Cuarto Domingo de Pascua

Acciones e identidad

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May 8, 2022

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Comentario del San Juan 10:22-30



El texto de Juan para el cuarto domingo de Pascua, especialmente en sus líneas iniciales, contiene ricas alusiones a los acontecimientos, personas, lugares e instituciones del antiguo Israel. Juntos le dan al pasaje casi la sensación de una parábola, invitando a la exploración exegética y homilética de cualquier combinación de imágenes. Sin embargo, al igual que los judíos que hablan con Jesús, quienes leemos el pasaje hoy desearíamos que Jesús nos dijera claramente quién es. ¿Es el Mesías (Cristo) o no? (v. 24). Y si lo es, ¿qué clase de Mesías es? En el Antiguo Testamento, se reconocían típicamente dos figuras como “Mesías,” como personas ungidas para el servicio de Dios: el rey y el sumo sacerdote. ¿Cuál iba a ser Jesús, un Mesías real o sacerdotal? ¿O tal vez ambos? ¿O algo más? ¿Cómo podemos saber?

El desfile de alusiones en el pasaje al pasado cultural de Israel comienza cuando leemos que el evento que describe ocurrió durante la Fiesta de la Dedicación (v. 22). Era Janucá, la fiesta de ocho días que conmemora y celebra la nueva dedicación del templo y su altar en 164 a. C., después de haber sido profanado por el infame Antíoco IV Epífanes. Antíoco fue el gobernante del imperio seléucida, con sede en Siria, que surgió como uno de los reinos sucesores del enorme imperio de Alejandro Magno. Según 1 Macabeos, Antíoco, en su arrogancia, proscribió la práctica del judaísmo, prohibió la observancia de la Torá y castigó brutalmente a quienes persistían en su religión. Sin embargo, cierto Matatías se resistió. Y cuando fue asesinado, sus hijos, el más famoso de los cuales fue Judas, apodado el Martillo (o Macabeo, probablemente derivado de un término arameo), continuaron la lucha contra el dominio seléucida. También conocemos a los macabeos por el hecho de que fundaron la dinastía real “Hasmonea,” un nombre basado en su apellido. Para el 141 a. C., los asmoneos, bajo Simón, hermano de Judas e hijo de Matatías, lograron para los judíos una independencia esencialmente total de los poderes imperiales circundantes. Hacia el 152 a. C., otro hijo de Matatías, Jonatán, también reclamó el sumo sacerdocio para la familia Hasmonea.

Los macabeos, cuyas hazañas seguramente fueron recordadas durante la fiesta de la Dedicación de la que habla el v. 22, en consecuencia, pueden haber constituido un símbolo ambiguo para algunos judíos. Llevaron a sus compatriotas a la libertad religiosa y política y consagraron el templo después de haber sido profanado, ciertamente. Y todo eso merecía ser celebrado. Sin embargo, los asmoneos también fundaron una dinastía real, aunque la familia no era del linaje de David, los gobernantes tradicionales de Israel (cf. 2 Samuel 7:16); también reclamaban el sacerdocio, aunque no eran descendientes de Aarón, a quien Dios había apartado como sumos sacerdotes (Éxodo 28:1). En otras palabras, la Fiesta de la Dedicación en Juan 10, cuando los judíos habían caído nuevamente bajo el yugo del gobierno imperial extranjero (los romanos), fue un momento en el que algunos podrían haberse preguntado cuándo y dónde podría surgir un Mesías esperado, ya sea político o sacerdotal. Y en presencia de Jesús eso es precisamente lo que parecían preguntarse ciertos líderes o autoridades judías: “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente” (v. 24).

El primer versículo de nuestro pasaje también nos dice que era “invierno” cuando esta conversación sucedió. Por supuesto, esta notación funciona en parte como una simple alusión temporal a la época del año en que se celebra anualmente Janucá (entre finales de noviembre y mediados de diciembre en nuestro calendario). Es posible que Juan incluyera este aviso temporal para sus lectores no judíos, dado que gente judía seguramente sabría cuándo caía la Fiesta de la Dedicación. En cualquier caso, la mención de “invierno” también puede tener cierto peso simbólico. Como en muchos otros lugares, puede haber frío, incluso frío y nieve en Jerusalén en invierno. Los días son más cortos y las noches más largas que en otras estaciones. Janucá, de hecho, es un festival de luces. Las velas se encienden en la oscuridad de cada una de las ocho noches de la celebración que normalmente caen justo antes de la noche más larga del año (21 de diciembre). La alusión a la fiesta de la Dedicación en el v. 22 también puede servir como un recordatorio literario para quienes leen de que, a pesar de las circunstancias de Jesús, que pronto se tornarán sombrías, eventualmente sucederá algo nuevo en la historia, como cuando el frío y la oscuridad del invierno dan paso a la luz y el calor de la primavera.

