Decimotercer Domingo después de Pentecostés

Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces se debería perdonar a un miembro de la comunidad que peca contra él.

September 11, 2011

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Comentario del San Mateo 18:21-35



Pedro le pregunta a Jesús cuántas veces se debería perdonar a un miembro de la comunidad que peca contra él.

En realidad es una preocupación comunitaria y Pedro está simplemente actuando como el portavoz de la misma. Su sugerencia, siete veces, es generosa ya que el número siete representa perfección o al menos una cierta plenitud. La respuesta de Jesús elimina todos los límites al perdón, ya que setenta veces siete (otra posible traducción es setenta y siete veces) no apunta a un número exacto pero más bien a que hay que perdonar siempre.

El perdón ilimitado puede parece demasiado idealista. ¿Cómo es posible seguir perdonando a la persona que continúa ofendiéndonos o haciéndonos daño? Pero si tenemos en cuenta los vv. 15-20, tal vez lo que Jesús está diciendo es que no deberíamos ponerle límites al proceso comunitario de perdón. El resultado depende de si la otra persona “escucha” (akouse, en vv. 15, 16 y 17), es decir, reconoce su error y se arrepiente, como bien lo expresa el pasaje paralelo de Lucas 17:1-3: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo.” Si la persona se arrepiente, debemos perdonar tantas veces como fuera necesario. Nuevamente es Lucas quien nos ayuda a entender el espíritu del pasaje: “Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces al día vuelve a ti, diciendo ‘Me arrepiento’, perdónalo.” Se trata de la misericordia de la cual nos habla la parábola de los vv. 23-35. Es una parábola que habla de un rey gentil y sus esclavos y que dice que uno de ellos, después de que el rey le perdonara una enorme deuda, se niega a cancelarle una pequeña deuda a uno de sus compañeros esclavos, una deuda ridícula en comparación a la suya propia. Al ser informado el rey retira su perdón (¡algo que Dios nunca haría!) y pone al siervo malvado en la cárcel para que lo torturen hasta que pague su deuda.

Mateo ha alegorizado, y por lo tanto espiritualizado, una parábola cuyas connotaciones son principalmente socio-económicas, pues nos habla de la experiencia de endeudamiento por parte del campesinado a manos de los terratenientes de turno. El no poder pagar sus deudas hacía que los campesinos perdieran sus tierras, que proveían el sustento económico para ellos y sus familias. Al serles perdonadas sus deudas, estas personas recuperaban su posición social y su autonomía económica, siendo así restauradas a la vida de la comunidad. Si bien es cierto que en esta parábola el deudor es el siervo de un rey y que la deuda es muy elevada (un campesino jamás podía llegar a deber diez mil talentos), el ejemplo todavía le sirve al evangelista para ilustrar cómo debe funcionar el perdón en la comunidad.

Es sumamente problemático hacer una correlación directa entre el rey y Dios porque tendríamos que admitir que Dios es un Dios que se arrepiente de su perdón y que ejerce violencia en contra de quienes ofenden a Dios. Es mejor tratar de entender cuál es el propósito por el cual Mateo utiliza esta parábola, que dicho sea de paso, no figura en los otros evangelios. Al igual que en el sermón del monte, donde Mateo cambia “Bienaventurados los pobres” por “Bienaventurados los pobres en espíritu,” acá Mateo utiliza un ejemplo extraído de la cultura de su tiempo para referirse a una situación en su comunidad. El perdón de las deudas es utilizado como analogía para el perdón de los pecados, el cual restaura al individuo a la vida comunitaria.

Pero notemos que para que haya perdón debe primero haber un verdadero arrepentimiento. Posiblemente esto se deba al hecho de que algunas personas se estaban abusando de la bondad de otras y continuaban ofendiendo a sus hermanos y hermanas con el pretexto de que si Dios siempre perdona, entonces ellos también tenían que hacerlo. De esta manera quienes tenían menos poder en la comunidad eran siempre las víctimas de quienes sí lo tenían, especialmente cuando la reconciliación se negociaba en privado. Por eso se exige la presencia de dos o tres testigos y, si esto no funcionaba, la de toda la congregación. Esto protegería a los miembros más débiles, haciendo posible un perdón justo y duradero.

El v. 35 es evidentemente parte de la redacción de Mateo, quien está tratando de no dejar ninguna duda acerca de cuál es el punto principal de  la parábola: Dios perdona en la medida en que nosotros/as también perdonemos (cf. 6:14-15). Esta teología del perdón suena un tanto legalista, pero en realidad no lo es ya que el perdón en la comunidad cristiana es una respuesta al perdón que Dios ha otorgado a cada creyente. En otras palabras, es una respuesta al amor de Dios, a su misericordia.

Este pasaje tiene aplicaciones bien prácticas en la vida no solo de nuestras congregaciones, sino tammbién de nuestra sociedad. Sabemos muy bien cuáles son las consecuencias de un perdón apresurado y sin costo alguno para el ofensor. Esto lo vemos en todos los niveles de nuestra vida comunitaria: en la familia, en la iglesia, en las instituciones de nuestra sociedad, en las relaciones internacionales, etc. Siempre los más poderosos parecen sacar ventajas de un perdón negociado según sus propias conveniencias. El esposo que golpea a su mujer continúa haciéndolo aduciendo que ella, como buena cristiana, debe perdonarlo siempre; el empleador sigue robándole el salario al empleado indocumentado aduciendo que este necesita de su trabajo para poder vivir y que él, el empleador, está realmente haciendo una buena obra simplemente al darle trabajo; las naciones ricas y poderosas realizan pactos económicos con las más pobres y subdesarrolladas (como es el caso de NAFTA) sobre la premisa de ayudarlas en su desarrollo económico, cuando en realidad se están beneficiando a costa del sufrimiento de los pobres y de la destrucción de sus culturas. Lo que es necesario en estos y en otros casos no es una actitud de perdonar y olvidar, sino más bien de recordar y arrepentirse. De esta manera, se protegerán los derechos de los más débiles, “uno de estos pequeños que creen en mi,” según dijo Jesús.