Comentario del San Juan 17:20-26
Introducción
El texto seleccionado es parte final de la oración de Jesús de Juan 17 donde es presentado como sacerdote. Jesús intercede ante el Padre por sus discípulos presentes y futuros. Es un sacerdote con corazón pastoral, porque además de interceder por ellos, busca su unidad, enseña sobre su bienestar espiritual y los equipa para el cumplimiento de su misión.
Un análisis estructural de Juan 17 nos muestra la invocación de Jesús a Dios como Padre como uno de los temas centrales, que se repite al inicio, al centro y al final de la oración (vv. 1b.11b.25a): “Padre,” “Padre santo” y “Padre justo.” La oración tiene tres partes: (1) un prefacio, vv. 1–5; (2) un cuerpo, vv. 6–23; (3) una conclusión, vv. 24–26 (Mateos y Barreto).
La oración por los discípulos presentes y futuros
v. 20: “No ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.” Jesús pide por los discípulos presentes y futuros, quienes creen por su palabra y quienes van a creer (pisteuónton) en él por la palabra de ellos (dia toú lógou autón). Lo último significa que será “a través de la agencia de la conversación y de la predicación…” (Robertson, 252). El mensaje es el amor universal de Dios, la gracia inmerecida para todos los pecadores y la verdad de su justicia por el pecado humano (Jn 3:16; 1:14). El mensaje tiene que ser proclamado a todas las naciones (Jn 17:17–18; Jn 15:20). Ya no se limita a los judíos, sino que se extiende a todos los pueblos (Jn 10:16; 11:52). Ser discípulo de Jesús significa creer en él y obedecer su palabra (Jn 17:6–8).
La oración por la unidad de los discípulos
v. 21: “Para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” La unidad de los discípulos es obra de Dios y voluntad de Jesús (v. 20). Esa unidad está fundamentada en el conocimiento y amor de Dios y su Hijo (17:3.10.17). La unidad entre los discípulos es evidencia externa del amor de Dios derramado en sus corazones por el Espíritu Santo (Ro 5:5). Pero los discípulos son responsables ante Dios y ellos mismos de mantener y trabajar por esa unidad.
Esa unidad depende de la unidad del Padre y el Hijo que es eterna. Jesús pide que los discípulos también participen de esa unión y comunión. En la parábola de la vid y los pámpanos (Jn 15) Jesús enseña sobre la unión con los discípulos, diciendo que esa unión con Jesús es esencial para la vida de los discípulos. Pablo enseñó acerca de la unión con Cristo en el bautismo (Ro 6:3–5), pero Juan 17 habla de una unión más plena con el Padre aquí y ahora. “La idea de la existencia de los fieles en Cristo y de Cristo en los fieles se halla presente también en Pablo. Pero Juan supera y completa la idea paulina al afirmar, en varios pasajes, que los fieles no solo tienen una parte en la vida de Cristo glorificado, sino que ya en la tierra se encuentran en unión directa con Dios mismo en la persona de su Hijo” (Wikenhauser, 463).
Los discípulos tienen que adherirse a la unidad del Padre y el Hijo en amor, gracia y verdad, no por iniciativa de ellos sino en respuesta a la voluntad del Hijo y obra del Padre. Esa unidad tiene que expresarse en servicio (Jn 13:14), alegría (Jn 17:13) y amor (1 Jn 4:18).
v. 22: “Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno.” La gloria es la unión eterna del Padre con el Hijo. Jesús ha dado su gloria (dóxan) recibida del Padre a sus discípulos para que estén unidos. Así Jesús ha glorificado al Padre. El amor eterno de Dios ha sido compartido con la humanidad creada. Así en su obra redentora Jesús es glorificado por el Padre y seguirá siéndolo (Jn 12:28; Jn 13:31). La obra redentora de Jesús en la cruz es la expresión máxima del amor de Dios en que el Padre es glorificado. Los discípulos pueden ser uno en Cristo y estar en comunión con el Padre. Esa unidad, esa gloria del Padre y el Hijo existe desde antes de la creación del mundo (Jn 17:4–5).
v. 23: “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Jesús pide al Padre que los discípulos alcancen la perfección (teteleiomenoi) en la unidad. Teleioo significa hacer llegar al máximo en desarrollo, llevar a la perfección de un estado (Mateos y Barreto). Así, el sentido es que los discípulos realicen al máximo la unidad entre ellos. Pero la unidad no es un fin en sí mismo, sino un testimonio vivo de unión de los discípulos con el Padre y Jesús para que el mundo crea.
