Comentario del San Juan 4:5-42
El diálogo de Jesús con la mujer samaritana en el cuarto evangelio es una lectura muy rica en la que se ve el proceso de conversión paso a paso y cuyo desenlace feliz acarrea la conversión de todo el poblado. La mujer empieza recelosa de que un judío le dirija la palabra y encima le pida de beber (v. 9). Luego ella se burla de que ese extraño sin cántaro pretenda ofrecerle “agua viva,” es decir, agua que corre (v. 11). Sin embargo, el ofrecimiento que Jesús le hace de un agua que colma la sed por siempre la fascina y la enfrasca en la conversación (v. 15). Le entra de repente la duda de si este hombre era profeta (v. 19), dado que revela e interpreta bien su vida matrimonial (vv. 16-18). Por eso lo pone a prueba sobre cuál sería el lugar apropiado para el culto (v. 20). Ante la respuesta inusitada de Jesús, de que habría un culto espiritual sin lugar fijo, ella manifiesta su confianza en que la venida del Mesías elucidaría el asunto (v. 25). Cuando Jesús, entonces, declara ser el Cristo esperado, ella deja su cántaro y se va a dar testimonio de su experiencia ante su pueblo (vv. 28-29). Los samaritanos salen a ver a Jesús y terminan confesando ellos mismos, tras hablar con él, que él era “el Salvador del mundo” (v. 42). En menos de cuarenta versículos, la samaritana pasa de escéptica distante a misionera comprometida. El proceso puede iluminar e inspirar nuestro caminar cuaresmal de conversión.
Fascina ver cómo Jesús cruza fronteras físicas, étnicas, religiosas y culturales para entablar una conversación con una mujer extraña y en conflicto con los judíos como él; cómo transforma burlas y objeciones en ocasiones para anunciar la salvación de Dios (v. 10); cómo vence las resistencias y el cinismo de una vida marcada por el fracaso conyugal para despertar de nuevo en ella la sed de Dios. Jesús termina no bebiendo agua ni comiendo lo que sus discípulos fueron a comprar en la ciudad (vv. 8, 31). Cuando él se declara satisfecho por haber cumplido con su misión (vv. 32-34), los discípulos no entienden, pero nosotros/as los/as lectores/as nos damos cuenta de que hay otro nivel de hambre y sed, y de que todo el episodio se apoya en el hambre y la sed naturales para ilustrar y fomentar el hambre y la sed de Dios, el hambre y la sed de servir a Dios llevando a cabo su misión.
Para llegar a ello, es necesario primero que nos veamos a nosotros/as mismos/as con la lucidez y el amor con que Jesús ve a la samaritana. Que abramos nuestros oídos y nuestro corazón a la palabra de Cristo para vencer nuestra propia resistencia a vernos tal como somos: pecadores/as y sedientos/as de Dios. En el diálogo, Jesús sabe que la samaritana ya ha tenido cinco maridos y que el concubino actual no es realmente su marido. Eso no quita la sed de amor, sino que la demuestra y la manifiesta. La samaritana busca y no encuentra; permanece insatisfecha. Sólo Jesús colma en ella la sed, de manera que ella deja de lado su cántaro (v. 28). Después de seis hombres, ella encuentra por fin al séptimo y definitivo, ¡Jesús!
Hay antecedentes de encuentros de varón y mujer ante un pozo en la Biblia: el servidor de Abraham encuentra a Rebeca para Isaac parando en un pozo (Génesis 24:10-53); Jacob descubre a Raquel al lado de un pozo (Génesis 29:1-14); Moisés conoce a Séfora defendiendo su pozo (Éxodo 2:15-21). Estos antecedentes subrayan la connotación nupcial del diálogo de Jesús el judío con la mujer de Samaria junto al pozo de Sicar.
Dado que también los profetas utilizan el tema nupcial y comparan la alianza con Dios con un matrimonio entre Dios e Israel (Isaías 54:5; 62:5; Oseas 2:16-23), se pueden interpretar los cinco maridos de la samaritana como las cinco divinidades importadas de Asiria por los ancestros de los samaritanos (2 Reyes 17:24, 29-34). Estos dioses no han colmado la sed de amor de la samaritana y ella se halla perdida en una relación ilegítima e insatisfactoria (con el sexto hombre, concubino), rindiendo un culto sincretista al Dios de Israel, matizado por esos cinco dioses extranjeros. Como el servidor de Abraham, quien se rehusó a comer antes de completar su misión de encontrarle esposa a Isaac (Génesis 24:33), Jesús es el enviado del Padre, y no probará bocado hasta cumplir su misión de salvar al mundo (vv. 31-34, 42). En la persona de Jesús, el Hijo enviado por el Padre, la samaritana y su pueblo encuentran al séptimo Señor, el definitivo, a quien no se le adora ni en este monte ni en el otro, en este templo ni en el otro, sino en espíritu y en verdad (vv. 23-24).
De esta manera, igualmente, todas las tribus de Israel se reconcilian como hermanos ante el pozo que Jacob dio a su hijo José, de quien descendían los samaritanos (vv. 5-6, 12).
Encontrar al Dios verdadero y adorarlo espiritualmente no es algo que se logre de una vez por todas. San Juan no ha redactado este diálogo simplemente para conmemorar cómo la fe cristiana llegó a Samaria. Él sabe que sus lectores/as de ayer y hoy, aunque podamos ser ya cristianos/as convencidos/as, tenemos una necesidad permanente de conversión. Andamos sedientos/as de Dios y a veces no vemos claro y mezclamos aguas que no calman nuestra sed. Es bueno, pues, que nos sentemos al borde del pozo con Jesús y dejemos que su mirada nos revele quiénes somos de verdad, que su amor nos sane y que su palabra surja en nosotros/as cual fuente de vida eterna. En este tercer domingo de cuaresma, detengámonos ante el pozo común de la Palabra y entablemos conversación con nuestras hermanas y hermanos de otras confesiones cristianas. Desafortunadamente, a veces nos miramos unos a otros como se miraban los samaritanos y judíos cuando disputaban acerca del culto legítimo en Israel. Meditemos y repitamos juntos las palabras de nuestro Señor: “ni en este monte ni en Jerusalén” (v. 21).
March 12, 2023