Third Sunday of Advent (Year C)

Con el bautismo comienza al mismo tiempo nuestra liberación y la nueva responsabilidad que tenemos los cristianos hacia la historia del Reino que llegará, pero que ya está aquí, según una de las fórmulas más paradójicas del cristianismo neotestamentario.

December 16, 2012

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Comentario del San Lucas 3:7-18



Con el bautismo comienza al mismo tiempo nuestra liberación y la nueva responsabilidad que tenemos los cristianos hacia la historia del Reino que llegará, pero que ya está aquí, según una de las fórmulas más paradójicas del cristianismo neotestamentario.

Juan nos responsabiliza por nuestras acciones en este tiempo que ya es el tiempo de Dios: una ética sólida es la respuesta a la inquietud de aquellos que escuchan.

Optar por los pobres, repartir nuestros bienes equitativamente–y eso incluye nuestros dones que no deben esconderse y en cambio deben ponerse al servicio de la comunidad. Y en este modo de obrar estamos todos y todas incluidos: los que tenemos mucho, los que tenemos poco, los soldados, los cobradores de impuestos… todos; aún los que nosotros no perdonaríamos, ni pensaríamos incluir en el Nuevo Reino, están invitados a formar parte de él.

Para que llegue el UNO, el Mesías, debemos estar preparados. Para que reine la justicia, debemos ser justos. La fórmula es sencilla. Pero difícil de llevar a cabo.

Ahora bien, nos preguntamos con sinceridad, ¿cómo se puede lograr esto metidos como estamos en un sistema absolutamente injusto, que denigra al que no tiene, lo insulta, lo margina, o lo empuja por el camino de la droga, la ilegal y la legal? Porque, ¿no estamos siendo drogados también a través de los medios de comunicación? ¿No nos quieren convertir solamente en consumidores aislados socialmente? ¿No vivimos en democracias ficticias, donde unos pocos se reparten la riqueza que pertenece a todos?

Pues Juan el Bautista nos insta a obrar éticamente en medio de un mundo injusto.

No es fácil. Nadie lo dice, y mucho menos Juan… pero si cada cual en su lugar cumple con el mandato, comenzaremos a cambiar este mundo y estaremos preparados para recibir la nueva visita…la del Maestro, la del Justo entre los Justos, aquél que es la Vida Eterna, en lugar de vivir un momento iluso de felicidad comprado al precio de nuestras vidas.

Los publicanos eran funcionarios del imperio romano y de las autoridades locales, que recaudaban los impuestos. Desde ese puesto podían hacer su trabajo honestamente, o, muy fácilmente, extorsionar a los pobres, cobrando de más y  quedándose con una tajada. En realidad realizaban un trabajo muy necesario para que el sistema funcionara, pero que abruma al campesinado pobre de Palestina, con impuestos abusivos. Sin embargo, Jesús no los ignora y gana a algunos para su movimiento…Zaqueo, Mateo, son dos buenos ejemplos… Es decir, lo que Juan y Jesús mismo quieren, no es discriminar por lo que somos, sino exhortarnos a ser diferentes, a vivir como si el Reino ya hubiera comenzado, con justicia, mientras por otro lado pedimos “Venga tu Reino”, una y otra vez.

Juan nos dice: se pueden podar las ramas viejas de un árbol, pero si las raíces están podridas no hay nada que hacer… Ese árbol no sirve más que para leña. Hay situaciones estructurales de pecado, como la del árbol seco. Un régimen económico que produce pobres cada vez más pobres y ricos cada vez más ricos es una estructura de pecado; por lo tanto hay que desecharlo. Un régimen político que no da participación al pueblo, que se sostiene sobre el crimen y la corrupción, es también un pecado institucional, y tampoco sirve. El mensaje de Jesús, como el de Juan el Bautista, no llama sólo a la conversión personal; esboza también un proyecto de transformación de la sociedad. Y allí sí hay discriminación: se opta por los pobres, por los marginales, por los diferentes, por los “impuros”, para decirlo en el lenguaje de la época.

7 Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: — ¡Generación de víboras!, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por padre”, porque os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras. 9 Además, el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

Muchos de los que oían a Juan, creían y lo veían  como a un nuevo profeta. Trataban de corregir el rumbo de su vida, ya que no podían cambiar la situación de opresión creada por el imperio de turno, pero sí era posible cambiar el entorno inmediato.

Pero muchos pensaban en una salvación casi automática, por pertenecer al pueblo elegido. Se consideraban hijos de Abraham (v. 8), y por lo tanto, elegidos, pero Juan sugiere que verdaderamente son descendientes de la serpiente, la que destruye todas las cosas buenas. Constantemente el pasaje nos remite al segundo relato de creación (Génesis 2:4b-3:24), donde la oportunidad de vivir en el Paraíso se pierde por la desobediencia del ser humano que prefiere elegir el mal, a pesar de tener la posibilidad de optar por el bien.