El testimonio vivo es la vivencia cotidiana de la fe en Jesús y el amor de Dios experimentado en los discípulos en forma de servicio. Sin embargo, la fe que las personas depositen en Jesús no es producto ni motivo de gloria ni del discípulo ni de la comunidad de discípulos, porque la fe en Jesús es obra del Espíritu Santo (Gál 5:22).
La gloria de Jesucristo y la unión de Jesús y sus discípulos
v. 24: “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo.” Jesús cambia su oración, de pedir a expresar su querer (theló) al Padre. Expresa su deseo profundo de que sus discípulos estén con él, en unión con el Padre, para recibir su vida, amor, gracia y verdad. Esa unión con el Padre es comunión espiritual y vivencial. No es algo supra-temporal, ni una experiencia separada del mundo, sino espiritualmente terrenal, expresada en las relaciones humanas. Este deseo de Jesús es “la perfecta identidad de su voluntad con la del Padre” (Robertson, 253).
La gloria de Jesús es un tema recurrente en este capítulo y el Evangelio de Juan. Hay varias interpretaciones sobre qué es esa gloria (De Tuya). Según Juan 17:5.22 se trata de la unión eterna del Padre y el Hijo. Juan 17:10 se refiere a la gloria que Jesús recibe de sus discípulos. En el versículo 24 tiene que ver con el amor eterno del Padre y el Hijo. Juan 1:14 señala la gloria de Jesús en la abundancia de gracia y verdad. En Juan 2:11 tiene que ver con el poder de Jesús para hacer milagros. En todos los casos, esa gloria no es una cosa terrenal sino divina porque pertenece al Padre y al Hijo y ha sido compartida con los seres humanos. La gloria de Jesús es el amor eterno de Dios, la gracia infinita, la verdad de su justicia (Jn 3:16; 1:14).
La incredulidad del mundo, la fe de Cristo y la fe de los discípulos
vv. 25–26: “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos y yo en ellos.” Aquí también Jesús cambia la forma de dirigirse a Dios. Al llamarlo “Padre justo” (Páter dikaie), sugiere que su pedido anterior, de que donde él esté, esté ellos con él, es un tema de justicia. Es decir, que “mientras el mundo se negó a reconocerle, cerrado como está por propia culpa a la revelación traída por Jesús, los suyos, por el contrario, han reconocido que él fue enviado por Dios” (Wikenhauser, 465).
Jesús describe al mundo como falto del conocimiento de Dios que Jesús ha transmitido. En cambio Jesús, que sí conoce a Dios, ha revelado por medio de su propia vida, acciones y enseñanzas el amor, la gracia y la verdad a sus discípulos (Jn 17:6).
Referencias
De Tuya, Manuel, Biblia Comentada. Texto de la Nacar-Colunga. Tomo II. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, 1266–1269.
Mateos, Juan y Barreto, Juan, El Evangelio de Juan. Análisis lingüístico y comentario exegético. Madrid: Cristiandad, 1982, 723–732.
Moloney, Francis J. El Evangelio de Juan. Estella: Editorial Verbo Divino, 2005, 456–465.
Robertson, A. T. Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento. Obra completa. 6 tomos en 1. Terrasa: Editorial Clie, 2003.
Wikenhauser, Alfred. El Evangelio según San Juan. Barcelona: Editorial Herder, 1967. 461–469.
June 1, 2025