Vigésimo domingo después de Pentecostés

Jesús acababa de tener una serie de encuentros con tres grupos judíos que, entre sí, tenían ideas políticamente divergentes y teológicamente, por lo menos, diversas.

October 30, 2011

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Comentario del San Mateo 23:1-12



Jesús acababa de tener una serie de encuentros con tres grupos judíos que, entre sí, tenían ideas políticamente divergentes y teológicamente, por lo menos, diversas.

Estos encuentros, según la narrativa de Mateo, no fueron precipitados por Jesús. Por el contrario, los buscaron representantes de los herodianos, los saduceos y los fariseos, cada uno, aparentemente aparte del otro. El propósito de cada cual, probar la ortodoxia de Jesús y sus aplicaciones prácticas. Lo articulado de su hablar y el contenido de sus respuestas fueron del asombro de estos expertos en ley y religión, pero no dejó Jesús de retarles y aún denunciarles como hipócritas e ignorantes. Y no fue un mero exabrupto de Jesús. Tan descortés fueron los propósitos por los cuales buscaron medir a Jesús, como el contexto en el que lo hicieron — frente a sus discípulos y a otras personas. Las elevadas conversaciones teológicas se tienen en escuelas de teología. Si lo que se quiere es enseñar, hay que hacerlo con respeto y consideración de todos los presentes, y con el genuino deseo de enseñar y ser enseñado, y no con la actitud con la que vinieron los expertos aquellos. Bien lo dijo el Pastor Andrés Albertsen, en su comentario del 16 de octubre, “la actitud cristiana en este caso es, como lo hizo Jesús, poner en evidencia al adulador y al provocador. Lo que se pierde en cortesía y en buenas maneras, se gana en claridad, porque de este modo las partes saben bien dónde se tienen la una a la otra”. ¿Cuál fue la respuesta pedagógica de Jesús? Jesús le habló a la gente y a sus discípulos.

Las preguntas hechas por los líderes religiosos y políticos requerían respuestas a particularidades o suposiciones. La respuesta de Jesús, sin embargo, fue una enseñanza sobre la sustancia, la forma, y la acción de lo que creemos. Jesús les dijo, “…ustedes deben obedecer y hacer todo lo que (los fariseos) les digan, pero no sigan su ejemplo, porque dicen una cosa y hacen otra” (Mateo 23:3, Reina Valera Contemporánea).

Para Jesús, el problema con las enseñanzas de los expertos religiosos de su época no era el recurso de su conocimiento. Al contrario, Jesús afirma que los fariseos basan sus enseñanzas en la ortodoxia, o enseñanzas fundamentales del judaísmo. “En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos” (Mateo 23:2). “Cátedra”, literalmente asiento o silla, tiene hasta nuestros días la connotación de la autoridad desde la que emana la capacidad de enseñar y determinar los fundamentos de investigación e interpretación. Las leyes dadas por Dios de Moisés y el cuerpo literario de lecciones e interpretaciones legales atribuidas a Moisés constituyen la autoridad de la enseñanza del farisaísmo del siglo primero y de varias tradiciones rabínicas de nuestro tiempo. Aún podemos decir que Jesús mismo participaba del sistema teológico, legal y aún práctico de los fariseos. Sin embargo, la interrogante de Jesús respecto a los fariseos, y también sobre los saduceos y herodianos, tenía que ver con sus prácticas y testimonios.

Como enseñara unos capítulos antes en el mismo evangelio de Mateo, Jesús habla de “hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres” (Mateo 6:11). Es la misma crítica que presenta en el capítulo 23. A pesar de la buena base de su doctrina, las cosas que hacen las hacen para ser vistos, para lograr título, y posición social. La crítica de Jesús no es un comentario contra los judíos, ni contra el judaísmo institucional (o el farisaísmo en particular). Al fin y a la postre, Jesús participaba de esa misma tradición religiosa. Su crítica era a la hipocresía de intentar utilizar la apariencia de piedad religiosa para ganancia personal, y aún la posibilidad de violencia y venganza para intentar callar la verdad que desenmascara la hipocresía y la injusticia.

¿De dónde emana la autoridad de nuestra doctrina y el ejemplo de nuestro testimonio? Hay, han habido, y me sospecho que habrán personas, hombre y mujeres, que tendrán buenas bases de ortodoxia cristiana, pero que gustan adular de lo que conocen (o dicen conocer) para lograr títulos, posición y reconocimiento, a pesar de que su testimonio y acción cristiana deje mucho que decir. Y muchos han sido, son y serán víctimas de este tipo de liderato religioso. Pero la amonestación de Jesús en Mateo 23 es tan simple entonces como lo es hoy para la iglesia: “Pero (nosotros) no (pretendamos) que (nos) llamen “Rabí”, porque uno es (nuestro) Maestro, el Cristo, y todos (nosotros y nosotras somos hermanos y hermanas)… El que es mayor de (nosotros) sea (siervo)…” (Mateo 23. 8, 11). Hay quienes viven fascinados con los títulos y posiciones. Por otro lado, la vocación de la iglesia no es el reconocimiento social, sino el servicio. Estamos llamados a la colaboración en nuestras acciones pastorales y a la hermandad en la fe. Nuestra autoridad emana de la cátedra del Calvario, y nuestro ejemplo de testimonio lo recibimos de la gran nube de testigos — mujeres y hombres de fe — proclamadores de la ortodoxia cristiana, practicantes de justicia y misericordia.