Vigésimo primer domingo después de Pentecostés

Hacia nuestro propio encuentro con Jesús

 

threading a needle
Photo by Ave Calvar on Unsplash; licensed under CC0.

October 13, 2024

View Bible Text

Comentario del San Marcos 10:17-31



A través de los siglos, la historia del hombre rico que acude a Jesús en busca de la vida eterna se ha tratado de entender desde múltiples ángulos. Y aunque en ocasiones se minimiza su alcance, relegando la historia al pasado, la respuesta que Jesús da al hombre rico sigue desafiando nuestra fe, particularmente en una cultura que tenazmente nos induce al consumismo.

En este comentario nos acercaremos a la historia siguiendo la misma narrativa del domingo pasado. Es decir, desde un punto de vista literario, este nuevo encuentro con Jesús—el tercero de los cinco que el evangelista ofrece en el capítulo 10—se suma a la historia de las diversas respuestas que el mensaje y la presencia de Jesús provocaban en su audiencia. No hace falta inquirir sobre la historicidad de estos encuentros pues, reales o no, el mensaje que nos ofrecen resulta igualmente efectivo, aun si los consideramos como ejemplos de una especie de parábolas. Al parecer, lo que el evangelista busca con esta variedad de encuentros e interacciones con Jesús es invitar al lector a buscar su propio encuentro con Jesús.

Es importante recordar que el evangelio de Marcos fue escrito durante el tiempo de la guerra judío-romana (66–70 AD). Por eso exhibe un intenso sentido de urgencia, que a su vez auguraba la esperanza del inminente retorno de Jesús. Se infiere que fue ese sentido de urgencia, seguramente provocado por el devastador sitio de Jerusalén y la inevitable destrucción del Templo, lo que llevó al evangelista a escribir una historia abreviada de Jesús, un evangelio compacto, solo con lo esencial de la vida y mensaje de Jesús, suficiente para persuadir a la gente del apremiante apocalipsis y el retorno de Jesús. De ahí que Marcos resalte más los milagros y exorcismos de Jesús, y solo registre ocho parábolas y unas breves enseñanzas que no se comparan con los largos sermones de Jesús en los otros tres evangelios. A través de los relatos de milagros y encuentros personales, el evangelista muestra el amor y cuidado que Jesús tiene para quienes lo buscan; el evangelista está invitando a sus lectores a sopesar su relación con Jesús.

Lo interesante de estos encuentros es que no podemos tipificarlos y aplicarlos en exclusiva a ciertas personas. Por ejemplo, en Marcos, la relación de Jesús con los fariseos es predominantemente antagónica, como lo vimos en el comentario de Marcos 10:2–16. Los fariseos son presentados como figuras que simbolizan la tradición religiosa institucionalizada y el legalismo. A menudo están más preocupados por las reglas y las apariencias externas que por la justicia, la misericordia y el amor verdadero. Jesús denuncia su hipocresía y su incapacidad para comprender el verdadero espíritu de la ley. Y por más que los fariseos buscan desacreditar a Jesús, sus intentos fracasan, pero terminan conspirando con los herodianos para arrestarlo y matarlo. Sin duda, siempre habrá alguien en nuestra comunidad o círculo de conocidos a quien podamos equiparar con uno de estos fariseos a quienes Jesús tilda de hipócritas. De igual manera, siempre hay alguien en nuestro entorno a quien reconocemos por su entrega plena al amor y cuidado de Dios, así como lo hicieron los pequeños que la gente trajo a Jesús para que les bendijera. Pero no se trata de señalar a otras personas como las destinatarias únicas de estas historias; se trata de abrir nuestros oídos y corazón para escuchar lo que Jesús nos está diciendo a cada uno/a.

Y ahora pasemos a la historia del hombre rico, el que apresuradamente viene al encuentro de Jesús. ¿A quién de nuestro círculo o comunidad nos recuerda este hombre? Analicemos los detalles de la historia para tratar de entender quién era este personaje en su contexto.

Lo primero que notamos es el entusiasmo del hombre rico que viene corriendo a encontrarse con Jesús. Lo segundo es su humildad, pues al instante cae de rodillas frente al maestro. Y lo tercero es su devoción, cuando reconoce a Jesús como “maestro bueno” (v. 17) y le hace la pregunta que solo quien de verdad anhela vivir bajo la voluntad de Dios puede hacer: “¿Qué haré para heredar la vida eterna?” (v. 17).

En cuanto a Jesús, lo primero que notamos es su humildad, seguida al instante por su devoción, pues aclara que no merece ser llamado bueno, pues solo Dios es bueno. Segundo, su nobleza, reflejada en su respeto al hombre y su pregunta, pues asume que conoce los mandamientos cuando se los recita. Y en tercer lugar su ternura, puesto que cuando el hombre rico afirma que ha guardado todos los mandamientos desde su juventud, Jesús se llena de amor por él, quizá con la esperanza de que se una a sus seguidores. Pero tan pronto Jesús le anuncia los siguientes requisitos para alcanzar su meta, el hombre se aleja entristecido. Se da cuenta de que sus muchas posesiones habían tomado control de su corazón. Su confianza ya no estaba en la provisión de Dios; ahora estaba en la seguridad que sus muchas posesiones le ofrecían. Quizá con la esperanza de que reevaluemos nuestra vida y pongamos nuestra fe y confianza en Dios y no en nuestras posesiones, el evangelista parece dejar esta historia con un final abierto, como esperando que el hombre rico tome la decisión correcta, y en el proceso de meditar sobre esa posibilidad, también nosotros/as recalibremos nuestro corazón.

