Decimosexto domingo después de Pentecostés

Culpas y deudas excesivas

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September 17, 2023

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Comentario del San Mateo 18:21-35



Aproximaciones al texto

Las terribles imágenes de Bucha en Ucrania están grabadas a fuego en nuestra memoria: cuerpos en las calles y en los sótanos, mujeres traumatizadas, casas destruidas por dondequiera que mire el ojo. Una mujer habla por un micrófono entre lágrimas: “Nunca en mi vida podré perdonar esto.”

Un médico se sube a su coche después de una alegre fiesta con mucho alcohol y quiere conducir hasta su casa. Tiene un accidente frontal y mata a dos personas. Él mismo yace en el hospital con la cadera rota. Le surgen preguntas que le llevan a la desesperación: ¿Cómo voy a seguir viviendo con esta culpa? ¿Cómo puedo perdonarme a mí mismo?

Se trata de la culpa, pero también de las deudas. Cobro o condonación de las deudas: el futuro de países enteros, especialmente en el llamado Tercer Mundo, está ligado a esta cuestión. Las cuestiones de la deuda y el perdón son elementales. De ellas depende que la vida se abra de nuevo o se hunda en la oscuridad para siempre.

Observaciones sobre el texto

El texto para este domingo forma parte del discurso eclesiástico de Jesús (18:1-35), en el que el evangelista Mateo recopiló las normas de Jesús para la organización interna de la comunidad. Estas reglas están claramente orientadas hacia el esperado reino de Dios. Hay dos preguntas centrales de los discípulos de Jesús a las que éste responde: la pregunta sobre quién es el mayor en el reino de los cielos, es decir, la pregunta sobre la jerarquía interna de la comunidad (18:1-20), y la pregunta de Pedro sobre cuántas veces hay que perdonar a un hermano o hermana, es decir, la pregunta sobre la resolución de conflictos internos en la congregación (18:21-35).

“Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?,” pregunta Pedro, convirtiendo el perdón en una cuestión matemática. En alguna parte debe haber un límite para el comportamiento culpable reiterado. Al hacerlo, incluso va más allá de su tradición judía. En el Mishnatraktat Yoma del Día de la Expiación Yom Kippur, el rabino José ben Yehuda sólo habla del perdón tres veces: “Si alguien comete un pecado una vez, se le perdona; la segunda vez también se le perdona; la tercera vez también se le perdona; la cuarta vez ya no se le perdona, porque dice (Amós 2:6): Así dice el Señor: Por los tres pecados de Israel, por los cuatro, no lo desharé.”¹ La respuesta de Jesús de perdonar 490 veces (70×7) apunta al perdón ilimitado en el horizonte del Reino de Dios.

Para dejar esto claro, Jesús enuncia después la parábola del deudor despiadado. El rey de la parábola es un gobernante absoluto que, evidentemente, tiene el poder de obligar al pago de las deudas sin recurrir a los tribunales. 

La enorme suma de 10.000 talentos (=100 millones de denarios; 200 denarios era la ganancia anual de un jornalero en la agricultura) sólo pueden ser impuestos reales que el esclavo (no un simple sirviente) debía recaudar como administrador financiero. Podía recaudar el pago con el encarcelamiento y la venta de la familia a la esclavitud por deudas, así como con la tortura. El segundo esclavo, que debe 100 denarios, es, al parecer, un subordinado del primero, que debía recaudar las cuotas de los pobres. Así, la parábola retrata las condiciones sociales de la época, la economía financiera y la brutalidad del sistema imperante. Sin embargo, la palabra “deuda” (raíz griega opheilo) también se hace eco de la petición en el Padre Nuestro “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6:12). Así que nuestras deudas con Dios son como estas deudas financieras. Son excesivas y no podemos pagarlas, pero Dios perdona.

Sin embargo, cuando al final la historia pasa del rey al Padre celestial, se produce una flagrante contradicción. En lugar de perdonar 70 veces siete, como exigía Jesús, Dios respondería ahora con el encarcelamiento y la tortura. Esto supone un reto para la reflexión teológica sobre la comprensión de la parábola.

Interpretación teológica

La parábola no debe interpretarse alegóricamente, es decir, movimiento a movimiento. Si así lo hiciéramos, se llega a una imagen contradictoria y desgarrada de Dios: aquí el perdonador sin límites, allí el juez implacable y brutal. La parábola se entiende mejor a partir de su empuje: la culpa inconmensurable no se puede saldar ni compensar en última instancia. Necesita una liberación de la culpa tanto externa como interna. Sólo puede ser perdonada como lo hace el rey de la parábola o Dios. Esto abre el camino a una nueva vida y también a una nueva convivencia. Como cristianos/as, debemos responder a la acción perdonadora de Dios. Este es el objetivo del mensaje de Jesús en el contexto del discurso eclesiástico de Mateo 18. 

Esto queda impresionantemente claro en la parábola. El primer esclavo recibe el perdón, pero no lo transmite. Automáticamente lo percibimos como duro de corazón e injusto. Este comportamiento no se corresponde con el reino de Dios. Hasta entonces, la parábola es coherente con la respuesta inicial de Jesús a Pedro (v. 22). Debemos mantenernos en esta línea de interpretación y no continuar alegóricamente con la tortura y el pago (v. 34), que corresponde a un gobernante terrenal, sino con el reino de los cielos, en el que, ciertamente, también se exige responsabilidad. La parábola traslada nuestra indignación por la crueldad del primer esclavo a la ira de Dios. Esto es psicológicamente comprensible, pero no debe destruir la imagen escatológica de un Dios misericordioso, sanador y reconciliador.

Por último, Jesús también pretende con esta parábola que no dividamos nuestro comportamiento en el mundo y en la comunidad en dos esferas: el mundo del domingo con las normas del cielo y el mundo de la vida cotidiana con las normas de la tierra. Especialmente en contextos civiles, a menudo se aplican normas diferentes. Aquí el amoroso padre de familia, allí el despiadado hombre de negocios; aquí la madre solícita, allí el ciudadano xenófobo. Jesús lo deja claro con su parábola: no debe ser así en sus comunidades. No separen las dos esferas. Su comportamiento debe estar de acuerdo con la misericordia de Dios. 

Decisiones homiléticas

La intención del sermón podría ser, por una parte, asegurar a la congregación que nosotros/as mismos/as vivimos de la misericordia y el perdón de Dios y, por otra, animar a las personas a transmitir este perdón a los demás.

En consecuencia, la tarea del sermón consistiría en encontrar ejemplos concretos de nuestros enredos en la culpa. Un ejemplo podría ser cómo vivimos en dos esferas, en el mundo de la vida cotidiana con sus leyes y costumbres y en el mundo de los domingos y días festivos con la asistencia a la iglesia y la oración. Además, la prédica requeriría ejemplos concretos de cómo puede ser la acción liberadora y misericordiosa en nuestras relaciones cotidianas. Para ello puede utilizarse el propio entorno de la congregación.

Una peculiaridad del sermón sería abordar la dimensión social y política de la culpa, a saber, el problema de la deudas y la condonación de la deudas de los llamados países en desarrollo, así como el trabajo de reconciliación entre los pueblos.


Notas:

  1. Babylonischer Talmud Joma 86b, citado por Lazarus Goldschmidt, Der babylonische Talmud, vol. III (1930), Nachdruck (Berlin: Jüdischer Verlag im Suhrkamp Verlag, 2002), 1024.