Vigésimo quinto domingo después de Pentecostés

Jesús nunca prometió que sería fácil seguirle

November 14, 2010

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Comentario del San Lucas 21:5-19



Jesús nunca prometió que sería fácil seguirle

Seguir a Jesús en su viaje hacia Jerusalén durante la larga temporada de Pentecostés se ha parecido más a una experiencia típica del tiempo de Cuaresma, que nos ha puesto a prueba a Jesús y a sus seguidores, incluyéndonos a nosotros y nosotras. Como en su momento lo habían hecho Isaías (50:7) y Ezequiel (21:1-2), Jesús “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc 9:51) mientras que sus discípulos, en algunos momentos asombrados, en otros horrorizados, caminaron penosamente detrás de él, en dirección del templo. Al entrar en Jerusalén “toda la multitud… comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto. Decían: –¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!” (Lucas 19:37-38). La “sección central,” o “la narrativa del viaje a Jerusalén” (Lc 9:51-19:39) podría tener el nombre de “Evangelio de la Duración,” como cuando los soldados fueron reclutados para el ejército de los Estados Unidos “por el tiempo que durara” la guerra.

La situación es aún más difícil en Jerusalén. Al llegar, Jesús lloró, invocando oráculos históricos de Jeremías contra una ciudad que “no conoció el tiempo de su visitación” (Lc 19:41-44). Entonces enfrentó tres esfuerzos de las autoridades para hacerlo caer en una trampa, cada una de las cuales concluyó con Jesús silenciando a sus adversarios (Lc 20:1-19; 20:20-26; y 20:27-40).

En Lucas 21 Jesús ya no está desactivando ataques de otros, sino que está alertando a sus seguidores acerca de las privaciones que les esperan, más allá del tiempo en que Jesús estuviera con ellos. El escenario del discurso profético de Jesús (21:5-36) es el templo magnífico de Herodes. Ese templo en Jerusalén era reverenciado como un señal de la presencia de Dios, incluso como la morada de la protección acogedora de Dios para Israel (ver Lcs 13:34-35).

Pero mientras se acercaba a la ciudad, Jesús había declarado que la “visitación” de Dios había venido con su reino, y que las propias piedras del templo testificarían en contra de quienes lo rechazaran (19:41-44). Ahora Jesús predice de nuevo que todas las piedras se derrumbarían (21:6), como una escena en el drama divino.

A los eruditos les encanta desenredar la red de oráculos proféticos entretejidos a través de estos versículos, identificando palabras y frases de Jeremías 4, 7 y 21, de Isaías 19 y de Ezequiel 14 y 38. Igual que los profetas antes que él, Jesús no habló en un estilo muy original, pero lo que importa es preguntarnos si estas palabras proféticas y advertencias de destrucción les hablaban de manera fiel al tiempo de Jesús.

Aquí Lucas describe a Jesús diferenciando su enseñanza de la de los profetas falsos, que también citaban palabras antiguas de Dios. Aunque no deja de anunciar el juicio futuro, Jesús nos advierte que debemos tener cuidado con seguir a profetas que afirman conocer los tiempos de Dios, invocando incluso el nombre de Jesús.

Los estudiantes de la Biblia pueden comparar el discurso de Jesús en Lucas 21 con el que se nos presenta Marcos 13 y la intensidad con la que aquí se nos describe la “tribulación” venidera. Si volvemos la mirada a Lucas 17:22-37  también podremos recordarle al lector que la muerte de Jesús estaba incorporada en la secuencia de los tiempos de Dios: “Pero primero es necesario que padezca mucho y sea desechado por esta generación” (17:25). Probablemente escrita después de la destrucción de Jerusalén por los romanos, la versión más larga del discurso entero de Jesús que aparece en Lucas (21:5-36) les asegura a sus lectores que no estaban  experimentando “el final,” sino el período de “tribulaciones” o “persecuciones” a través del cual los creyentes entrarían al reino (ver Hch 14:22).

La versión lucana del discurso profético de Jesús no nos autoriza pues a considerarla como otro juego de cartas y horarios para leer el reloj de Dios hasta el último segundo. Pero Jesús sí enseñó, como los profetas, que las luchas históricas y las alteraciones en la naturaleza son más que accidentales. Les recuerdan a los creyentes que Dios triunfó sobre el caos en la creación del mundo natural, y que fuerzas humanas y supra-históricas siguen compitiendo por el dominio sobre la tierra. Los seguidores de Jesús son conscientes, por tanto, de que su muerte y resurrección constituyen el acto supremo de Dios en una lucha de proporciones cósmicas. Solamente el resultado final es seguro. Como testificó el apóstol Pablo, “sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro 8:22-23).

La esperanza que Jesús testifica en este pasaje no es, pues, una negación trivial de las luchas, el dolor y la agonía de la vida humana, o de las fuerzas catastróficas de la naturaleza. Esto es real, y los profetas del pasado han interpretado estas devastaciones como el contexto del trabajo salvífico de Dios. El Jesús de Lucas se une con este coro, acercándolas a las realidades concretas de los primeros cristianos. Pore so dice: “Será ocasión para dar testimonio” (v. 13) y “¡Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas!” (v. 19).

La “ocasión para dar testimonio” no requiere que los seguidores de Jesús sepan todo sobre “por qué las cosas malas les suceden a la gente buena”.

Jesús promete que dará “palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan” (v. 15). La promesa previa de Jesús de la sabiduría del Espíritu Santo en tiempos de testimonio (Lc 12:11-12) ahora se convierte en la promesa del propio Jesús. Cuando les encarga que sean sus “testigos” (Hch 1:8), les asegura el poder y presencia de su Espíritu Santo, y las historias en Hechos mostrarán el cumplimiento de esta promesa de que recibirían  “palabra y sabiduría” de Dios (ver Hechos 4:13-14; 16:6-7). De este modo, incluso las profecías más duras de Lucas 21 están llenas de confianza en la presencia imperecedera de Jesús.

Y la “paciencia” con la que ganarían sus almas tampoco es una mera persistencia heroica.

Las primeras personas cristianas sabían de la “paciencia” estoica, tenían que soportar muchas adversidades, y su paciencia era puesta a prueba a menudo. Pablo trata el tema en Romanos 5:3-5, transformando la paciencia que dependía de la fuerza humana en una paciencia basada en la confianza en el amor de Dios: “También nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.”

La paciencia salvífica es en sí misma un regalo de la presencia del Espíritu Santo. Los cristianos y las cristianas que han sido admirados por su persistencia con frecuencia descartan su propia fuerza con palabras como “gracias a Dios que pude aguantarlo.”

David Livingstone, el legendario misionero en África, solía orar diciendo: “Señor, mándame a cualquier sitio, pero ven conmigo. Dame cualquiera carga, pero sostenme.” Y testificaba: “Lo que me ha sostenido es la promesa, ‘yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.'”

Esta es la promesa que también nos hace Jesús en medio de sus advertencias proféticas acerca de lo que vendrá.