También aprendemos al principio de nuestro pasaje que cuando Jesús se encuentra con los líderes judíos (v. 24), está caminando en el recinto del templo, en particular en el Pórtico de Salomón (v. 23). La mención del pórtico puede volver a ser simplemente una nota para ubicar el lugar donde sucedieron los hechos del pasaje. Pero no deja de ser importante. Jesús está caminando en el centro simbólico de la vida y la religión judía. Está en el templo, donde sirven los sacerdotes ungidos, y atraviesa el pórtico que lleva el nombre de uno de los más grandes Mesías reales de Israel: Salomón, el hijo de David.

Jesús también aclara en nuestro pasaje que los líderes judíos no reconocen quién es porque “no sois de mis ovejas” (v. 26). La mención de Jesús de las ovejas vincula esta escena con la que la precede en Juan 10:11-18, el famoso pasaje del “Buen Pastor.” Y ese pasaje está íntimamente relacionado con Ezequiel 34, en el que el profeta acusa a los líderes del antiguo Israel, metafóricamente descritos como pastores, por su incapacidad para guiar adecuadamente a sus ovejas, el pueblo de Israel. Posteriormente, con retórica mesiánica, Ezequiel transmite la palabra divina:

Yo levantaré sobre ellas a un pastor que las apaciente: mi siervo David. Él las apacentará, pues será su pastor. Yo, Jehová, seré el Dios de ellos, y mi siervo David, en medio de ellos, será su gobernante. Yo, Jehová, he hablado (Ezequiel 34:23-24).

Jesús, el buen pastor, encarna al pastor davídico del que habla Ezequiel.

Sin embargo, si las primeras líneas de nuestro pasaje son ricas en alusiones a los lugares, la gente y la historia de Israel, la última línea famosa del texto —“El Padre y yo uno somos” (v. 30)— hace un gesto hacia el futuro, a las discusiones cristianas sobre el estatus divino de Jesús. Sin embargo, en el mismo pasaje, Jesús dirige la atención de sus interlocutores, que querían saber más precisamente sobre su condición mesiánica y su relación con Dios (cf. Juan 10:31-38), hacia sus acciones, sus hechos: “Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí” (v. 25).

Jesús parece decir que si quieres saber si soy el Mesías, o si quieres saber qué clase de Mesías soy, mira lo que he hecho. Y en “El Libro de las Señales,” como a veces se llama a la primera parte del evangelio de Juan (Juan 1-12), lo que Jesús ha hecho se discierne con bastante facilidad en las siete señales que típicamente se dice que realizó. Primero extendió la posibilidad del gozo humano cuando transformó el agua en vino en Caná (Señal 1; Juan 2: 1-11). Después sanó a otros para que florecieran más plenamente (Signos 2, 3 y 6; Juan 4:46-54; Juan 5:1-15; Juan 9:1-7). También alimentó a las multitudes (Señal 4; Juan 6:5-14), proporcionándoles sustento para la vida. Jesús también caminó sobre las aguas en medio de un turbulento mar de Galilea (Señal 5; Juan 6:16-24). Aunque otros evangelios notan cómo Jesús en un momento anterior calmó el mar amenazante (Mateo 8:23–27, Marcos 4:35–41 y Lucas 8:22–25), en Juan su caminar sobre las aguas (cf. Marcos 6:45-53; Mateo 14:22-34) facilita la llegada segura de los discípulos a su destino. La última de las obras de Jesús en “El Libro de las Señales” sigue a nuestro pasaje. En Juan 11:1-45 Jesús resucita a Lázaro de entre los muertos (Señal 7), una conclusión adecuada a las señales que realizó, que tenían que ver todas, de uno u otro modo, con otorgar “vida” a las personas con quienes se encontraba.

El Jesús que encontramos en nuestro texto, el Mesías, el que es uno con el Padre, nos invita a mirar sus obras y, como ovejas del Buen Pastor, a escuchar su voz, creer y compartir la vida que él ofrece.