Hasta cierto punto esta es una historia triste y difícil, por lo mismo que es muy real. De hecho, Mateo y Lucas muestran incomodidad con su desenlace. Quizá por eso deciden modificarla, tratando de distanciar a la audiencia para que no se sienta identificada con ella y por lo tanto agredida.

Mateo opta por decir que se trata de un joven rico, como si su juventud fuese la razón de su amor a las posesiones y su incapacidad de regalarlas y seguir a Jesús. Además, este joven pregunta qué “bien” debe hacer para lograr la vida eterna, como si fuera cuestión de buenas obras que están bajo su control (Mt 19:16). Y por si esto no fuese suficiente, el Jesús de Mateo duda que este joven sea un buen judío que verdaderamente conozca y haya seguido los mandamientos. Cuando Jesús le responde que debe seguir los mandamientos, el joven despistado pregunta “¿cuáles?” (Mt 19:18). Entonces Jesús se los recita y el joven dice que los ha cumplido todos desde su juventud, y otra vez se dirige a Jesús, y como si con arrogancia pregunta, “¿Qué más me falta?” (Mt 19:20). Mateo cambia las palabras de Jesús, y en lugar de alentarlo, diciéndole como en Marcos, “Una cosa te falta” (v. 21), el Jesús de Mateo le dice, como si apelando a su arrogancia, “Si quieres ser perfecto” hace esto (Mt 19:21). Además, Mateo omite la aclaración que Jesús ofrece a sus discípulos en Marcos respecto a la dificultad de entrar en el reino cuando se pone la confianza en las riquezas y no en Dios. Es cierto que esa aclaración del Jesús de Marcos no aparece en todos los manuscritos, pero si Mateo la conocía y aun así decide omitirla, la posibilidad de que el joven rico cambie parece más lejana, aunque siempre la última palabra la tiene Dios, pues, lo que es imposible para la gente es posible para Dios.

Lucas, por su parte, decide poner aún más distancia entre su audiencia y la historia, pues ahora el hombre rico es un oficial o dignatario, alguien importante que tiene poder en la comunidad (Lc 18:18–25). Lucas sigue más a Marcos en los detalles de la historia, pero el cambio de elevar al personaje rico dándole poder muestra la tensión entre ricos y pobres que es característica de Lucas, acentuando la opción por los pobres que refleja el Jesús de Lucas.

¿Qué nos dice el contexto histórico sobre un personaje como el de nuestra historia? Sabemos que la Palestina del primer siglo, controlada por el Imperio Romano, era una sociedad económicamente diversa. Había judíos ricos, especialmente en la élite sacerdotal, que eran terratenientes, comerciantes y recaudadores de impuestos. Jerusalén era un centro religioso, pero también comercial, así como Séforis y Tiberíades. Algunos judíos de familias adineradas desempeñaban roles importantes en el Templo o en la administración romana. De hecho, había muchos saduceos que eran ricos y poderosos, muchos de ellos pertenecientes a la aristocracia del Templo de Jerusalén. Y no nos olvidemos de los recaudadores de impuestos (publicanos) que también podían ser ricos, y algunos colaboraban con las autoridades romanas, lo cual los hacía impopulares entre el pueblo, pues se les veía como traidores. Por eso, los ricos judíos durante este tiempo a menudo tenían que navegar entre su identidad religiosa y las expectativas políticas y económicas del Imperio Romano. Era conocido que muchos de ellos colaboraban con las autoridades romanas o aceptaban el sistema económico impuesto, si bien había otros que intentaban mantenerse fieles a la ley mosaica. De ahí que Jesús se refiriera a esa difícil tensión entre la riqueza y las demandas religiosas como “más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (v. 25). Además, en una sociedad donde la riqueza a menudo se veía como una señal de favor divino, era difícil explicar ese favor cuando estaba mediado por la opresión y violencia de la colaboración con el imperio.

Sin duda este pasaje resulta difícil porque la historia no se resuelve positivamente como en el caso de Zaqueo, que afirma ser honesto y ofrece una reparación generosa en el caso de que se le halle culpable de estafa y robo. Además, la demanda de Jesús en esta historia es más radical; es una invitación a dejarlo todo y seguirle.

Quizá tratemos de no sentirnos aludidos por esta historia, excusándonos de no tener riquezas como las de este hombre, sino solo lo suficiente para vivir modestamente, sin lujos. Pero la verdad central de la historia no está en adjudicar este llamado radical de Jesús a alguien que viva en una situación similar a la de este hombre rico, sino en reconocer que cada uno de estos encuentros con Jesús nos llaman a entregarnos más, a permitir que él siga transformando nuestra vida.

¿Cuáles son “mis riquezas” en las que he puesto mi confianza; cuáles son “mis posesiones” que me tienen esclavizada y me impiden seguir el camino al que Dios me está llamando? ¿En qué aspectos de mi vida me rehúso a confiar en Jesús y actúo como los fariseos, tratando de ganar la partida? ¿Qué impide que me abrigue y acurruque en los brazos de Jesús, con plena confianza, amor y entrega, como lo hacía en los brazos de mi madre cuando era pequeña?