Tercer Domingo de Pascua

Como epílogo, el capítulo 21 de Juan sirve para concluir los hilos concernientes a las dos personas más importantes para  la comunidad de Juan, Pedro y el Discípulo Amado.

Great Catch of Fish
"Great Catch of Fish," John August Swanson.  Used by permission from the artist. Image © by John August Swanson.  Artwork held in the Luther Seminary Fine Arts Collection, St. Paul, Minn.

April 10, 2016

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Comentario del San Juan 21:1-19



Como epílogo, el capítulo 21 de Juan sirve para concluir los hilos concernientes a las dos personas más importantes para  la comunidad de Juan, Pedro y el Discípulo Amado.

El texto para este domingo se centra en la persona de Pedro. Los versículos 20 al 24 se refieren al Discípulo Amado.

El verbo que en el v. 1 se traduce como “se manifestó” (ephanerosen en el original griego), que también podría traducirse como “se reveló,” es usado nueve veces en este evangelio y tiene el sentido de aparecer desde alguna oscuridad o traer algo a luz. Juan usa esta palabra al concluir el milagro del agua hecho vino cuando dice que de esta manera Jesús “manifestó su gloria” (2:11) y también cuando Jesús, al resumir su ministerio, dice: “He manifestado tu nombre…” (17:6). El uso de esta palabra al principio del capítulo deja saber al lector y a la lectora que no se trata simplemente de la visita de un vecino, sino que sigue el tema del evangelio según el cual los actos y eventos de la vida de Jesús constituyen una revelación de su persona, su misión, y del carácter de Dios.

Pedro y los otros discípulos habían salido nuevamente a pescar y después de pasar la noche sin pescar nada, el Señor los manda a intentarlo de nuevo echando la red a la derecha de la barca. Allí pescan, milagrosamente, una gran cantidad. El pasaje puede compararse con Lucas 5:1-11 en cual Jesús llama a los discípulos. En ambas historias Jesús les encomienda o les vuelve a encomendar algo a sus seguidores. Es interesante además que en los dos eventos el discípulo principal es Simón Pedro y que ambos incluyen episodios de reconocimiento o reconciliación (Lc 5:8 y Jn 21:15-19).

La escena en cual el Señor ha preparado una comida de pescados sobre brasas tradicionalmente se ha interpretado como un símbolo de la comunión—aunque si bien se menciona que hay pan (v. 9), vino no hay aquí. Sin embargo, la escena nos hace recordar el evento de la alimentación de los cinco mil con el pan y los peces en Juan 6 y el discurso acerca del pan de vida que sigue inmediatamente en ese mismo capítulo. La alimentación de los cinco mil también se ha interpretado eucarísticamente (en el arte cristiano de los primeros siglos se usan pan y peces, en vez de vino, como símbolo de la Santa Cena). Aquí también tenemos a Jesús repartiendo pan y pescados a los discípulos.  El hecho de que se resuma la historia como una manifestación a sus discípulos (v. 14) enfatiza la importancia que Juan le atribuye a este evento. En Juan 6, el milagro del pan y los peces inspira al gentío a declarar que “verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo” (v. 14). Aquí ya sabemos que el Jesús resucitado es el Señor y, desde ahora en adelante, la comunidad reconocerá a Jesús en la comida que él mismo provee, es decir, el pan y el vino. Este pasaje se puede comparar con otro en Lucas, el del camino a Emaús (24:13-35), donde los discípulos reconocieron a Jesús en el partir del pan.

Los discípulos pescaron 153 peces (v. 11). No se sabe el significado de este número. Sin embargo, la historia completa se puede interpretar pastoralmente como un encuentro de fe. Los discípulos se reencontraron con Jesús en su trabajo cotidiano. El evangelio nos da a entender que no esperaban esta visitación. No nos dice por qué habían regresado a sus barcos y redes después de la resurrección, pero ahí, en sus quehaceres de cada día tuvieron una experiencia transformadora con el Jesús resucitado. Los encuentros que uno tiene con Dios raramente ocurren en esos momentos o lugares “especiales,” sino en lo ordinario de la vida. Esto subraya la idea de que lo sagrado se encuentra en lo cotidiano, y no necesariamente en esos momentos en la cima del monte.

La obediencia a su llamado es y debe ser la respuesta al encuentro con el Señor. Pero al llegar al cumplimiento del mandato, nos encontramos con que lo que hemos necesitado ya nos ha sido dado por gracia; no por nuestros esfuerzos. El mismo Jesús que dio el Espíritu en Juan 20:22 es quien da su gracia para cumplir su mandato. Si combinamos esto con el simbolismo litúrgico que también hemos notado en este texto, vemos que este mismo Señor es quien además se hace presente en el pan y el vino a través del Espíritu. 

El intercambio entre Pedro y Jesús en los vv. 15-19 sirve para cerrar el episodio en el que Pedro negó al Señor tres veces en Juan 18:17.25.27. En esta cultura mediterránea, cuando se ha mostrado una deslealtad o deshonra, la reconciliación solamente es posible por algún acto de satisfacción hecho de parte del ofensor. ¿Pero qué clase de satisfacción pide Jesús? Pedro afirma su amor tres veces y recibe el encargo de servir como pastor de las ovejas de Jesús. Esto re-establece a Pedro en su posición como líder de la comunidad de discípulos y muestra que durante el primer siglo Pedro tenía un lugar preeminente entre y aparte de los otros apóstoles, hecho que los otros evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles también testifican. La conclusión del texto nos indica que fue escrito a la luz del martirio de Pedro, quien, como nos cuenta la tradición (confirmada por los estudios arqueológicos hechos en Roma en el último siglo), fue crucificado por el emperador Nerón en la colina del Vaticano cerca del año 64 DC. Esto nos indica que Pedro se mantuvo fiel como discípulo y pastor a este encargo del Señor.