Comentario del Luke 13:31-35
Quisiera continuar con la misma propuesta de la semana pasada, la de torcer el texto y revisarlo desde una perspectiva de género. En ese sentido, propongo que examinemos el pasaje propuesto con relación a las dos escenas, a las que en este comentario nombraré “cuadros.” Los dos tienen a Jesús como figura principal: uno en el que puede considerarse que Jesús asume una actitud muy masculina, y otro que no está relacionado para nada con la masculinidad, ni en su tiempo ni en el nuestro.
Entre las muchas actitudes que no se conciben culturalmente de un hombre se encuentran el huir y mucho menos el llorar o lamentarse en público. Esto puede notarse en cómo se construye masculinidad, asociada a una serie de imposiciones culturales que, en diferentes lugares, se han desarrollado de modo distinto también. En estudios de género se suele hablar de “masculinidad hegemónica,” pero no existe una sola, sino que existen varias dependiendo del lugar donde nos encontremos. Jesús vive la propia.
Si tenemos presente que la producción de la masculinidad no es igual en todas partes, podemos ponderar cómo en algunos lugares se dará prioridad a los códigos de honor y de vergüenza, y en otros se mantendrá la exigencia de paternidad, de protección, de proveer como características de la masculinidad. Los hombres del siglo primero en Judea vivían una masculinidad doble, la que tenían en el seno de su práctica religiosa y la que estaba asociada con el mundo romano. Ambas formas de ejercer la masculinidad eran importantes; no se anulan entre sí; se mezclan. Sin embargo, distinguirlas puede ayudarnos a complejizar las tensiones que vivió Jesús de Nazaret y a conocer más el contexto en el que vivió: una tierra ocupada y administrada por dos autoridades impuestas, la romana y la judea.
En este marco inscribo la actitud de Jesús a quien le ofrecen huir frente a la amenaza de Herodes. Su actitud puede ser considerada muy masculina en muchos sentidos actuales y no tan actuales. Primero, puede notarse la idea de la confrontación; segundo, el insulto o descalificación; tercero, el alarde. Sé que a muchas personas no les gustará esto que menciono, pero desde la jesuología que sostengo me interesa insistir en que nuestro maestro fue hijo de su tiempo y desde allí, desde su humanidad y sus limitaciones, descubre su identidad y proyecto. Espero que continúen en la lectura de lo que presento.
En este primer cuadro de masculinidad de Jesús, la confrontación puede notarse como necesaria, ciertamente, y me parece que es importante que podamos aprender de Jesús esta actitud. El texto dice que lo invitan a huir y que no lo hace. Y es que, al igual que confrontar, huir es una elección, y en otros pasajes se verá al maestro huyendo de la multitud por distintas razones. Esto me permite decir que no hay una sola forma de comprender la confrontación y el huir. Se trata de discernir siempre qué es lo necesario.
Me parece que aquí hay una actitud masculina que podemos “torcer,” porque no se trata de una confrontación violenta, sino del ejercicio de una masculinidad consciente de lo que está defendiendo. Esta actitud confrontativa puede ser negativa en muchos hombres, que ven en ello una afirmación de su masculinidad y andan por el mundo con el pecho henchido, pero en este caso podemos contemplar que el maestro tiene emociones muy claras y las manifiesta desde sus convicciones.
El segundo punto en este primer cuadro se relaciona con el insulto. Leemos en el pasaje que Jesús llama “zorra” a Herodes, y esta es una traducción correcta. En el original griego se emplea el femenino. Esta expresión debe alejarse de la contemporánea e infame descalificación a las mujeres por tener una vida sexual activa, pero aun así no deja de tener un tinte misógino la expresión jesuana al emplear una expresión en femenino como insulto. En todo caso, la expresión en el mundo semita significa el poco valor de alguien frente a otras personas.
El insulto de Jesús a Herodes es de abajo hacia arriba, de alguien que no tiene poder hacia alguien que posee un poder ilegítimo otorgado por Roma. Aquí nuevamente tuerzo la idea de masculinidad de Jesús, porque en esta escena se posiciona desde una indignación colectiva que no puede compararse con la desaprobación hacia una persona, sino que va más allá, a la autoridad que éste representa. En otra ocasión contemplaremos al maestro insultando a una mujer, pero ahí sí se corregirá.
El último punto de este cuadro es el alarde, muy típico entre hombres. Se trataría de una exposición de lo que se posee para salvaguardar la masculinidad. Una frase, también de Lucas, pondrá en labios de Jesús que “de la abundancia del corazón habla la boca” (6:45). Aquí podemos preguntarnos qué está colocando en contra de Herodes, y la respuesta es clara: su propia acción. No hay aquí un pavoneo, sino un esfuerzo de validación. Frente a la ilegítima autoridad, que ha traicionado a su pueblo, está la autoridad espiritual de Jesús que se evidencia en su obrar.
Desde la mirada realizada, la masculinidad de Jesús puede ser valorada desde la subalternidad. Jesús ocupa las herramientas culturales que tiene a la mano y también las tuerce, aprendiendo de su propio pueblo y ejerciendo su presencia desde donde puede. Es cierto, tiene autoridad frente a las personas que le siguen, pero esta se encuentra limitada por quienes oprimen a su gente y se quedan en silencio.
En tal sentido, el segundo cuadro adquiere una fuerza distinta. No es una queja por mero quejarse, sino que se trata de otra constatación que proviene de mirar la historia. Y este es el primer punto que destaco de este segundo cuadro. La mirada memoriosa de la historia no es solo para ver la acción de la Divinidad en la historia, sino que implica también reconocer la acción deliberada del mal—en este caso, el asesinato de profetas. Y es que no puede haber una lectura histórica que tenga presente lo bueno y que deje de lado el sufrimiento ejercido sobre otras personas. Que Jesús se queje de lo mencionado lo coloca también en la tradición profética que está destinada al fracaso. Su masculinidad se ve acentuada justo por ello, por ser frágil.
Y lo anterior puede ejemplificarse en la imagen que emplea para hablar de sí mismo. Si antes insultó a Herodes y lo feminizó, aquí se feminiza él mismo, y emplea la imagen de la gallina y de los polluelos para afirmar un deseo profundo: cuidar a su gente. Y con eso tuerce la masculinidad al colocarse del lado de quienes no tienen poder alguno sobre la historia. Ese animalito ocupado como imagen presenta otra masculinidad, la que quiere arropar, pero terminará tristemente siendo caldo.
Estos cuadros de la masculinidad de Jesús nos muestran cómo el maestro de Nazaret es mucho más flexible de lo que los cuadros dogmáticos han presentado en sus cristologías. Una lectura de género del texto presenta a Jesús no como el Cristo, sino como el frágil, como el emocional. Que podamos hacer de la fragilidad un camino que dé la contra a tanto cristianismo poderoso que legitima a quienes no tienen autoridad espiritual.
March 16, 2025