Decimonoveno domingo después de Pentecostés

Este pasaje, conocido como la parábola del rico y Lázaro, refleja cómo Lucas entiende la atención especial que Dios da a los pobres, a los sufrientes y marginados, y también expone una severa crítica hacia los ricos y poderosos.

Lazarus waiting at the door
Lazarus waiting at the door, from Art in the Christian Tradition, a project of the Vanderbilt Divinity Library, Nashville, Tenn. Original source

September 25, 2016

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Comentario del San Lucas 16:19-31



Este pasaje, conocido como la parábola del rico y Lázaro, refleja cómo Lucas entiende la atención especial que Dios da a los pobres, a los sufrientes y marginados, y también expone una severa crítica hacia los ricos y poderosos.

De manera más específica, denuncia una de las tendencias más comunes en los seres humanos, la de cerrar los ojos a las necesidades de otras personas, especialmente cuando nos encerramos en la seguridad y comodidad de nuestras posesiones. 

Esta parábola habla del cambio en las condiciones de un hombre rico cuyo nombre no se especifica y las de un mendigo, que es identificado como Lázaro. Mientras ambos están vivos, esta condición es de comodidad, privilegio social, lujo y extrema abundancia, en el primer caso, y de pobreza, aguda necesidad, sufrimiento y humillación, en el segundo. Así lo indican, por ejemplo, los detalles acerca de la capacidad del rico de ofrecer un “banquete con esplendidez” cada día (v. 19), además de la calidad y características de la ropa que vestía, que refleja no sólo su capacidad económica, sino su condición de ser alguien socialmente muy respetado (vestir de color púrpura no sólo era caro, sino que indicaba algún tipo de honor reconocido por las autoridades romanas). En el caso de Lázaro, los detalles acerca del hambre aguda reflejada en la expresión de que “ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico” (v. 21), así como la mención de las llagas en su cuerpo, que hablan de un sufrimiento físico, se agregan al humillante y excluyente hecho de estar rodeado y tocado por perros que eran considerados animales inmundos. Cuando el rico y Lázaro mueren, estas condiciones cambian radicalmente para ambos. El rico va al Hades, donde sufre tormentos, y el mendigo va al seno de Abraham, donde recibe consuelo. 

Algunos comentaristas indican que la parábola no es completamente clara respecto a las razones por las cuales dichas condiciones cambiaron en sentido opuesto. Argumentan que dado que no hay juicios morales acerca de ninguno de los dos personajes, no se sabe con absoluta certeza si el sufrimiento del rico se debe a su falta de sensibilidad respecto a las necesidades del mendigo, y tampoco se sabe si el consuelo que recibe el mendigo tiene algo que ver con su carácter moral o con el simple hecho de ser pobre. Sin embargo, la interpretación más común, que sugiere que la enseñanza de esta parábola tiene que ver con las responsabilidades y la sensibilidad hacia los más débiles, marginalizados y pobres, se sostiene. Basta con recordar el cántico de María en Lucas 1:52-53, que dice: “quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos.” Ciertamente que cuando el rico clama a Abraham y le pide que envíe a Lázaro a refrescarlo con agua, Abraham responde en un tono hasta cierto punto neutral: “Hijo, acuérdate de que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, males; pero ahora este es consolado aquí, y tú atormentado” (v. 25).  El tono no es condenatorio. No dice, por ejemplo: “por cuanto cerraste tu corazón hacia Lázaro a quien veías sufrir estando postrado a la puerta de tu casa, ahora estás recibiendo tormentos.” El tono no es condenatorio, pero la respuesta a la petición del rico es clara y contundente: No, no vas a recibir consuelo alguno. La siguiente parte del pasaje aclara aún más la causa por la que se revirtió su suerte al morir.

El rico pide que Lázaro sea enviado para que prevenga a sus cinco hermanos acerca de lo que les espera. Aquí salta la pregunta: ¿qué quiere decir la expresión “para que les testifique a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento” (v. 28)? ¿Cuál es el contenido del testimonio que el rico pide que Lázaro comunique a sus hermanos que aún están vivos? La respuesta de Abraham sugiere que el contenido del testimonio está directamente relacionado con lo que dicen la ley y los profetas: “A Moisés y a los Profetas tienen; ¡que los oigan a ellos!” (v. 29). Y esto nos remite a la interacción que Jesús tuvo con un intérprete de la ley, y que motivó la parábola del Buen Samaritano: “¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? [preguntó el intérprete de la ley]. [Jesús] dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?  Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10:25-27). Por lo tanto, al pedir que Lázaro testifique esto a sus hermanos, el rico reconoce claramente que él decidió ignorar el mandato de la ley mientras estaba en vida. Decidió no amar al prójimo como a él mismo.

A pesar de la respuesta negativa que recibe de Abraham, el rico insiste en que si alguien viniera de entre los muertos a prevenirles, sus hermanos se arrepentirían. La respuesta de Abraham es cruda pero realista: Si no quieren oír a Moisés ni a los profetas, nada los hará cambiar. Esta respuesta sugiere que la actitud de los hermanos del rico es exactamente la misma que la del rico, es decir, han decidido ignorar la ley y los profetas. Las razones de tal decisión quizá sean las mismas que las del rico. Es probable que sus hermanos estén igualmente ocupados en disfrutar de sus bienes materiales, o sus posiciones de privilegio, sin importarles nadie más que ellos mismos. Es obvio que el rico está preocupado por sus hermanos; de otra manera no hubiera hecho la petición a Abraham. El rico y sus hermanos decidieron cerrar sus ojos a las necesidades y sufrimiento de su prójimo precisamente porque estaban encerrados en su mundo de comodidad, seguridad, egoísmo y autosatisfacción.

En una sociedad que promueve cada vez con más fuerza el bienestar propio y la autosatisfacción, cerrándonos a las necesidades de quienes nos rodean, esta parábola representa un importante recordatorio de lo que Dios espera de nosotros y de nosotras: que abramos nuestros ojos y nuestros corazones a nuestro prójimo, especialmente a nuestro prójimo sufriente.