Comentario del San Juan 11:1-45
La cuaresma nos prepara y nos conduce hasta la semana santa, hacia el misterio de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En este quinto y último domingo de cuaresma, la iglesia nos presenta la resurrección de Lázaro como último preparativo para profundizar la promesa de vida que brota de la cruz de Cristo. En el evangelio de San Juan, esta última señal durante el ministerio público de Jesús es lo que convence a las autoridades religiosas de Jerusalén de buscar la aprehensión y ejecución del profeta de Nazaret (Jn 11:45-57). Sacerdotes y fariseos temen que el revuelo ocasionado por la popularidad mesiánica de Jesús provoque la represión política y armada del Imperio Romano (Jn 11:48). La entrada triunfal de Jesús a Jerusalén (Jn 12:12-19), que celebraremos el próximo domingo de ramos, corrobora este temor y sella el destino del Nazareno, pues “conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Jn 11:50). Recordemos que la pascua judía conmemoraba la liberación de Israel de su esclavitud en Egipto, lo que podía instigar un cierto fervor religioso a levantarse en armas y desalojar al invasor romano, si el Mesías esperado se presentaba. La popularidad de Jesús al haber despertado a Lázaro de entre los muertos podía alimentar ilusiones de revolución, independientemente de sus intenciones pacíficas (Jn 12:16-19).
San Juan subraya en su relato que quienes aman y siguen a Jesús comparten el destino de su maestro. Los discípulos temen ir a Judea porque saben el riesgo que corren (vv. 7-8) y cuando Jesús decide ir a Betania para despertar y levantar a Lázaro, Tomás no se hace ilusiones: “vamos también nosotros, para que muramos con él” (v. 16). Inclusive Lázaro corre riesgo una vez levantado, pues los sacerdotes quieren luego darle muerte (Jn 12:10-11). Jesús mismo previene a los suyos:
“El que ama su vida, la perderá; y el que odia su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo esté, allí también estará mi servidor…” (Jn 12:25-26).
“Os expulsarán de las sinagogas, y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate pensará que rinde servicio a Dios” (16:2).
Queda claro, pues, el riesgo que acarrea el seguir a Cristo y querer servirle. Misioneras y misioneros, cristianas y cristianos en todas partes del mundo siguen arriesgando su vida en ciertas circunstancias y contextos al dar testimonio de su fe. En otras circunstancias y contextos, molestias, acoso, prejuicio e injurias pesan sobre la vida diaria de los/as discípulos/as de Cristo, aunque su vida no esté siempre de por medio. La sombra de la cruz es parte de la vida cristiana. Sin embargo, el sufrimiento y la muerte no son el objetivo ni la finalidad de la fe. Jesús declara:
“Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn 10:10).
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Jn 14:27).
“Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo” (Jn 16:24).
El evangelio es fuente de vida, de paz y de gozo, incluso cuando genera dificultades y oposición de parte del mundo. Para infundirnos vida, gozo y paz, Jesús liga entrañablemente su vida a la nuestra. Así como su cruz es parte de nuestras vidas, su tumba vacía lo es también. San Juan ilustra esa comunión profunda anticipando detalles de la pasión y resurrección de Jesús en su relato del levantamiento de Lázaro y de la cena subsiguiente. Seis días antes de la última cena, Jesús visita de nuevo a Lázaro y a sus hermanas Marta y María, quienes le ofrecen una cena (Jn 12:1-2). En dicha cena, María se pone a los pies de Jesús y los unge con perfume y los seca con sus cabellos (Jn 12:3), así como Jesús lavará los pies de sus discípulos y los secará con una toalla (Jn 13:4-5). Judas objeta el derroche de perfume en la cena de Betania (Jn 12:4-6), así como se levantará para traicionar a Jesús en la última cena (Jn 13:21-30). De Lázaro se dice que Jesús le amaba (vv. 3 y 36) y en la última cena otro discípulo amado se recostará al lado de Jesús (Jn 13:23). Jesús toma el perfume de nardo puro con el que María unge sus pies como un anticipo de su inhumación (Jn 12:7-8), así como el cuerpo de Lázaro exhala ya el olor de la muerte (v. 39). Jesús hace rodar la piedra que tapa la entrada al sepulcro de su amigo Lázaro (vv. 39-41), así como María Magdalena encuentra la piedra rodada cuando visita el sepulcro de Jesús (Jn 20:1). Mientras que Pedro y Juan verán los lienzos y el sudario dejados detrás por Jesús resucitado (Jn 20:4-8), Lázaro se levanta y sale de su sepulcro aún atado con los lienzos y el sudario (v. 44). El detalle señala que Jesús es Señor de la vida, habiendo vencido a la muerte, mientras que Lázaro morirá y regresará a la tumba antes de resucitar a la vida con Dios.
Jesús llama a Lázaro por su nombre para que se levante y salga de su tumba (vv. 43-44). He allí el momento más impactante del relato. Lázaro sale de la tumba de la misma manera en que las ovejas reconocen la voz del buen pastor y le siguen, saliendo del redil (Jn 10:1-5). Sin embargo, Lázaro no es el único llamado a la vida. Curiosamente, aunque su despertar sea el más espectacular, él no dice nada y su fe no encuentra resistencia o desafío: ¡ya había fallecido! En cambio, María Magdalena escuchará su nombre y se volteará para ver al resucitado (Jn 20:16), pero tratará de aferrarse al cuerpo de Jesús (Jn 20:17). Marta y María lloran a su hermano, se aferran al pasado y lamentan la ausencia de Jesús que hubiese podido evitarles su sufrimiento (vv. 21 y 32). Su esperanza en una resurrección futura (v. 24) no transforma su presente en gozo, paz y vida. Simbólicamente, están tan atadas a sus lienzos como su difunto hermano. Jesús no sólo despierta a Lázaro, sino que labora arduamente para despertar con su palabra a Marta, a María y a todos/as nosotros/as. Aunque estamos vivos, seguimos a Cristo vendados en nuestros lienzos y sudarios de tristeza. ¿Creemos realmente que Cristo es la resurrección y la vida, hoy, mañana y siempre?
March 26, 2023