastor que cuidaba las ovejas de su padre Jesé antes de ser rey de Israel (1 Samuel 16:10-13), Jesús cuida las ovejas que su padre le ha confiado, es decir, los/as creyentes. Así como Jesús habla de Dios como su padre, también David, una vez ungido rey por Samuel, es considerado por Dios como un hijo, al que David debe obedecer e invocar:

Hallé a David mi siervo; lo ungí con mi santa unción.

Mi mano estará siempre con él; mi brazo también lo fortalecerá.

Él clamará a mí, diciendo: ‘Mi padre eres tú, mi Dios, y la roca de mi salvación.’

Yo también lo pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra.”

(Salmo 89:21-22, 26-27)

 

Sin embargo, una vez ungido rey de Israel, David no siempre cuidó bien de las ovejas que su padre Dios le confiaba. Una vez, David envió su fiel guerrero Urías a una muerte segura, para quedarse con su mujer Betsabé (2 Samuel 11). El profeta Natán se lo reprocha de parte de Dios utilizando la imagen de un hombre rico que, teniendo muchísimas ovejas, roba la ovejita de un pobre para servirla de comida a sus invitados (2 Samuel 12). David falló, pues, en su rol de Mesías (Ungido), rey-pastor del rebaño de Israel, a pesar de ser considerado hijo de Dios.

El pecado de David no anula la promesa de Dios, quien por boca del profeta Natán había anunciado ya el surgimiento de un legítimo heredero, que sería considerado asimismo hijo de Dios y pastor de Israel:

Y cuando tus días se hayan cumplido y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará una casa para mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo seré padre para él, y él será hijo para mí.

(2 Samuel 7:12-14a).

 

Queda claro pues que para San Juan, Jesús, caminando por el pórtico de Salomón su antepasado, es el rey-pastor que Dios suscita para guiar a su pueblo Israel y darle vida. Sin embargo, las autoridades judías no creen en Jesús, no oyen su voz, no lo reconocen y no lo siguen. Por ello, Jesús concluye que no son de sus ovejas. Jesús no es un ladrón de rebaño que fuerza ovejas a seguirlo a donde no quieran ir. Todo aquel o aquella, judío o no, que sigue a Jesús, lo hace libremente y porque reconoce la voz de Dios padre cuando su hijo habla. De tal padre, tal hijo. Y el hijo fiel da a conocer a su padre. Si nosotros/as seguimos a Jesús, no es simplemente porque lleve el título de Cristo, Mesías, o Hijo de Dios. Un título no nutre ni da vida. David también disponía de dicho título. Si nosotros/as seguimos a Jesús, es porque reconocemos en sus palabras la voz de nuestro padre celestial, es porque saboreamos ya la vida que nos procura y porque confiamos en que no nos defraudará, ni tampoco nos abandonará. Tenemos fe en él.

David arrebató las vidas de Urías y de Betsabé, sus ovejas, para aprovecharse. Jesús dio su vida – la única que tenía – por nosotros/as, sus ovejas, sacrificándose. David debía comportarse cual hijo de Dios, a imagen de Dios, dando a conocer a su padre del cielo, pero en vez de ello demostró que una cosa era el padre y otra cosa era el hijo. Jesús actuó y habló de tal manera que quien lo veía, veía al padre obrar, y quien lo escuchaba, oía a Dios hablar (Juan 14:8-11). El hijo revelaba por fin plenamente al padre, de manera que ya no eran dos cosas (una David el hijo, otra Dios su padre), sino que en Jesús eran una misma voz y mano tendidas para nuestra salvación: “El Padre y yo uno somos” (v. 30).

En este tiempo de Pascua, la liturgia nos invita a considerar con San Juan que Dios ha cumplido su promesa a David y a su pueblo Israel, afirmando el reino de su hijo Jesús por siempre, estableciéndolo a su derecha en los cielos cual rey y pastor, y haciendo de él un nuevo templo espiritual levantado para el encuentro de toda persona creyente que en la voz de Jesús reconozca la voz de Dios.


Nota:

1. A pesar de que se lea que a Jesús lo rodearon “los judíos,” esa denominación en el evangelio de Juan no siempre implica a todo Israel. A veces se trata de los habitantes de la región de Judea solamente (Juan 7:1); otras veces designa a las autoridades religiosas (fariseos, sacerdotes, Sanedrín) a cargo del templo, como aquí. Jesús era judío y sus primeros discípulos también. Había, pues, judíos que creían en Jesús (Juan 8:31-32; 12:10-11). Se debe tener mucho cuidado en no generalizar.