Comentario del San Lucas 16:19-31
“Ver y no tocar” es la amonestación que quizás escuchamos cuando éramos niños, sobre todo si entrábamos en un lugar en el que se encontraban objetos frágiles o preciosos. En la parábola de este día, la persona rica no ve ni toca la vida de Lázaro el mendigo, que está tirado junto a la puerta de su casa. No percibe a Lázaro hasta que él mismo sufre penas en el Hades y esto suscita un deseo por aliviar su propia sed y su inquietud por la vida de sus familiares. En esta enseñanza, Jesús demuestra cómo existen diferentes juicios—el juicio social y el juicio eterno—que valoran la vida de las personas desde puntos de vista opuestos.
En la parábola, Jesús demuestra el contraste entre los valores del mundo del hombre rico y los de Dios, simbolizado en el contraste de los lugares en que se encuentran los personajes antes y después de sus muertes. Aquella sociedad percibía al mundo como un lugar en que existía una limitación de bienes. Los bienes naturales y sociales que existían—tierra, comida, seguridad, honor y respeto—no podían ser aumentados por trabajar duro o educarse. Por lo tanto, el aumento de los bienes o la posición social de unos solamente podía ocurrir a costa del empobrecimiento de otras personas.1 El hombre rico “se vestía de púrpura y de lino fino y hacía cada día banquete con esplendidez” (v. 19), y era rico porque tenía una familia grande, cinco hermanos en la casa de su padre (v. 28). La gente de su pueblo seguramente lo trataba con cortesía y respeto y es probable que muchas personas acudieran a él para pedirle favores. Al conceder estos favores, su estatus social aumentaba. Aumentaba su fama de rico bueno que percibía la necesidad de los demás y tenía la riqueza y el poder social para ayudar. Pero el hombre rico no percibía a Lázaro. El contraste social entre los personajes no podía ser más grande.
Lázaro era seguramente una persona “inútil” en la percepción social, en el sentido de que aparentemente no tenía familia que lo amparara ni bienes para compartir, y su salud física limitaba su contribución a la sociedad. Pertenecía a la categoría de “pobres,” o sea personas enfermas, ciegas, o en prisión (Lc 6:20–21; 14:13, 21).2 Las llagas en su cuerpo también limitaban su contacto social, puesto que de seguro que era percibido como una persona inmunda, que transmitía enfermedades a las personas que se le acercaran. Su única consolación era recibir la compasión de los perros que “venían y le lamían las llagas” (v. 21). En el mundo de Jesús, los perros no eran mascotas, sino animales semisalvajes que vagaban por las calles de las ciudades buscando alimento y refugio. La alteridad de Lázaro no podía ser más extrema. Son los perros quienes lo trataban con compasión, como parte de su jauría, su familia.
Esta era la percepción del mundo, pero ¿cuál es la percepción eterna de estos personajes? Después de la muerte, tanto Lázaro y el hombre rico van al Hades, un lugar que tenía varios compartimientos—uno donde los justos eran consolados y otro donde los injustos eran atormentados.
En la parábola, el personaje nombrado, un mendigo, un “nadie” socialmente, tiene nombre, y el rico, no. Incluso es el único personaje que tiene nombre entre todas las parábolas en el evangelio de Lucas. El nombre Lázaro, que significa “Dios ayuda,” forma parte de los personajes nombrados—Abraham, Moisés y los profetas—que por sus palabras y acciones son el fundamento ético del pueblo de Dios.
Lázaro, consolado por los perros, ahora se encuentra en el seno de Abraham, el compartimiento donde los justos son consolados. En el seno de Abraham, también se encontraban los mártires, un concepto que creció durante la época de los macabeos (segundo siglo antes de Cristo). Los mártires sufrían, daban su vida por proteger la religión y al pueblo judío ante la agresión de los conquistadores helenísticos y eran recompensados al ser recibidos y alabados por sus antepasados (4 Macabeos 13:17). Abraham habla de Lázaro, diciéndole al hombre rico: “Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora éste es consolado aquí” (v. 25). Su lugar en el seno de Abraham con otros ilustres personajes también implica que es recibido en la sociedad de los justos.
El hombre rico, en el Hades (v. 26), se encuentra en un compartimiento donde recibe tormentos porque en la vida recibió bienes (y no supo compartirlos). Percibe a Lázaro en el seno de Abraham, y le grita: “Padre Abraham, ten misericordia de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama” (v. 24). Ahora percibe al mendigo, pero solamente como alguien que puede servir sus necesidades o las de su familia: “Te ruego, pues, padre, que lo envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento” (v. 28). El problema del hombre rico y de su familia no es tanto que fueran ricos, sino que les faltaba percepción y acatamiento de los demás, ya sea Lázaro, Moisés, los profetas, o incluso alguien que regresara de los muertos (v. 31).
¿Por qué no percibe el hombre rico a Lázaro? ¿Por qué no percibe la fragilidad de su prójimo? La psicología moderna reconoce que hay ciertas condiciones neurológicas o psicológicas que a ciertos seres humanos les impiden percibir el ambiente que les rodea. Agnosia visual es la incapacidad de percibir objetos; también existen la incapacidad de percibir las caras de las personas que nos rodean, la falta de percepción debido a la inatención y la falta de percepción de nuestras propias emociones. Todas estas faltas de percepción tienen su origen en un problema neurológico o psicológico.
En la parábola, sin embargo, Jesús habla de una falta de percepción del prójimo que tiene que ver con su utilidad. ¿Puedo usar a esta persona para ascender socialmente? ¿Puedo amparar a esta persona para mejorar mi fama de “bueno”? ¿Qué puede hacer por mí? ¿Me puede amparar en el Hades? La falta de percepción limita la compasión, que es percibir la situación del prójimo, y limita la misericordia, que es actuar para aliviarlo. La ceguera también limita nuestra percepción de la compasión que Dios tiene ante nuestra fragilidad, sea cual sea nuestra posición social. En nuestro mundo, la autosuficiencia también puede llevarnos a esta ceguera moral, en la que no vemos ni tocamos a Dios.
Notas
- Bruce Malina, The New Testament World: Insights from Cultural Anthropology, 3rd ed. (Louisville: Westminster John Knox, 2001), 89.
- La pobreza económica no le daba automáticamente un rango social inferior a una persona, porque todavía podía trabajar para ayudarse. La incapacidad física era lo que le impedía ser útil socialmente. Malina, The New Testament World, 99.
September 28, 2025