Comentario del San Lucas 5:1-11
Hoy como ayer, Jesús nos llama a echar nuestras “redes” en un mar que parece vacío, pero que en realidad está lleno de “peces” para ser “pescados.”
Y le dijo Jesús a Pedro: “Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes para pescar” (v. 5 según la Nueva Versión Internacional, 1999).
Pedro y sus colaboradores eran pescadores experimentados. Sabían que, si durante toda la noche no se había pescado nada, era mejor no intentarlo durante el día siguiente. Pero vino Jesús y les dijo que salieran de nuevo a pescar. Y no podían ignorar este consejo, porque la fama del nazareno de que estaba ungido por el Espíritu se había propagado por toda Galilea. Su palabra conmovía y sus obras eran poderosas. Por eso, seguro que pensaron: “¿No estará ahora en lo cierto? ¿Y si acaso de nuevo manifiesta que habla en nombre de Dios, haciendo posible lo que sabemos prácticamente imposible?”
Cuánto les duró la duda, no lo dice el relato. Parece que muy poco; que rápidamente respondieron, y salieron con sus barcas mar adentro. Y sabemos qué pasó entonces. La pesca fue tan abundante que las barcas casi se hundían.
Pedro, ante tanta abundancia de peces, cae de rodillas y le dice a Jesús, reconociéndolo como el enviado de Dios a su pueblo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (v. 8).
Pero Jesús no solo no le dice que se aparte, sino que lo llama a acercarse aún más, a compartir su misión a Israel: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (v. 10).
¡Y si lo habrá sido! Y no solo Pedro. También sus colaboradores Jacobo y Juan. Y tantos otros que han dedicado sus vidas a la pesca bendita de la humanidad nueva, desde entonces y a través de los siglos.
Ahora viene de nuevo a nosotros/as el profeta de Galilea. Nos ve desanimados/as, y hasta abrumados/as por un mundo que parece dar la espalda a lo que, como cristianos/as, más valoramos. A todo aquello a lo que aspiramos para vivir vidas buenas y dignas. A todo lo que quisiéramos lograr para que este mundo sea más digno y más justo para todos/as.
Por cierto, hablamos de paz a sociedades plagadas de conflictos. Hablamos de solidaridad a una época cada vez más replegada en pequeños grupos de interés, en mezquinos intereses corporativos, en nacionalismos que reclaman endurecer las fronteras geográficas y culturales, en grupos religiosos que se afirman negando a los demás, a quienes no creen lo que ellos creen o no se comportan como ellos demandan que hay que comportarse.
¿Cómo pescar en tanto mar sin peces, en medio de tanta oscuridad con tan pocas luces, en medio de tantas voces, unas fanáticas y otras replegadas en sus micromundos? ¿Cómo lanzar nuestras redes antiguas, ya dos veces milenarias, en un mar cada vez más vacío de valores superiores, de pensamientos profundos, de proyectos solidarios que convoquen a grandes números de personas en pos de un mundo mejor para todos/as?
La posmodernidad ha llegado. Estamos sumidos en la “modernidad líquida,” como decía el sociólogo polaco Zygmunt Bauman.1 Es la posmoderna “civilización del espectáculo,”2 donde casi todo se vuelve cada vez más relativo, más efímero, menos convincente y menos convocante. Donde lo que no se nombra en los medios masivos de comunicación, no existe. Y lo que no da ganancias, lo que no acumula capital, vale poco, deja de valer y ya no vale nada.
Como aquel mar sin peces, vivimos cada vez más en una “era del vacío,”3 aunque brille en sus espectáculos. El pasado no importa. El futuro, menos. Lo que importa es el aquí y el ahora. Claro, si no hay pasado, no hay de qué arrepentirse. Y si no importa el futuro, para qué preocuparse. No faltan “guías espirituales” de todo tipo y color que repiten estas vacuidades, encantadoras pero superficiales. Las repiten como si dijeran la verdad más grande del mundo. Y no falta cantidad de cristianos/as que terminan consumiendo semejante droga espiritual, calmante y placentera.
Pero Pedro y sus amigos dejaron de creer en el mar vacío, en ese “aquí y ahora” vacío de peces. Creyeron en aquel que puede llenar todos los mares. En el Dios de Israel, que había hablado hacía siglos a través del profeta, anunciando: “Se alegrarán el desierto y el erial; la estepa se gozará y florecerá como la rosa… Dios mismo vendrá y os salvará” (Isaías 35:1.4). El Dios que ahora volvía a hablarles a través de Jesús, abriéndoles un camino de esperanza. Fuera del aquí y el ahora vacíos, volvía lo mejor del pasado para abrirles un futuro mejor.
¿Y nosotros/as? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados ante tanto vacío de horizontes, resignados ante una sociedad que parece cada vez más replegada sobre sí misma, extraviada en sus laberintos de injusticia y de conflictos de clase, de género, de raza, de culturas, de estilos de vida? ¿O saldremos de nuevo hacia “aguas más profundas”? Allí donde el mundo muestra su rostro más oscuro, donde hay más soledad, desesperanza, necesidad, abandono, pobreza, marginación y exclusión.
En nosotros/as está decidir si nos damos por vencidos o renovamos nuestra fe en aquel que es capaz de hacer nuevas todas las cosas.4 Si respondemos a su llamado, y echamos nuestras redes de compasión, de solidaridad, de reconciliación. De aceptación de la persona tal como es, tal como siente, tal como sufre y tal como nos necesita.
Estamos ante el desafío de quedarnos en la orilla de los mares vacíos y superficiales de este mundo, por comodidad o por resignación, o por falta de fe, o salir al mar. Al mar profundo, que en verdad no está vacío. Allí donde nuestro Señor quiere hacernos “pescadores de hombres.”
Notas:
1. Modernidad Líquida (Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1999).
2. Cf. Mario Vargas Llosa, La Civilización del Espectáculo (México: Alfaguara, 2012.
3. Cf. Gilles Lipovetsky, La Era del Vacío (Barcelona: Anagrama, 2006).
February 10, 2019