Decimotercer Domingo después de Pentecostés

El texto para este domingo nos permite reflexionar sobre la insospechada y escandalosa cercanía de Dios en la cotidianidad de la vida y las limitaciones humanas para reconocerlo.

August 26, 2012

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Comentario del San Juan 6:56-69



El texto para este domingo nos permite reflexionar sobre la insospechada y escandalosa cercanía de Dios en la cotidianidad de la vida y las limitaciones humanas para reconocerlo.

El relato se ubica en la última parte de un largo discurso (vv. 26-70) que procede en intercambios con distintos interlocutores: la multitud (vv. 26-40); “los judíos” (vv. 41-59); los discípulos (vv. 60-65); y los doce (vv. 67-70). Este discurso es particular del evangelio de Juan, no aparece en los evangelios sinópticos, y se ubica después del relato de “la alimentación de los cinco mil” (vv. 1-15), que en Juan, también particularmente, sucede en el tiempo de pascua (v. 4). Es importante tener en cuenta este contexto para poder desentrañar posibles mensajes en el pasaje que nos ocupa.

El dato de la cercanía de la pascua acompaña el discurso en el sentido en que se establece un paralelismo implícito entre la primera pascua y esa pascua; el pueblo en el desierto alimentado con el maná del cielo por Moisés y la alimentación de la multitud con el pan por Jesús; la carne y sangre del cordero pascual y la carne y sangre de Jesús. Al mismo tiempo, a medida que los interlocutores van cambiando, se van dando distintas identificaciones de Jesús y él va revelando gradualmente su identidad –en un lenguaje impregnado del simbolismo pascual y las memorias del éxodo1— hasta llegar a una confesión final en labios de uno de los doce en el cierre del relato.

La multitud a la que había alimentado lo identifica con el “profeta que había de venir al mundo”; es más, Jesús percibe que pueden intentar “hacerlo rey” (vv. 14-15). La referencia de la gente al maná de Moisés, el “pan del cielo,” hace progresar la identificación: el verdadero “pan del cielo” proviene del Padre, el pan de Dios “es el que descendió del cielo y da vida al mundo” (vv. 31-33),  y –cuando le piden de ese pan– Jesús afirma: “yo soy el pan de vida” (v. 35), “he descendido del cielo” (v. 38). Los judíos de la sinagoga de Capernaúm rechazan esta auto-identificación de Jesús; para ellos es “el hijo de José, cuyo padre y madre nosotros conocemos” ¿¡cómo puede decir entonces que bajó del cielo?! (vv. 41-42). De todos modos, Jesús aún va más lejos en sus afirmaciones; él es el pan, y el pan que les entregará es su carne que dará “por la vida del mundo” (vv. 50-51) –pero sus interlocutores continúan sin entender… ¿comer su carne? (v. 52). Y, aún más lejos los desafía Jesús: para tener vida es necesario comer su carne y beber su sangre porque éstas son “verdadera comida” y “verdadera bebida” (vv. 53-55). Así llegamos al texto que hoy nos ocupa:

En los vv. 56-59 Jesús termina su discurso en la sinagoga;  por tercera vez, repite su anuncio para que no haya dudas: “quien come mi carne y bebe mi sangre”… Es más, en las dos últimas veces,  ya no es “comer” (phago) el verbo utilizado sino, literalmente, “triturar,” “roer” (trogo)  (vv. 54 y  56). El relato introduce nuevamente en boca de Jesús, la comparación entre la generación que fue liberada de Egipto y comió el maná en el desierto y esta nueva generación ante una nueva situación: si aquellos murieron, “el que come este pan vivirá eternamente” (v. 58).

En los vv. 60-67 enfrenta a sus discípulos que murmuran sobre la dureza de sus palabras (v. 61), y les plantea aún algo más escandaloso: ¿qué si vieran “al Hijo del hombre subir a donde estaba primero”? (v. 62). Y allí plantea una clave para entender (o no entender) lo que estaba en juego: hay dos maneras para “registrar” las cosas, según el espíritu o según la carne; es decir, como vienen de Dios o como proceden de nuestras especulaciones humanas. Las palabras de Jesús “son espíritu y son vida” pero, aún así muchos de entre los discípulos no creen y dejan de seguirlo (v. 66). Jesús se dirige, entonces, a sus más cercanos (v. 67).

En los vv. 68-69 recibe de boca de Pedro una confesión en nombre de los doce: han creído sus palabras y han conocido; esto les permite identificarlo como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente.”

Para pensar en la predicación:
Hay aspectos a los que el relato nos permite asomarnos y que pueden inspirarnos para la predicación. A ese efecto, aquí enumero algunos seguidos de varias preguntas.

1. En el Evangelio de Juan no hay una institución de la cena del Señor y es inevitable que, a pesar de su ubicación en la totalidad del texto, este pasaje esté atravesado de significación sacramental. Pero, a la vez, hay en el texto una referencia constante a la encarnación de Dios. Es importante ver cómo la progresión en las identificaciones de Jesús que se da en el capítulo 6, se observa también desde el inicio del Evangelio: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad” (1:14); es así que ahora nos hallamos ante Jesús que da su carne por la vida del mundo (vv. 50-51) y, más aún, es necesario comer su carne y beber su sangre para permanecer en él y él en nosotros y nosotras (v. 56). La cena que la comunidad cristiana celebra es posible sólo a la luz de Dios hecho carne; roído, triturado, que da la vida por la vida del mundo.

2. Las identificaciones progresivas de Jesús dentro del contexto mayor del pasaje, develan cada vez “algo más” pero que no niegan lo previo, sino que lo resignifican: Era el “profeta que había de venir al mundo,” y era también “el hijo de María y José” conocido por los vecinos de Capernaúm, pero aquí, hace un anuncio impensable: él va a entregar su carne y sangre por la vida del mundo. Eso que esperaban y creían conocer, debía ser re-conocido. Sólo el Espíritu puede permitirnos creer y conocer que haya vida en medio de la muerte; que en el horror y la dureza de la carne sufriente y la sangre derramada –el pan y el vino de nuestra cotidianidad humana– podamos percibir que Dios está, escandalosamente, más cerca de nosotros y nosotras que nosotros mismos. Sólo el Espíritu puede permitirnos creer y reconocer en las palabras duras y perturbadoras de este anuncio a un Dios que “se da para la vida del mundo.”

3. El orden de los términos “creer” y “conocer” no es aleatorio; apunta al hecho de que el conocimiento del Cristo no es un proceso de búsqueda y esfuerzo epistemológicos, sino lo que se nos concede cuando escuchamos y creemos sus palabras.

4. Quienes encuentran duras las palabras de Jesús son sus discípulos, no la multitud en general. Escandalizarse, irse o quedarse, son situaciones que acompañan la “vida cristiana.”

¿Cuánto hace que Jesús no nos ofende? ¿Nos permitimos escuchar aquello que insulta nuestras expectativas domesticadas? ¿Dejamos que la dureza de la palabra del evangelio nos arranque de nuestras especulaciones y murmuraciones? Cuando muchos se escandalizan y se vuelven atrás, ¿abrimos nuestra comunidad al Espíritu para que se trastoque nuestro registro opaco de las cosas?

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1J. Severino Croatto elabora en detalle estas comparaciones en el artículo “Jesús a la luz de las tradiciones del Éxodo. La oposición Moisés/Jesús en Jn 6” en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana 17 (1994), 35-45.