Decimosexto domingo después de Pentecostés

A todos/as nos gusta una buena historia y especialmente cuando va acompañada de una moraleja que encapsula una enseñanza transformadora.

Matthew 20:14
"Take what belongs to you and go; I choose to give to this last the same as I give to you." Photo by Rachael Gorjestani on Unsplash; licensed under CC0.

September 20, 2020

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Comentario del San Mateo 20:1-16



A todos/as nos gusta una buena historia y especialmente cuando va acompañada de una moraleja que encapsula una enseñanza transformadora.

Las parábolas de Jesús procuran que quien oye capte un mensaje difícil de aceptar. A través de una ilustración vívida, Jesús desea convencer a sus oyentes para que vivan de acuerdo con los principios del reino de los cielos. En la parábola de los obreros de la viña, Jesús recapitula la importancia de permitir que la gracia de Dios gobierne sobre nuestras vidas de tal manera que tratemos a otros/as con equidad divina.

En el contexto literario del evangelio de Mateo, esta parábola continúa haciendo énfasis en la idea ya expresada al final del capítulo anterior: “Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros” (19:30). Después de escuchar las exigencias que Jesús demanda del joven rico (19:21), con asombro los discípulos preguntan: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (19:25). La parábola desafía las percepciones religiosas que hacen que los discípulos se sientan espiritualmente inferiores cuando comparan sus obras religiosas con las de otros.

Para contrarrestar la baja autoestima espiritual de los discípulos, Jesús les cuenta la historia de un dueño de una viña que contrata a varios grupos de trabajadores. Leer esta parábola siempre me hace recordar cuando contraté trabajadores que nos ayudaran a mudarnos de apartamento. Recuerdo que temprano en la mañana maneje un camión de U-haul al Home Depot donde estaba seguro de que encontraría hombres dispuestos a comprometerse para un día de trabajo. Y así fue. Casi en cuanto estacioné, ya tenía un grupo de hombres listos para ofrecer sus servicios para ganarse el sustento económico de ese día. Después de acordar el precio por su labor, comenzamos a trabajar, y yo me uní a ellos esperando terminar más pronto.

Quienes hemos hecho este tipo de contratos verbales con jornaleros entendemos cómo pronto nos podemos convertir en mayordomos exigentes que esperamos recibir la productividad equivalente al sueldo que acordamos pagar. Recuerdo que cuando menos me daba cuenta, estaba evaluando el rendimiento laboral de los trabajadores. ¿Acaso no podían trabajar con más prisa y tomar menos tiempo de descanso o cargar más artículos en cada viaje? Cuando quebraron un espejo y rayaron unos muebles intentando apresurarse, mi mente entretuvo el pensamiento de que debería pagarles menos de lo acordado, pues sería la justa recriminación por su falta de cuidado. Tal es y ha sido la típica ética contractual que busca pagar el sueldo equivalente a las horas trabajadas y en ocasiones hasta intenta robar al trabajador la justa remuneración por su honroso trabajo.

En la parábola de los obreros que cuenta Jesús, podemos observar una dinámica distinta que opera según la ética del reino de Dios y no los valores de este mundo. El dueño de una viña sale temprano a contratar a un equipo de obreros y acuerda con ellos el sueldo de un denario que equivalía el salario promedio que podía esperar cualquier jornalero (vv. 1-2). Después, al ver un grupo de trabajadores desocupados, los contrata a las nueve de la mañana (vv. 3-4), repitiendo lo mismo a medio día y nuevamente a las tres de la tarde (v. 5). Por último, ya siendo las cinco de la tarde, contrata a otro equipo para que trabaje hasta la puesta del sol (vv. 6-7).

Hasta ese punto, la parábola relata lo que podría ser considerado como un típico día de trabajo. Lo sorprendente sucede en la noche, cuando el dueño de la viña le pide a su mayordomo que les pague a todos un denario, comenzando con el grupo que ponchó tarjeta casi al terminar el día (v. 8). En contraste al asombro positivo que sienten los del turno de las cinco al recibir un denario (v. 9), los trabajadores que comenzaron más temprano se indignan, pues pensaron que recibirían mayor sueldo, no solo porque trabajaron más horas, sino también porque aguantaron todo el día bajo el sol (vv. 10-12). A los ojos de una cultura capitalista, esto pareciera ser una gran injusticia laboral, pero el señor de la viña les recuerda a los obreros que habían convenido trabajar por un denario y él tenía la libertad para hacer con lo suyo como él dispusiera (vv. 13-15).

En el contexto inmediato del evangelio, la parábola sirve para asegurarles a los discípulos que a pesar de su tardío comienzo en la viña del Señor, recibirían la misma recompensa, ya que “los primeros serán últimos y los últimos, primeros, porque muchos son llamados, pero pocos escogidos” (v. 16). A pesar de que otros quizás hubieran acumulado más obras de justicia en el transcurso de su vida, al fin de los siglos el Señor de la Viña recompensaría a todos/as por igual. Esto por supuesto incomodaría a los líderes religiosos de ese día, quienes presumían de su supuesta religiosidad superior. Qué gran enseñanza para aplicar en la iglesia, la de que Dios no hace favoritismo dando mayor gracia a quienes han servido en su viña desde su niñez. La persona recién convertida tiene el mismo galardón que el más famoso predicador o la más prominente pastora.

Además, la parábola tiene una aplicación muy directa en nuestro mundo actual. Vivimos en una cultura que le dice a la persona recién inmigrada: “Ponte al final de la fila, pues nosotros ya hemos trabajado mucho para recibir estos beneficios.” Pero nunca debemos olvidar que los EEUU es una nación de inmigrantes. Con la excepción de los pueblos indígenas que ya vivían aquí, todos hemos llegado a este país buscando una vida mejor para nuestras familias. El haber llegado primero o antes que otros, no nos hace mejores o más dignos/as. Lo que es más, como pueblo de Dios tenemos un desafío mayor, que es el de operar en este mundo bajo la dirección de los principios del reino de los cielos que tanto en el ámbito religioso como el social nos exigen que tratemos a todos/as con la equidad divina que hemos recibido por la gracia de Dios.