Christmas Day: Nativity of Our Lord

Este “prólogo” al evangelio de Juan presenta uno de los temas centrales de la fe cristiana: la encarnación de la Palabra.

December 25, 2010

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Comentario del San Juan 1:1-14



Este “prólogo” al evangelio de Juan presenta uno de los temas centrales de la fe cristiana: la encarnación de la Palabra.

Esta Palabra, logos, indica no sólo un contenido semántico, sino el dinamismo y acción propios de lo divino como  “proyecto.”  La Palabra es un plan o proyecto creador, y este proyecto de Dios se manifiesta en la carne, poniendo su morada entre nosotros (v. 14).  El repetido empleo de la palabra logos (que no aparece en el resto del evangelio), y la obvia interrupción de la estructura narrativa en referencia a Juan el bautista (vv. 6-8; 13), indican que este prólogo es una adaptación de un himno cristológico que celebraba la preexistencia de la Palabra y su actividad en la creación (tales como mediadora de la creación, fuente de vida, luz de los seres humanos, morada en el mundo). Debemos suponer, tal como lo atestiguan las cartas de Pablo (cfr. I Cor. 8:6), que desde temprano –en particular en las comunidades helenísticas– existía la confesión que resaltaba el aspecto cósmico y soteriológico de Cristo, aunando  tradiciones previas relacionadas a la Sabiduría y la Palabra.

Podemos distinguir cuatro partes en esta perícopa. La primera, vv. 1-5 (“en el principio…la Palabra estaba con Dios”), es un relato paralelo a los primeros versos de la épica de la creación en Génesis 1:1, incorporando asimismo tradiciones sapienciales referidos a la Sabiduría de Dios que se manifiesta en la creación (cfr. Prov. 8:30; Sab. 7:25).  El evangelio ofrece una relectura de la creación, ubicando la Palabra o proyecto divinos que precede a la obra creadora propiamente dicha.1 Por ello, el énfasis central radica en que todo lo existente tiene su fundamento en este proyecto, en esta Palabra, en lo divino.  Las referencias a vida y luz –imágenes que trascienden el mero ámbito religioso hebreo– apuntalan dos nociones: la primera, que estamos ante la verdadera presencia de la divinidad, y la segunda, que la plena manifestación de lo divino acontece en Jesús (cfr. 14:6, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”).

La segunda parte, vv. 6-9, es la primera en una serie de pasajes referidos a Juan el Bautista, quien no era la luz, el salvador, sino un testigo enviado por Dios. Esta transición prepara el tema de la tercera parte, vv. 10-13, que subraya el contraste entre rechazo y recepción de la Palabra, entre desconocimiento y hospitalidad.  A pesar de que el mundo es (o está destinada a ser) la “casa” de la Palabra, este no lo conoció ni lo recibió. Es clara la referencia al relato del rechazo de lo divino que encontramos en el libro pseudoepigráfico de I Enoc 42:2, con su temática de la Sabiduría que busca morar entre los seres humanos, pero no encuentra allí lugar, hospitalidad.2 Sin embargo, para el evangelista Juan, unos pocos lo reciben, deviniendo en hijos e hijas de Dios.

Así la última sección, vv. 14, resalta el tema central de la perícopa: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros.” Jesús de Nazaret, totalmente humano, es la Palabra hecha carne que viene a morar en su casa o tabernáculo (sk ēnoō). Esta es una afirmación contraria a algunas interpretaciones espiritualistas y gnósticas en la iglesia naciente, que entendían la encarnación ya sea como algo pasajero, ya sea como un rescate por medio de las “instrucciones” de Jesús para nuestras almas aprisionadas por los cuerpos.3 Por el contrario, en el evangelio de Juan no sólo la creación (mundo) y los cuerpos son entendidos como integrales al proyecto de Dios (Palabra), sino que el destino final de la misma Palabra es morar entre nosotros. La gloria de Dios se manifestará plenamente en la creación.

Sugerencias para la predicación
Tal vez muchos de nosotros, alrededor de estas fiestas navideñas, hemos recibido visitas en nuestras casas.  Parientes, amigos, amigos de amigos…la hospitalidad adquiere muchas formas.  “Mi casa es su casa,” saludamos con cortesía en son de bienvenida.  Pero ¿realmente lo es? ¿Puede mi casa convertirse en su casa?  ¿Qué sucedería si nuestro huésped interpretara literalmente nuestro saludo de bienvenida? La hospitalidad, ¿no tiene sus límites? Cuando el huésped tarda en irse, ¿no nos pone un tanto incómodos?

Estas son algunas de las cuestiones que nos plantea el evangelio de Juan: ¿qué es estar en casa? ¿Qué es la hospitalidad?  El evangelio nos relata el gran “drama” de la hospitalidad y el rechazo, de lo pasajero y lo que viene a quedarse.  En efecto, la encarnación de la Palabra, es decir, el proyecto de Dios, señala no tanto que Dios viene de visita, un pasaje fugaz por nuestra existencia. Por el contrario, este Dios tiene algo diferente en mente, su plan es distinto. Este Dios viene a quedarse, a instalar su morada entre nosotros.

Pareciera que Dios tomó en forma muy literal el dicho “mi casa es su casa.” Pero hay una diferencia. El evangelio nos indica dos cosas en relación a este Dios que se hace uno de nosotros. En primer lugar, vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron. ¿Se imaginan? Venir a casa, y ser ignorado, venir a casa, y ser maltratado. Pero hay algo más que nos cuenta el evangelista; este Dios no viene a una casa extraña, algo que no conozca. Al contrario, Dios viene a su casa, a morar entre nosotros. El es, en definitiva, el creador de nuestras moradas, el sustentador de nuestras vidas, el que ilumina nuestras casas.

Entonces, ¿mi casa es su casa? Sí, pero al revés. Es Dios que nos ha invitado a su casa, es Dios quien nos dice que su casa está abierta no sólo a los “amigos y parientes,” sino a todos los extraños. Pero claro, estamos acostumbrados a vivir en esta casa como si fuera realmente nuestra. Por ello nos puede sorprender que de repente aparezca el verdadero dueño para vivir entre nosotros. Esto pones nuestras vidas “patas para arriba”: nos hace ver la vida de una manera diferente, como pura gracia, como la historia de la hospitalidad de Dios.

Y aquí yace el misterio de la Navidad. El Emmanuel, el Dios que viene a nosotros, desea morar no solo entre nosotros, sino en nosotros. Navidad es celebrar que su casa, su morada, busca manifestarse en nosotros, hijos e hijas de Dios. 


1Ver Juan Mateos y Juan Barreto, El Evangelio de Juan: Análisis lingüístico y comentario exegético (Madrid: Cristiandad, 1982), p. 41.

2Ver Comentario Bíblico San Jerónimo, vol. IV (Madrid: Cristiandad, 1972), p. 420.

3 Ver Rudolf Bultmann, Theology of the New Testament, vol. II (New York: Scribner’s, 1955),p. 40.