Tercer Domingo de Pascua

Caminos de Emaús de entonces y de hoy

dirt road in a desert
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April 23, 2023

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Comentario del San Lucas 24:13-35



Sin pretender introducirnos aquí en el detalle académico pormenorizado sobre el tema, podemos, sin embargo, señalar, sin riesgo de incurrir en una afirmación precipitada, que resulta ya consenso entre los estudiosos del Nuevo Testamento concluir que el evangelio de Marcos sería el más pretérito de los evangelios canónicos. Si esto es así, como creemos que efectivamente lo es, surge entonces la pregunta de por qué los demás evangelios han creído menester incluir una serie de apariciones del Resucitado no consignadas en el evangelio de Marcos. ¿Es que, acaso, han estimado que el segundo evangelio ha resultado incompleto en relación con tales apariciones, de modo que se han visto en la necesidad de complementarlo? ¿Es que han tenido acceso, asunto que parece lo más seguro, a sus propias y particulares fuentes, fuentes no consignadas en Marcos, y que habrían respondido de mejor manera a sus propias necesidades comunitarias, su Sitz im Leben?

Cierto es que no podemos en este breve estudio sobre Lucas 24:13-35, correspondiente al Tercer Domingo de Pascua, dirimir todas estas temáticas que siguen ocupando la atención de los investigadores más destacados. Empero, y sin negar por un solo momento la complejidad de tales materias, nos parece que no sería controversial decir que el conjunto de todos estos textos evangélicos constituye el acervo de aquello que conocemos como los relatos de las apariciones del Crucificado y, en consecuencia, el gran depósito de la fe de la iglesia cristiana. Precisamente, entre estos relatos post pascuales que vienen a ampliar, complementar y a enriquecer la tradición del evangelio de Marcos, despunta, por su singularidad y profundidad, el así llamado relato del “Camino de Emaús” que nos ofrece el evangelio de Lucas, sobre el cual pasamos ahora mismo a delinear sus coordenadas fundamentales.

Un anhelo humano al que es necesario morir, para que la esperanza divina pueda finalmente resurgir (vv. 13-24)

Un nuevo peregrino se suma al camino hacia Emaús (vv. 13-16): Se inicia nuestro relato con la caminata de dos discípulos rumbo a la aldea de Emaús. Lucas nos revela el nombre de solo uno de ellos, Cleofas. Pronto se les sumará un nuevo peregrino, el Jesús resucitado, pero los dos discípulos no lo pueden reconocer.

La muerte de un sueño que inunda de tristeza el corazón (vv. 17-24): Los dos viajeros-discípulos están cegados por la tristeza. Pero, una tristeza ¿sobre qué?, ¿en virtud de qué? Es la tristeza a causa de la muerte de Jesús, su Maestro. Sin duda, pero también la tristeza de un sueño truncado. Aquel que aguardaban que redimiera a Israel de todas sus cadenas y opresiones, incluyendo las de orden político y temporal, había fallecido, había sido asesinado, y ya habían pasado tres días (v. 21). Ni siquiera la noticia del sepulcro vacío había podido disipar esa profunda decepción, esa tristeza del corazón, y esa agonía del espíritu que de momento todo lo embargaba (v. 17).

¡Insensatos y tardos de corazón! (vv. 25-27)

¿Incredulidad obtusa o debilidad en el creer? (v. 25): Para Lutero, el pecado por antonomasia, el que nos hace homo incurvatus in se, es la incredulidad, es decir, no creer que Dios puede cumplir lo que ha prometido, no creer en su bondad, pensar que Dios se ha reservado algo de pura tacañería y, por lo tanto, escoger caminos propios de afirmación, redención, salvación al margen del único camino otorgado por Dios, Jesús, el Cristo, y este Crucificado y Resucitado. Pues bien, ¿ha sido este el tipo de incredulidad que se ha posesionado de los discípulos? No nos parece. Más que esa incredulidad inveterada definida por Lutero, el problema de esos discípulos es la “tardanza para el creer,” producto del dolor, la frustración, el temor, la debilidad de la fe y la decepción.

La explicación de las Escrituras (vv. 26-27): Los vv. 26 y 27 de nuestro texto son la exposición condensada de la gran historia de la salvación. Particularmente aquí se nos comienza a desvelar el gran yerro de los discípulos en la comprensión de esta misma historia salvífica. No han querido aceptar que a la theologia gloriae le precede la theologia crucis; a la resurrección, la crucifixión. De ahí, entonces, el embotamiento de su corazón.

Partimiento del pan, anuncio de la resurrección (vv. 28-35)

Sus ojos son abiertos en el compartir del pan (vv. 28-32): En el compartir y bendecir el pan con el Resucitado sus ojos finalmente son abiertos, y pueden comprender que todo ha ocurrido en plena conformidad con las Escrituras.

Vuelta a Jerusalén y anuncio de la resurrección (vv. 33-35): Si al Crucificado Resucitado se le reconoce por las llagas de la cruz, aquí, en nuestro texto, se le reconoce en el acto de compartir el pan y la explicación de la historia salvífica atestiguada en las Escrituras. Tras el encuentro con el Crucificado, se ha disipado en los dos discípulos la tristeza y el temor, al punto de que pueden regresar a Jerusalén, para testificar de aquella resurrección de su Señor, sin amedrentarse por las represalias de los judíos.

Palabras finales

Sería imposible intentar agotar en un tan breve espacio todas las profundas connotaciones que contiene nuestro relato del camino de Emaús, tanto para la pastoral, el quehacer de la teología y, por supuesto, para la vida práctica de la comunidad y del propio creyente individual. Y, sin embargo, una sola pregunta quisiéramos aquí esbozar: ¿Cuántas veces no hemos recorrido cada uno/a de nosotros/as nuestro propio camino hacia Emaús, cargados/as por las tristezas de sueños rotos, del temor que nos despierta una aflicción aparentemente sin solución y, como si esto no fuera ya suficiente, la angustia, la agonía, la desesperación de no poder ver en todo este amargo trance el rostro de nuestro Señor?

Lo cierto es que, así como el Resucitado acompañó durante todo su trayecto a estos dos discípulos, aun cuando ellos no lo pudiesen reconocer, el Maestro siempre está a nuestro lado, brindándonos su aliento e incondicional amor, incluso cuando nuestros corazones, embotados por la tristeza y el temor, no pueden reconocerlo. El Crucificado Resucitado quiere que nosotros/as también le reconozcamos en el partimiento del pan, en la meditación de su palabra, y en la convicción de que, aunque en este mundo habrá aflicción, él ha vencido al mundo (Jn 16:33) y, por lo tanto, nosotros/as también, por medio de la fe en él, lo hemos vencido con él.