Resurrección de Nuestro Señor

¡Ha resucitado!

round stone in obscuring tomb entry
"Who will roll away the stone for us from the entrance to the tomb?" (Mark 16:3). Photo by Fr. Daniel Ciucci on Unsplash; licensed under CC0.

April 4, 2021

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Comentario del San Marcos 16:1-8



Lo primero que llama la atención de este pasaje, si estamos pensando en la fecha tan especial en la que lo anunciamos, es su abrupto final: “Ellas [las mujeres que fueron a ungir el cuerpo de Jesús tras tres días fallecido] salieron huyendo del sepulcro, porque les había entrado temblor y espanto; y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo” (v. 8). Tan abrupto es que escribas y lectores posteriores sintieron la necesidad de añadir un final algo más comprensible, más amable, para acabar con una nota positiva. De manera que se añadieron dos finales (uno corto y otro más largo) que la mayoría de nuestras Biblias recogen hoy día, aunque seguramente entre paréntesis o con algún pie de página que indique que estos no se encuentran en los manuscritos más antiguos que poseemos del evangelio de Marcos. Existe incluso un añadido que niega de rotundo el verso final (v. 8) mencionado arriba y que dice en vez: “…pero sin demora ellas anunciaron a Pedro y a sus compañeros todos estos mandatos…”

No sabemos a ciencia cierta si el autor de este evangelio quiso concluirlo de esta forma o si, por avatares de la historia, se perdió su final. Sea cual fuera la razón, lo que sí sabemos es que los manuscritos más fiables nos dicen que el evangelio acaba con el silencio de las mujeres a causa del miedo, aunque anteriormente no parecían atemorizadas cuando pronto por la mañana en ese primer día de la semana se preparaban para ungir el cuerpo de Jesús, aunque la duda de cómo mover la piedra de la entrada ya asaltaba sus mentes (v. 3).

Estas mujeres, María Magdalena, María la madre de Jacob y Salomé, habían comprado especias aromáticas para llevar a cabo su cometido: ungir un cuerpo que llevaba ya varios días en el frío de la tumba, pero seguramente empezando a descomponerse y por tanto emitiendo un fuerte olor, de forma que su cometido también era útil a quienes sobrevivían y debían pasar cierto tiempo acompañando al cadáver en la cámara funeraria en esta ceremonia. Estas mujeres conocían bien a Jesús, pues le seguían y le servían (15:40-41). Habían presenciado la muerte de Jesús de lejos, pero siempre acompañando al maestro de forma fiel. Habían esperado al final del sábado o día de reposo, en que no se podía trabajar, y habían esperado las primeras luces del día siguiente para ir a la tumba. Al llegar, “vieron removida” (en el original griego se utiliza un verbo en pasivo que suele referirse a la acción divina) a la piedra, que era de grandes proporciones, y vieron a un mensajero joven (o “ángel,” con todas las connotaciones iconográficas que le hemos añadido en la tradición) sentado al lado derecho. Ahí es cuando empiezan a asustarse, quizás no tanto debido a la figura del mensajero cuanto a que se enfrentan a situaciones fuera de lo normal. ¿Quién se sienta en una tumba abierta con una vestimenta que habla de pureza/poder? Ante la mueca de asombro y susto de las mujeres, el joven les dice que no se tengan miedo, que la persona a la que buscan no está en la tumba, “¡ha resucitado!” El mensajero les muestra que el lugar donde se había colocado el cuerpo de Jesús estaba vacío, lo que era una señal de que no estaba muerto, sino vivo, como había predicho.

El ángel-mensajero les manda que sean mensajeras de esta buena noticia: “Id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo” (v. 7). Pedro, quien ha negado a Jesús tres veces a pesar de su gallardía, necesita una palabra especial de ánimo. A veces el fracaso nos paraliza y es necesaria la palabra de gracia para despertarnos de ese letargo.

Ante la tumba vacía, la aparición del ángel-mensajero y la encomienda a dar testimonio de lo que acaban de presenciar, las mujeres se vuelven por su camino llenas de espanto, sin decir nada a nadie porque tenían miedo (v. 8). Algo no encaja en este episodio. Si eran tan temerosas, ¿por qué ir a la tumba sellada y arriesgarse a ser confrontadas por algunos hombres? Jesús no muere crucificado por sus bondades, sino que es crucificado como un criminal, justo lo que las huestes romanas quieren comunicar con tal cruenta forma de ejecución: “Que nadie se atreva ni siquiera a pensar en sedición o soliviantar a las masas. Este es el final lógico de aquellos que así piensen.”

Y, sin embargo, ante el miedo y el silencio de las mujeres, la historia de la resurrección de Jesús, la promesa de vida, de misión, de continuación del mensaje del Reino. No se puede, creo, usar este pasaje para denostar el papel de las mujeres, como si fueran cobardes o no dignas de ser testigos del mensaje. Ellas no son diferentes de los discípulos varones quienes, simplemente, parecen haberse recluido en la seguridad de la casa por temor a las consecuencias que se vienen. Los seres humanos, ante lo sorprendente, nos quedamos atemorizados, sin capacidad de respuesta. Este pasaje refleja sin duda la reacción típica que tenemos ante lo inesperado, prueba fehaciente de que la resurrección de Jesús que hoy celebramos fue un acto que puso a prueba incluso la fe de sus seguidores. Con todo, la resurrección no se vuelve un momento cumbre donde construimos un altar y adoramos, sino que supone el principio de la relectura de la vida y muerte de Jesús en esta nueva luz. Adoramos al “Dios inmortal que sin embargo muere,” al que ha vencido todos nuestros temores y al “último enemigo,” como dirá el apóstol Pablo: la muerte. Es, en este domingo de resurrección, en compañía de las mujeres que huyeron en silencio y de los discípulos que se quedaron al resguardo de la casa, que proclamamos en todos los rincones que alguien no calló, alguien tuvo por fin el coraje de contar que la tumba había quedado vacía, “tal y como él dijo.” Hay tanto aún que no comprendemos de la resurrección, tantas preguntas sin respuesta, y sin embargo seguimos en esa estirpe de torpes discípulos y discípulas que sabemos no obstante que la historia ha cambiado de rumbo. No es fácil, a menudo, dar testimonio de un acto tan sorpresivo e inesperado en nuestra sociedad tan incrédula. Podemos dejar que esto nos atemorice y nos haga volvernos en silencio o podemos recibir el coraje para ser testigos de vida y “si hace falta, usar también palabras.”

“¡Ha resucitado!” es el lema de una nueva forma de vida que da sentido a todo lo que hacemos. Gracias a Dios por concluir su misión a nuestro favor y confiarlo a personas falibles como nosotros/as. ¡Aleluya, ha resucitado!