Vigésimo domingo después de Pentecostés

La verdadera justificación

Man on floor praying fervently
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October 23, 2022

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Comentario del San Lucas 18:9-14



La temática planteada por el evangelio de hoy es clara: la justificación. Pero, ¿quiénes son los justificados? Y si hay quienes son justificados, hay quienes no, y esos son los pecadores. La parábola lucana presenta y desafía este debate a partir de dos personajes: un fariseo, cuyo oficio en la religión judía le confiere socialmente la categoría de “justificado,” y un publicano, quien por su oficio es socialmente reconocido como “pecador.”

Profundicemos un poco en estas categorías y en estos personajes.

La justificación en la biblia

El personaje en la biblia que es referente de la persona creyente es Abraham, lo que le ha conferido el título de “padre de la fe.” Uno de sus mayores méritos es su obediencia (Neh 9:8; Eclo 44:20) y una confianza ciega en Dios y su proyecto (Gn 12:4; 15:6). Mientras avanzaba la historia de Israel y surgían normas y leyes para garantizar en el pueblo elegido esta fidelidad, ciertas corrientes del judaísmo comenzaron a poner toda su confianza en las “obras humanas,” en la perfecta observancia de la ley, olvidándose incluso de Dios. Esta pretensión orgullosa se denuncia en la parábola lucana. No son las obras (entendidas como el mérito puramente humano), sino la fe lo que constituye el fundamento de la salvación (Gal 3:6; Rom 4:3). El ser humano no tiene de qué gloriarse, pues todo le viene de Dios gratuitamente (Rom 3:27; 4:1-4). Teniendo como base la fe, las obras, o mejor, el fruto de esa fe, no faltará, como no faltó en la vida de Abraham (Stg 2:20-24; Heb 11:8-19).1

Los fariseos

En el sistema religioso judío, los fariseos son conocidos por su estricta observancia de la ley y tienen la función de velar de velar por que otros la cumplan. Dentro de la piedad judía sobresalen dos actitudes: el ayuno y la limosna (la oración es el elemento cristiano que aporta Mateo 6-7). Según la descripción de Lucas, el fariseo de nuestra historia acrecienta las observancias legales: ayuna voluntariamente dos veces por semana, da el diezmo de todas sus ganancias, y no sólo de los frutos señalados en la ley. Según sabemos, las personas que observaban la ley de manera estricta entregaban el diezmo escrupulosamente, incluso el de las más insignificantes especias (Mt 23:23; Lc 11:42).2  Sin embargo, estas actitudes, que en un principio podrían ser entendidas como “buenas” o deseables en cualquier sistema religioso, son invocadas por este fariseo para que Dios lo premie. En otras palabras, Dios le debe la justificación. En la ironía lucana, el fariseo describe los vacíos que hay en las vidas de los demás, pero no en la suya. De ahí que el término que utilizan los evangelios para referirse a los fariseos sea el de “hipócritas” (actor de teatro): personas que usan máscaras para aparentar por fuera algo que no son por dentro. Esta es la vanidad que desprecia el Qohelet/Eclesiastés: “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Ec 1:2)

Los publicanos

Los publicanos ejercían un cargo de alto prestigio en la sociedad greco-romana porque tenían delegación jurisdiccional del estado para efectuar la recaudación de tributos, pero en la sociedad judía les era difícil practicar la penitencia porque no podían conocer a todos aquellos a quienes habían dañado o engañado, a los cuales les debían una reparación. De ahí que el lenguaje usual asociara publicanos y paganos (Mt 18:17); publicanos y prostitutas (Mt 21:31-32); ladrones, tramposos, adúlteros y publicanos (Lc 18:11); incluso era común que a un publicano lisa y llanamente se lo llamara pecador (Lc 19:7) porque el dinero que recolectaba estaba ligado a la injusticia.3 De hecho, lo usual era que cobraran un porcentaje mayor al estipulado en el impuesto y esa era su ganancia.

El desafío del evangelio

Es claro que la narrativa lucana, con estos dos personajes contrapuestos como protagonistas, tiene la intención de que quien lee tome partido por uno de ellos. Lo mismo sucede por ejemplo en la parábola del padre misericordioso que contrapone a los dos hijos: uno mayor y uno menor. O en la historia de la estancia de Jesús en Betania, donde se contrapone a dos hermanas: Marta y María. En nuestra parábola, quien lee tendrá que interpelarse y descubrir cómo se relaciona con Dios en la oración, si sus actitudes son más afines a las del fariseo, que antepone el mérito propio de una acumulación de buenas acciones, pero que en realidad son superficiales, o si en cambio se puede identificar más con el publicano, quien, aunque tiene un oficio despreciable, es consciente de su pecado y se humilla ante Dios.

¿Qué actitud deben tener las personas creyentes para ser justificadas? En el AT, los “pobres de espíritu” (en el original hebreo anawim) son quienes tienen necesidad del auxilio divino, se abren a su misericordia y benevolencia y su mayor posesión es la fe en Dios, como Abraham.4

Las actitudes del publicano como orar a distancia, no atreverse a alzar los ojos, mostrar contrición, son todos gestos de humildad y sencillez frente a la altivez autocomplaciente del fariseo. El publicano reconoce que es un pecador y pide a Dios que se compadezca de él. No aduce sus méritos, sino que se encomienda a la benevolencia de Dios, quien es el único que puede justificarlo. Lucas resalta esta humillación en uno de sus himnos más famosos, el Magnificat: “quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes” (Lc 1:52). Por eso termina la parábola con esta sentencia: “porque cualquiera que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (v. 14). Aquí el verbo “enaltecerse” significa tenerse por justo en virtud de los méritos propios, como el fariseo; y el verbo “humillarse” significa reconocer las propias limitaciones y esperar con firmeza la acción salvífica del Señor.

Como dice San Pablo en Gal 2:16: “el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe de Jesucristo…. por cuanto por las obras de la Ley nadie será justificado.”


Notas:

  1. Abraham” en L. Dufour, Vocabulario de teología bíblica (Barcelona: Herder, 1965), 39.
  2. J. Jeremías, Jerusalén en tiempos de Jesús (Madrid: Cristiandad, 1980), 127.
  3. Jeremías, 322
  4. “Pobres” en L. Dufour, Vocabulario de teología bíblica (Barcelona: Herder, 1965), 622.