El día de Navidad: Natividad de Nuestro Señor (III)

El Logos y Dios que nos visita en carne humana

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Comentario del San Juan 1:1-14



Cuando pensamos en la Navidad y en la tradición bíblica que nos ayuda a entender de qué se trata, a menudo nos inclinamos a leer las narraciones del nacimiento en Mateo o Lucas. Pero en esta ocasión revisaremos el prólogo de Juan que incluye otra perspectiva. ¿Qué es un prólogo? Debemos reconocer que los prólogos son muy importantes. Tienen como objetivo comunicar más que el comienzo de una historia. El escritor romano Quintiliano nos recuerda que las primeras palabras de la retórica están “diseñadas como una introducción al tema sobre el que el orador tiene que hablar.” De la misma manera, Dionisio de Halicarnaso, un historiador griego, sugiere que las palabras iniciales de un orador no deben ser al azar. La introducción, afirma Dionisio, debería ser el resumen de los puntos principales del orador.

Los prólogos no eran un asunto menor. La retórica antigua y el drama griego reconocían el valor de las primeras palabras del orador. Además de crear expectativas, los prólogos también influyen en nuestra interpretación de la historia. En las palabras iniciales se nos da una clave hermenéutica para entender e interpretar los eventos que el narrador revelará más tarde.

¿Qué revela entonces el prólogo de Juan para sus lectores/as? Se nos anuncia que Jesús preexistía antes de que fuera hecho carne como un ser humano. El primer versículo alude a la historia de la creación en el Génesis con la frase “En el principio” (Génesis 1:1; Juan 1:1). Juan nos remite al principio de los tiempos. La versión de Juan es, sin embargo, diferente a la del Génesis. Incluye la historia del Logos (la palabra griega del original que la versión de Reina Valera 1995 traduce como “Verbo”) que estaba presente con Dios y era Dios (v. 1). El término Logos para Juan no se refiere a una idea, pensamiento o razón. El Logos como lo presenta Juan no es un ser impersonal que llena el universo o un principio racional como lo encontramos en el pensamiento griego. El Logos es un ser relacional que se puede comparar con la sabiduría personificada de la que se nos habla en la literatura judía (Proverbios 8:1-36; Eclesiástico 1:1-10; 15:2; Sabiduría 8:2-3; 9:4). Se creía que la sabiduría existía antes de la creación (Prov 8:22-30; Ecli 24:9; Sab 9:9), estaba involucrada en la creación (Prov 8:27-30; Sab 7:21; 8:4-6), descendía del cielo (Baruc 3:29-30), era amada por Dios (Sab 8:3), se sentaba en el trono de Dios (Sab 9:4) y provenía de Dios (Ecli 24:3; Sab 9:1-2).  El concepto de Logos como ser divino no era algo nuevo. El pensamiento judío ya veía la sabiduría de esta manera. Pero en Juan, el Logos es Jesús que estaba presente con Dios y es Dios.

En los vv. 3-5 el evangelista afirma que el Logos es responsable de todo lo que existe en el universo. El prólogo afirma que “todas las cosas” llegaron a existir a través del Logos. No hay nada en este universo que exista aparte del Logos. Y de nuevo, mientras que en el Génesis leemos acerca de Dios creando el mundo, es diferente en Juan. En Juan 1:3, el Logos como Dios es quien trajo a la existencia la tierra, el mar, el cielo y los cielos. O dicho de otra manera, la creación es el resultado material del Logos. Y aunque sabemos que la Navidad es el tiempo en el que celebramos el nacimiento de Jesús, no nos confundamos. Según el evangelio de Juan, Jesús es la razón por la que tenemos tal cosa llamada “nacimiento.”

El prólogo no se detiene en el universo creado. El Logos es la vida y la luz de la humanidad (v. 4) y se encuentra con el conflicto y la reacción del mundo (vv. 9-10) y su gente (vv. 11-13). A lo largo del evangelio, el “mundo” tiene una connotación negativa. Identificarse con el “mundo” significa pertenecer a un grupo que defiende los valores morales, las actividades y las lealtades que se oponen a Dios. Sin embargo, el “mundo” también puede ser visto como sujeto del amor y la misión de Dios. También hay que hacer otra aclaración sobre la identidad del mundo. El mundo difiere de los discípulos (Juan 14:22; 15:19; 17:9), no sólo por su ignorancia, sino por su condición de no miembros de la comunidad joánica. En este sentido, el “mundo” incluye a aquellos que no son “nosotros,” y que no conocen al Logos, ni vieron su gloria, ni habitaron con el Logos (v. 14).

También encontramos en el v. 11 que el Logos vino a “los suyos” pero no lo recibieron. La frase aparece dos veces en este versículo, haciendo inequívoco que el Logos fue rechazado por su pueblo, los de su casa. En la antigüedad, los hogares eran lugares que unían a las comunidades. Las pequeñas aldeas como Caná de Galilea estaban compuestas de edificios densamente agrupados. Aunque había varios tipos de hogares durante el período romano, generalmente eran lugares donde vivían familias y parientes lejanos y donde se unían el trabajo y los espacios privados. Sin embargo, a lo largo del evangelio, el Logos es rechazado, ridiculizado, expulsado de la ciudad, traicionado y abandonado por su propio pueblo. En cierto sentido, el Logos se queda sin hogar cuando es rechazado por aquellos de quienes menos se lo esperaba: su propio pueblo. El v. 11 habla justamente de la falta de hogar y la recepción fallida de su propio pueblo.

Pero algunos sí se dieron cuenta de que el Logos se había hecho carne, y por eso tenemos la celebración de la Navidad. En el v. 14 dice: “y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros.” El término “habitar” en este contexto significa vivir o habitar en un campamento o tienda de campaña. Nos recuerda la ocasión en que Dios visitó al pueblo hebreo en un tabernáculo (Éxodo 33:7). Pero según el v. 14, el Hijo unigénito del Padre, el Logos y creador del universo, ¡ha habitado entre nosotros! Las implicaciones teológicas de este versículo son profundas. Que el Logos se haya hecho carne significa que el Logos como Dios quiere estar con la humanidad. Que el Logos se haya hecho carne significa que Dios, el creador del universo, no ha abandonado a su creación, sino que vive en medio de ella. Que el Logos se haya hecho carne significa que se nos ha dado la oportunidad de ver a nuestro Dios en forma humana por primera vez.

El prólogo revela que cuando Jesús entró en el mundo, nadie le dio la bienvenida, pero eso no le impidió acercarse a nosotros/as. Cuando Jesús entró en el mundo, su presencia creó un conflicto con la oscuridad, pero eso no le impidió brindarnos su gracia y su verdad. Cuando Jesús vino a su propio pueblo, muchos no lo recibieron, pero eso no le impidió invitarnos a ser parte de su familia. El prólogo nos enseña algo diferente sobre el nacimiento de Jesús en Navidad. Es Jesús diciendo: “Aunque yo te hice, y aunque no me quieras o me apartes, aun así, vine y quiero que seas parte de mi familia como un hijo o una hija de Dios.”  Como dice el v. 12: “Mas a todos los que lo recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Jesús ha nacido. Nuestro Dios nos ha visitado en carne humana. Recibámoslo con fe y unámonos a su familia como compañeros/as creyentes. ¡Feliz Navidad!