Comentario del San Juan 15:26-27, 16:4b-15
Hay quienes quieren que nos quedemos en lo espiritual, pero cuando hablan de espiritual sólo se refieren a lo religioso. Esa espiritualidad, esa de lo meramente religioso, no es espiritualidad; es alienación. La espiritualidad no es para escapar de la realidad, sino para regresar a la realidad con nuevos ánimos, con nuevos bríos, con nuevas fuerzas. La espiritualidad es un momento en el que nos detenemos, tomamos distancia, para volver de nuevo a la realidad. Es un momento en el que nos alejamos de la realidad para poder verla con ojos nuevos. La espiritualidad, así entendida, es un asunto de mirada, de ver lo que ocurre, de comprender lo que ocurre, de explicar lo que ocurre. En El Salvador Jon Sobrino dice que “vida espiritual significa vivir la historia con espíritu de apertura, de disponibilidad, de fidelidad… La verdadera vida espiritual implica un espíritu de santidad, que no es otra cosa que el compromiso real con los pobres.”1
Si la espiritualidad me aleja y me deja lejos, me deja sin comprender, sin explicar, sin inmiscuirme en la realidad, no es espiritualidad de verdad. El obispo Pedro Casaldáliga nos dice que una “espiritualidad cristiana no puede ser desencarnada, ahistórica. Y la historia es política. Necesariamente ha de ser una espiritualidad que supere toda dicotomía. Para nosotros el cielo no anda por un lado y la tierra por otro.”2 Una espiritualidad que nos oculta lo real, que oculta lo que ocurre, que oculta lo que está pasando, que no nos permite comprender y explicar, es una forma de alienación, una forma de escapar y es un acto de irresponsabilidad.
Jesús no nos llama a la irresponsabilidad de no ver. La llamada de Jesús es a la luz, a la alegría plena. El llamado de Jesús es a atender a la realidad, a comprender la realidad, a comprometernos con la realidad. La llamada de Jesús es a restablecer la unidad primordial, a restablecer las conexiones con lo que existe, a colocarnos en posición de ser solidarios/as. Casaldáliga no recuerda que “la nueva santidad que propugnamos no es tan nueva, sino simplemente cristiana, la santidad de Jesús, la espiritualidad del cristiano que sigue a Jesús. Es decir, vivir la fe, en su respectivo lugar y tiempo, según el Espíritu de Jesús.”3 La llamada de Jesús no es a salir de la realidad, a ocultarnos, a escondernos; la llamada de Jesús es a ver mejor, comprender mejor, saber mejor, comprometernos mejor con lo real.
Los tres textos de esta semana van en esa dirección. El texto del libro de los Hechos nos recuerda que el anuncio del evangelio es universal. Todos/as recibieron el espíritu. No fueron algunos/as, no fueron sólo los judíos, no fueron sólo los del pueblo elegido. El espíritu vino a todas las personas que estaban escuchando a Pedro y todas esas personas fueron bautizadas. Según Leonardo Boff el “Espíritu está infaliblemente del lado de los pobres, independientemente de su situación moral, porque se les priva de la vida y el Espíritu quiere darles vida.”4
Por su lado, desde Nicaragua, nos dice Jorge V. Pixley: “Si el Espíritu Santo no da vida a los que no tienen vida, su poder vivificador es una mentira; en un mundo que forjó un Tercero y un Cuarto mundos subhumanos, la vida espiritual tiene su meta en la vida de los pobres más que en el atletismo moral de los creyentes.”5 Dar vida a los pobres, a los/as despreciados/as, a los/as excluidos/as, a los/as discriminados/as, a quienes son menospreciados/as, es la única manera de entender lo que es el advenimiento del Espíritu. Este es el testimonio que daremos cuando venga el Espíritu: “vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Jn 15:27).
Este texto nos recuerda que el dolor de uno es el dolor de todas las personas. Nos recuerda que la tragedia de otros pueblos es nuestra tragedia. Nos recuerda que cuando muere un niño en Gaza bajo una bomba israelí morimos todos/as. Mahmoud Darwich, hablando sobre los niños de Gaza, nos recuerda su catástrofe, que es también nuestra:
Pasajeros entre palabras fugaces:
Vosotros tenéis espadas, nosotros sangre,
Vosotros tenéis acero y fuego, nosotros carne,
Vosotros tenéis otro tanque, nosotros piedras,
Vosotros tenéis gases lacrimógenos, nosotros lluvia,
Pero el cielo y el aire
Son los mismos para todos.
Tomad una porción de nuestra sangre y marchaos,
Entrad a la fiesta, cenad y bailad…
Luego marchaos
Para que nosotros cuidemos las rosas de los mártires
Y vivamos como queramos.6
Cuando un haitiano muere tratando de cruzar el canal de la mona, o un dominicano, o un cubano, mueren, morimos todos/as. Todas las personas estamos interconectadas. Todas las personas somos una sola; una sola persona llamada a crear un mundo de sanación, de cuidado, de amor.
