Fifth Sunday in Lent (A)

Muerte de Lázaro

Raising of Lazarus
Raising of Lazarus, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn.

April 6, 2014

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Comentario del San Juan 11:1-45



Muerte de Lázaro

La historia de la muerte de Lázaro está solamente en el evangelio de San Juan y es la última de las señales de Jesús en este evangelio.

Esta señal de Jesús apunta a la gloria de Cristo, que va a ser completada en la cruz y la resurrección. Podemos verlo en el v. 2, donde se hace referencia a un evento que todavía no ha pasado – a que María, una de las hermanas de Lázaro, va a ungir los pies de Jesús con perfume en preparación para su muerte (Jn 12:1-3). Esto nos hace pensar en la muerte de Jesús mientras leemos acerca de la muerte de Lázaro, y por supuesto, también en la resurrección de ambos.

Así como de acuerdo con el evangelio de San Juan, el hombre del que habla el capítulo 9 nació ciego para que se manifestaran en él las obras de Dios (Jn 9:3), también la enfermedad de Lázaro es planificada para la gloria de Dios y del Hijo de Dios. Sin este punto de vista, es difícil entender porqué Jesús, que amaba a Lázaro y a sus hermanas, no parte inmediatamente cuando se entera de la enfermedad de Lázaro.

Tanto en Juan 9:5 como en el texto de hoy, en el v. 9, Jesús se presenta como la “luz de este mundo.” En el capítulo 9, Jesús como la luz de este mundo da vista a un ciego, curándolo de una condición que muchos condenaban como resultado de un pecado. Jesús no entra en la especulación de la causa, sino que lo sana y lo hace un discípulo. En esta historia de Lázaro, Jesucristo como luz del mundo usa la muerte de Lázaro para que los discípulos crean, y para ampliar el entendimiento de la resurrección.

En los vv. 1-16 se nos relata lo que sucede desde que Jesús recibe la noticia de que Lázaro está enfermo hasta que llega a Betania. En estos versículos Jesucristo explica la importancia de la señal que está por hacer. Tal vez nos sorprendemos de que Jesús no salga inmediatamente para ayudar a su amigo, pero Jesucristo quiere que el resultado sea algo más que la simple sanación de su amigo. Por la conversación de Jesús con sus discípulos, podemos ver que la hora no ha llegado para la resurrección de Lázaro, y que la muerte de Jesús sólo sucedería cuando todo estuviera preparado para glorificar a Dios.

En este capítulo, el discípulo Tomás tiene un papel distinto al de Juan 20:24-29, donde Jesús hace su aparición después de su resurrección. En este capítulo, en el v. 15, Jesús tiene el propósito de que los discípulos crean cuando vean. Y Tomás responde en una forma inesperada diciendo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él.” La respuesta de Tomás es reminiscente de la petición que hacen Jacobo y Juan cuando pretenden los lugares contiguos al de Jesús en el Reino y se manifiestan dispuestos a beber del vaso del que Jesús habría de beber (Mt 20:21-22).

Jesús está planificando regresar a Judea, donde según los discípulos, los judíos habían intentado apedrearlo (v. 8). Este peligro al que está dispuesto a exponerse Jesús no es mencionado de nuevo en nuestro texto, pero en los versículos que siguen (Jn 11:46-57), se nos dice que quienes no creyeron en él, después de que Jesús hizo la señal con Lázaro, fueron a denunciarlo con los fariseos, y que esto motiva una reunión del Sanedrín. Caifás, el Sumo Sacerdote, dijo: “Nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (v. 50), y profetizó “que Jesús había de morir por la nación; y no solamente por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (vv. 51-52). Su profecía de que Jesús moriría por la nación judía, y no solo por esta nación sino también por los hijos de Dios que estaban dispersos, con el propósito de congregarlos y unificarlos, resultó ser cierta. Jesús mismo confirma que el plan de Dios se realiza en su pasión y resurrección cuando dice que él es la resurrección y la vida (v. 25). Es curioso que después de que Caifás hace su anuncio profético, tanto a consecuencia del plan de Dios como a consecuencia del plan del hombre, o sea, la decisión que toman las autoridades judías de matar a Jesús, se da inicio al camino que termina en la cruz. ¿Caifás y todo el Sanedrín o Concilio, acordaron matar a Jesús para cumplir con la profecía o para tratar de evitar que la profecía se cumpliera? Cualquiera que haya sido su razón, el resultado es que la profecía de Caifás se terminó cumpliendo.