Pero inversamente a la dureza de sus palabras, a las amenazas de castigo por creer que la salvación es automática y un derecho, la esperanza no cae. Tenemos nuevamente la posibilidad de la elección… Con la ayuda del Maestro, el que viene después de Juan, seremos bautizados en el Espíritu Santo y entonces sí, seremos salvos. Juan nos previene: no demos por sentada la salvación, solamente porque asistimos puntualmente a la Iglesia. Debemos proponernos la salvación, debemos proponernos el cambio, el actuar justo, para apresurar la llegada plena del Reino. Se nos está ofreciendo, gratis (por gracia, diría Pablo), una segunda oportunidad.

“¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (v. 7c). No hay rincón al que podamos huir … si nuevamente elegimos el pecado y vivir fuera de Su gracia, vendrá la ira; no la salvación.

Y también Juan habla, por esto mismo, del poder de Dios, que puede levantar hijos de Abraham aún de las piedras que están a sus pies. Si Dios puede traer vida — vida sagrada — a una piedra, también puede re-santificar las vidas de judíos y no judíos o redimir hasta a las personas más terribles, es decir, puede acercarse a gentiles y extranjeros y unirlos a la familia de fe. Todos somos parte del pueblo elegido, o por lo menos tenemos la oportunidad de serlo.

Porque viene el Reino, pero también el juicio. El leñador no tiene más que preparar el hacha y ya no habrá más oportunidades para el árbol que no rinde frutos, pues será quemado. Profetas del Antiguo Testamento a menudo utilizaron metáforas parecidas (Isaías 10:33-34; Isaías 66:24; Malaquías 4:1), seguramente conocidas por los oyentes de Juan.

10 La gente le preguntaba, diciendo: –Entonces, ¿qué haremos? 11 Respondiendo, les decía: –El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. 12 Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: –Maestro, ¿qué haremos? 13 Él les dijo: –No exijáis más de lo que os está ordenado. 14 También le preguntaron unos soldados, diciendo: –Y nosotros, ¿qué haremos? Les dijo: –No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.

Al principio, la respuesta de Juan parece una respuesta pequeña para un problema tan grande. Juan podría haber propuesto algo más heroico, o más difícil — compartir comida y ropa parece demasiado fácil. Pero no lo es. Seguimos siendo la sociedad del desperdicio, la que tira, la que no guarda para  el que no tiene. Lo que Juan dice es parecido a lo que Jesús pedirá al joven rico: “Vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres” (Lucas 18:22). La fe en el Reino y en su Maestro, que recibimos por gracia, debe incluir –y lo decimos una vez más– una preocupación social por los pobres y los menospreciados y Lucas busca enfatizar este punto a lo largo de todo su Evangelio (Lucas 6:30; 12:33; 14:12-14; 16:9; 18:22).

Mientras que pocos de nosotros y nosotras nos consideramos ricos, el siempre creciente problema de la obesidad, que se ha vuelto un mal social, demuestra que disfrutamos más de la comida de lo que debemos — más, aún, de lo que nuestros cuerpos pueden tolerar. Enormes armarios rápidamente se llenan de ropa innecesaria. Nos llenamos de cosas que son innecesarias o prescindibles. Juan clama que examinemos nuestras necesidades verdaderas y que compartamos con los que tienen menos y nos previene que nuestro destino eterno está en juego.

“Vinieron también unos publicanos (telonai — recaudadores) para ser bautizados, y le dijeron: –Maestro, ¿qué haremos?” (v. 12). Lo más probable es que fueran judíos que habían conseguido el puesto de cobrar impuestos para el Imperio o para las autoridades idumeas. Juan contesta simplemente, “No hagáis extorsión a nadie.” Con una fórmula tan sencilla, empezaríamos a recorrer el camino que facilitaría la salida de este sistema opresivo, que se mofa de los que buscan trabajo, que descarta a los que no consumen, que oprime a los pobres.

Juan se dirige también a los soldados, los que detentan el poder de la destrucción. En un mundo globalizado, donde la guerra es un negocio próspero… ¿qué pasaría con un pedido ético al poder? Juan se dirige a los soldados, nosotros también a los que fabrican soldados y guerras para proteger sus ganancias, es decir al sistema en sí mismo. Matan a miles de seres humanos, soldados y civiles, porque da ganancia. ¿A quiénes? ¿Falta petróleo? Pues con una guerra lo conseguimos. Y además ganamos dinero con la venta de armas. ¿Se cometen actos contra la democracia en muchos países? Pues favorezcamos la aparición de una guerra, y nos aseguramos una fuente de ganancias segura: la de venta de armas y encima seguimos conquistando espacios (o mejor, consumidores).

