Vigésimo Segundo Domingo después de Pentecostés

A la parábola en cuestión se le ha atribuido diversos títulos, cada uno de los cuales enfatiza perspectivas y aplicaciones distintas e importantes de la perícopa.

November 13, 2011

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Comentario del San Mateo 25:14-30



A la parábola en cuestión se le ha atribuido diversos títulos, cada uno de los cuales enfatiza perspectivas y aplicaciones distintas e importantes de la perícopa.

Las tradiciones protestantes históricas, que utilizan, por ejemplo, versiones como la Reina-Valera 1960, conocen esta parábola como la Parábola de los Talentos. Traducciones más de avanzada, realizadas en los años luego del Concilio de Vaticano II, y a la altura de las cooperaciones ecuménicas locales en Latinoamérica de los años 1960s y 1970s, como la versión Dios Habla Hoy, darán a conocer el texto como la Parábola del Dinero. Traducciones más contemporáneas, como la versión Reina-Valera Contemporánea, identificarán la perícopa que consideramos en esta ocasión como la Parábola de los Sirvientes o como la Parábola del Siervo Negligente.

Como es de esperarse, cada uno de estos títulos enfoca la narrativa en tres circunstancias distintas que son importantes considerar. Sin embargo, el titular de esta manera la parábola vicia irremediablemente nuestro acercamiento al texto. Como exégetas bíblicos, tenemos la responsabilidad a la contextualización del texto. Este contextualizar tiene tres partes que son particularmente útiles en la interpretación de cualquier texto en los evangelios:

1. El contexto de la narración — Los evangelios son recuentos de discursos y otras enseñanzas, interacciones de Jesús con individuos y multitudes, y otros eventos de la vida de Jesús. Estas enseñanzas e interacciones sucedieron en y responden a contextos particulares. Es imprescindible no sólo entender la profundidad teológica de las enseñanzas o acciones de Jesús, sino en el ambiente en que suceden, y como impactan este ambiente.

2. El contexto de la audiencia original — Si bien es cierto que los evangelios son recuentos de la vida de Jesús, los recursos utilizados para verificar estas acciones y las estructuras narrativas que utilizan cada evangelio con distintas. Esta diversidad entre las estructuras y énfasis de cada evangelio es porque cada uno de los escritores escribió con una audiencia en particular en mente — comunidades de fe cristiana de finales del siglo I y comienzos del siglo II. Si bien es cierto que es motivo de agradecimiento y asombro el poder que tienen estos textos para animar la fe cristiana, miles de años después, estos evangelios (y los demás escritos en el Nuevo Testamento) no fueron escritos precisamente con nosotros en mente. Es por esta razón que es necesaria la comprensión de los contextos de estas audiencias originales.

3. El contexto de la audiencia contemporánea — El estudiar las sagradas escrituras, y al preparar sermones basados en la misma, no es posible pensar en generalizaciones interpretativas o en aplicaciones genéricas. La predicadora y el predicador (al igual que los evangelistas y epistolarios del siglo I) estarán enseñando y animando a comunidades con circunstancias, problemáticas y esperanzas particulares. El Espíritu Santo — inspirador de los textos sagrados y de la proclamación actual – ha provisto y continuará proveyendo sabiduría para esta tan importante labor profética.

Al pensar en el tema de lo que esperamos y lo que hacemos en medio de la espera, me parece que esta parábola provee mucha más riqueza teológica y práctica que la interpretación común del texto. Ciertamente se puede concebir una relación paralela entre los talentos con los dones del espíritu, y como cada creyente está llamado/a a la valientemente utilización del don (o dones) recibido. Si partimos de la premisa de que la palabra original en griego que traducimos a siervo realmente significa esclavo, también podríamos hacer la conexión de que el llamado a invertir el don de gracia recibido no es un simple llamado o invitación, es una responsabilidad que no podemos eludir, es decir, simplemente nos toca.

Pero más allá de estas interpretaciones, existe un valor particular en adentrarnos en el contexto original de la parábola, y de los retos que esta contextualización podría proveerle a la iglesia de hoy. Al hablarse de talentos en el siglo primero, se refería a una fuerte suma de dinero. Un talento concebía el valor de unos 6,000 denarios. Un denario era el valor de un jornal — de un día de trabajo. Es decir, un talento representaba entre 15 y 16 años de trabajo. Este hombre, al irse a un largo viaje, le confía no sólo mucho dinero, sino una fuerte suma a esclavos. En muchos casos, la esclavitud en la Roma del siglo I sucedía como forma de repago a una deuda adquirida. El esclavo tendría que trabajar la cantidad adeudada antes de lograr su “libertad”. ¿Qué haría cualquier individuo si, adeudando altas sumas de dinero, se le diera una fuerte suma para administrar? Una sabia inversión de estos fondos podría lograr la multiplicación del dinero, de tal manera, que se podría devengar tal ingreso lo suficiente para garantizar el principal, y proveer ganancias que nos sólo suplan al interés pensado, sino cubriendo efectivamente lo adeudado, logrando así la libertad.

Pienso que al ver el texto desde esta perspectiva, las aplicaciones espirituales y sociales son evidentes y profundas. Dios le da a los creyentes y a la iglesia–individuos pecadores–el valioso don de la gracia. Hay buenos siervos y siervas cuyas acciones capitalizan sobre el don recibido, creciendo ellos en libertad, y compartiéndola con muchos otros. Hay otros y otras que creen en un Dios vengativo, y esconden su experiencia de fe. Su fin, según el texto, será llanto y terror — esclavitud.

También pienso en la situación económica y política del mundo. A la iglesia se le ha confiado un sinnúmero de recursos valiosos–a veces financieros, a veces de físicos, ciertamente humanos–por los cuales se nos pedirá cuenta. ¿Estamos utilizando prudentemente estos recursos, y capitalizando en mensajes y acciones de esperanza, justicia, amor y salvación, o somos víctimas de un infundado temor a Dios que nos lleva a la preservación y al anquilosamiento? Quiera Dios seamos encontrados buenos y fieles en nuestras acciones y proclamaciones. Recordemos, no sólo esperamos la consumación del reino de los cielos, tenemos mucho que hacer durante la espera.