Estamos llamados/as, hermanas y hermanos, a sanar a un mundo herido. Estamos llamados/as a asumir la responsabilidad de una espiritualidad que nos capacite para dar respuestas al dolor del mundo. El Reverendo William J. Barber nos recuerda que hemos sido llamados/as a ser un movimiento para la plenitud en un mundo roto. Este llamado, en medio de la lucha contra la pobreza, como es el caso del Reverendo Barber, implica el reconocimiento de la realidad, el ver la realidad, el asumir esa realidad, el comprometerse con sanar esa realidad. El espíritu es esa experiencia de completitud, de plenitud, de integridad que anhela nuestro mundo.
Estamos ante un mundo fracturado, dividido, disperso, en guerra, con pobreza, con enfermedades, con abandono, con abuso, un mundo dolido. Ese mundo dolido espera que le brindemos la sanidad. En ese sentido somos llamados/as a sanar, a curar, cuidar, a dar protección, a hacer que el mundo no se pierda. Estamos llamados/as a dar salud. Estamos llamados/as a hacer que haya un futuro. Estamos a cargo del mundo, de la humanidad, de toda la realidad. La espiritualidad es una oportunidad para tener nuevos ojos y ver mejor esa misma realidad.
El texto evangelio de Juan para el Domingo de Pentecostés nos dice dos cosas muy importantes. En primer lugar, la ausencia de Jesús será suplida por la presencia del Espíritu. Pero en este contexto el nombre que recibe es el “Consolador,” el Paráclito, Paraklētos, el defensor, el abogado, el protector. En todas sus acepciones el concepto es el mismo; el Espíritu Santo es el que se encargará de darle sentido, plenitud, seguridad a los seguidores de Jesús. En segundo lugar, el evangelio de Juan nos dice que no estarán solos/as, no estarán abandonados/as, sino que tendrán al defensor, a la defensora, a la Espírita Santa, que vendrá y que “convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn 16:8)
Hoy las lecturas son una invitación ineludible. Hemos sido convocados/as. La iglesia, ekklésia, es precisamente la comunidad de quienes han sido convocados/as, quienes se han sentido llamados/as, quienes se han sabido atraídos/as. Ese reconocernos llamados/as es una forma de responder a la realidad. Miramos la realidad con ojos nuevos para poder comprenderla mejor. El Espíritu Santo es la fuente de esa posibilidad de ver con mayor claridad. La promesa de Jesús en el evangelio de Juan es que el Espíritu “os guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn 16:13).
La experiencia del Espíritu no es una experiencia para alienarnos de la realidad, sino para que podamos entenderla mejor, para que podamos explicarla mejor. Comprendemos esa realidad para discernir nuestro llamado. Ver mejor, ver con mayor claridad, comprender la realidad, asumir la realidad para responder a nuestro llamado. Dios nos habla por medio de esa realidad. Dios nos llama por medio del dolor del otro, de la herida del otro, de la lágrima del otro. Dios nos llama para que seamos sanadores/as en un mundo roto. Para que reparemos la realidad de un mundo quebrado. Dios nos llama para que asumamos la responsabilidad de comprometernos con la transformación de la realidad como una forma de articular el sueño al que hemos sido convocados/as.
La posibilidad de transformar el mundo es una forma de dar un sí a la voz, al llamado, al grito de la realidad. La realidad grita, la tierra grita, el dolor de la naturaleza es un grito que nos invita a preguntarnos si es posible un mundo nuevo.
Hoy reconocemos que es tiempo de detenerse. Es tiempo de tomar distancia. Es tiempo de mirar de lejos para que podamos cambiar el mundo. Sanar el mundo, curar al mundo. Somos convocados/as para que el mundo tenga oportunidad.
Nos detenemos para ver con ojos nuevos la realidad de pobreza. Para ver con ojos nuevos la realidad de colonialismo. Para ver con ojos nuevos la realidad de la guerra, la realidad del genocidio. Para ver con ojos nuevos la realidad de abuso. Para ver con ojos nuevos el abandono, la enfermedad, la soledad, las preocupaciones, el desprecio, la discriminación, la exclusión. Para eso es la espiritualidad. Para eso es enviado el Paráclito, el Consolador, el Sanador, el Abogado. Estar unidos/as a Jesús supone tener espiritualidad. Esa espiritualidad de estar unidos/as con Jesús implica un compromiso cada vez más radical y serio con el mundo que nos rodea.
Notes:
- Palabras de Jon Sobrino citadas en https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0049-34492003000100004 (consultado: 6 de mayo, 2024).
- Pedro Casaldáliga, Al acecho del reino de Dios. Antología de textos (1968-1988) (Madrid: Nueva Utopía, 1989), 26.
- Casaldáliga, Al acecho, 26.
- Leonardo Boff, “Pentecostés hoy: el Espíritu que da vida contra los hostiles a la vida. 2014-06-08,” en https://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=644 (consultado: 6 de mayo, 2024).
- Jorge V. Pixley citado por Leonardo Boff en “Pentecostés hoy.”
- Mahmud Darwich, “Pasajeros entre palabras fugaces,” traducido del árabe por María Luisa Prieto, en: http://www.poesiaarabe.com/abirun_de_mahmud_darwich.htm (consultado: 6 de mayo, 2024).
May 19, 2024