En el versículo 8, Juan dice “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento.”  Para Juan, el arrepentimiento consiste en amar al prójimo como a si mismo. (Recordemos la parábola del Buen Samaritano, Lucas 10:25-37.) ¿Dónde quedan las ganancias, las conquistas, las muertes de niños y civiles inocentes, la muerte de miles de soldados que creen que están construyendo un sistema justo y no es así? Esta es la parte nodal del Evangelio… la que nos obliga a poner por obra el amor al prójimo.

15 Como el pueblo estaba a la expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, 16respondió Juan, diciendo a todos: –Yo a la verdad os bautizo en agua, pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá el trigo en su granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.

Ha pasado mucho tiempo desde que el pueblo judío espera a un profeta que les anuncie la liberación.  Es natural, pues, que se pregunten si Juan puede ser el que han estado esperando,  si es acaso Elías que ha vuelto a defenderlos…Cada uno de los escritores de los Evangelios, por lo tanto, hacen un esfuerzo para aclarar que Juan no es el Mesías. Hay pasajes en Hechos (por ejemplo 18:24ss) donde se nos dice que había conversos que sólo conocían el bautismo de Juan. Juan el Bautista mismo no sabe si el Maestro es o no el Mesías. Todo es confuso. ¿Quién es el esperado, el que vive en el desierto y rechaza esta civilización malvada y opresora, o el que viene y se mete entre la gente y vive junto a ellos, prometiendo un mundo nuevo? Juan responderá esa pregunta según el Evangelio de Lucas: 

“Yo a la verdad, os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo” (v. 16a). “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (v. 16b). Esto, que también se puede traducir como “viento y fuego,” alude probablemente a la experiencia de Pentecostés (Hechos 2:1-4). Juan rápidamente se diferencia del que viene, según Lucas. El bautismo del que viene será más poderoso,  Juan ni siquiera es digno de desatar la correa de su calzado, y el Mesías tendrá el poder de juzgarnos. Juan sólo lo anuncia, para que estemos preparados.

“Su aventador está en su mano para limpiar su era. Recogerá el trigo en su granero y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (v. 17). El aventador es una herramienta parecida a una pala con la que el granjero tira el grano al aire. El viento se lleva la paja, y deja el grano más pesado.  El ser humano nuevo, será como el trigo bueno, que da cosecha abundante y comida a todo el mundo. El vacilante, la paja, será consumida por el fuego. Anuncio fuerte y duro, pero necesario.

18 Con éstas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo (griego: euengelizeto — buenas noticias). 

Nos sorprende oír que las predicaciones de Juan sean “buenas noticias.” ¿Palabras tan duras, son “buenas noticias”? Sin embargo, si analizamos bien, el mensaje de Juan contiene también buenas noticias.

La mala noticia es que el juicio comienza ya, no sólo el Reino: “el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles” (v. 9) y “quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (v. 17).

La buena noticia es que el arrepentimiento que produce frutos, es redentor (v. 8)  y que todos son abarcados por esa redención. No hay diferentes. Todos entran en la posibilidad de ser redimidos. Todos y todas pueden tener otra vez la oportunidad de elegir el camino estrecho que lleva a la salvación.
Aquí, tal como la Iglesia de hoy en general, reconocemos que las utopías como el amor, la paz y la justicia aún nos cautivan; pero que también nos preocupan y mucho problemas concretos, tales como la discriminación, la intolerancia, el racismo, la incoherencia y el consumismo, entre otros. El Reino es una utopía válida. El amor al prójimo, la solución concreta.

La carencia de esos grandes valores, el menosprecio de las utopías, llevó a millones de personas a lo largo de la historia de la humanidad, a ser víctimas de una muerte injusta y prematura por las guerras, el hambre, la sed, la injusticia, la emigración, los desplazamientos, la violencia, el odio, la tristeza, la desesperación… Pero somos hijos e hijas de Dios y como tales el Señor nos quiere felices ya en este mundo, injusto, cruel, necesario de cambios ahora. Por eso Jesús comprometió su vida para que la gente de este mundo goce de la “vida eterna”. Por eso Juan lo anuncia. La injusticia no puede matar la fe. Debemos lograr y luchar por la transformación de nuestra propia vida y así, la del mismo sistema, por difícil que esto parezca. Dios con nosotros y nosotras, es la fuerza que nos guía.