En los vv. 17-37, la historia continúa con la llegada de Jesús a Betania. Las hermanas siguen cumpliendo los papeles que asumen en San Lucas 10:38-42. Sólo Marta salió a encontrarlo cuando se enteró de que Jesús llegaba, mientras que María se quedó en casa. Pero ambas le dicen lo mismo, “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (vv. 21 y 32).

Marta salió directamente al encuentro de Jesús y cuando Jesús le dice que Lázaro resucitaría, Marta le responde con el concepto del tiempo: “Yo sé… en el día final” (v. 24). Pero para la glorificación de Dios Padre y Dios Hijo, y ante su propia muerte como algo inminente, Jesús expande o, mejor dicho, cambia el entendimiento de la resurrección, con uno de sus “Yo soy” de este evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (vv. 25b-26). Jesús tiene el poder sobre la muerte y puede dar vida a quien quiera. La resurrección no es solamente para el futuro; es también para el presente. No tenemos que sufrir hasta la muerte y esperar la vida eterna; esta promesa ya es nuestra. Jesús nos llama del sepulcro ahora, para vivir en el presente, y un día, cuando él regrese, experimentar el reino de los cielos completamente. Marta responde a la declaración de Jesús con una profunda confesión: “Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo” (v. 27). ¡Qué confesión más hermosa!

Durante la guerra civil en Guatemala, que duró 36 años – entre 1960 y 1996 –, muchos de los miembros de las iglesias luteranas perdieron seres queridos y parientes. En algunas aldeas, hay pocas personas de la tercera edad que sobrevivieron la guerra. Era común escuchar decir a hijos de los que fallecieron durante la guerra: “Yo ya tengo un pie en el cementerio…” ¡Esta declaración venía de hombres y mujeres que no tenían más de 50 años! Pero como sus padres habían muerto jóvenes, ellos esperaban lo mismo para sus propias vidas. Nuestro trabajo era proclamar que aún tenían vida, y que tenían que quitar su pie del cementerio y vivir.

Marta, después de su confesión de fe, fue a traer su hermana. María respondió inmediatamente al llamado. Cada quien encuentra a su Señor en su propia forma. A María le sucede en este caso que se reencuentra con su Señor por intermedio de su hermana Marta.

La reacción de la gente alrededor es de maravilla o de duda. No todos interpretan las señales de la misma forma.

Dice la historia que Jesús, al ver a María llorar, primero “se estremeció en espíritu y se conmovió” (v. 33) y que después lloró (v. 35).

En los vv. 38-44 se nos relata la resurrección de Lázaro. Jesús pide que quiten la piedra, y aunque primero Marta trata de objetar, acceden a su pedido. Los cuatro días que llevaba en el sepulcro tienen el significado de que Lázaro efectivamente estaba muerto, al punto de que para entonces el cuerpo ya hedía debido al proceso de descomposición. Este hecho apunta a la desesperanza de la situación – no hay vida. Pero Jesús le ora a Dios con palabras similares a las de Lucas 10:21-22 y Mateo 11:25-27. Y después, le grita a Lázaro que responda y se levante del sepulcro (v. 43). Lázaro oyó antes de ver, como el hombre que nació ciego (Jn 9:1-45), aunque en el caso del hombre que nació ciego, Jesús también lo tocó y le puso lodo en sus ojos. En el caso de Lázaro, Jesús sólo usa su voz. Su voz tiene el poder de resucitar a un muerto y darle vida nueva.

Jesús pide a la gente que participe en la nueva vida de Lázaro desatando las vendas con que estaban atados los pies y las manos y quitándole el sudario en el que estaba envuelto su rostro (v. 44b).

El predicador o la predicadora se pueden enfocar en las dos hermanas y en Lázaro, reflexionando sobre cómo Jesús llega a cada persona específicamente en la manera en que esa persona lo necesita. También la combinación de la esperanza de la vida eterna con el hecho de que Jesús nos ofrece una vida nueva mientras todavía estamos en esta vida, puede ser un mensaje vivificante para todas nuestras comunidades. Por causa de la resurrección de Jesús, hay gracia tanto antes como después de nuestras muertes.