Comentario del San Lucas 14:25-33
Este relato de Lucas está formado por dos partes bien delimitadas cuyo tema central gira en torno a las condiciones necesarias para el seguimiento discipular.
En la primera se plantea la renuncia al núcleo familiar (vv. 25-27) y en la segunda, la renuncia a los bienes materiales (vv. 28-33).
Estos versículos, a mi modo de ver, están entre los más difíciles de interpretar de todo el evangelio, por la radicalidad del seguimiento al que se nos invita y sobre todo, por el cuestionamiento al modelo de familia nuclear y al apego a los bienes materiales, cuestionamiento que hoy casi suena como una herejía moderna. Las palabras de Jesús son tan radicales que nos presentan un dilema: seguimos a Jesús y dejamos/odiamos a nuestro núcleo familiar y al dinero o nos quedamos con la familia y el dinero y no seguimos a Jesús.
El evangelista plantea sus interpelaciones en los vv. 26 y 33. En el primero de estos versículos dice: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.” Y en el segundo: “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” La primera interpelación recae sobre el núcleo familiar mientras que la segunda pone su acento en los bienes económicos.
Para entender la intencionalidad catequética de estos versículos debemos introducirnos al contexto que les dio origen, esto es, la sociedad greco-romana y judía del siglo I. Sólo así podemos hacer una lectura que resulte iluminadora para la crisis que se vive actualmente en el ámbito familiar y económico global. ¿Existe alguna correlación entre el modelo de pater familias (padre de familia) del imperio romano y de Galilea del año 30 y el modelo de familia que vivimos actualmente? ¿Qué relación existe entre familia y economía? ¿Por qué el seguimiento exige una ruptura con los bienes materiales? ¿Estamos dispuestos a cumplir con estas exigencias?
La familia era una de las bases sagradas del imperio romano. El pater familias era la expresión máxima de autoridad, una autoridad casi divina que tenía dominio sobre las mujeres, los hijos y su descendencia. El padre de familia era el dueño absoluto de todo, incluyendo a las mujeres y los hijos; decidía el futuro de todo, incluso, los destinos de los integrantes de su núcleo familiar, y hasta podía venderlos como esclavos. El padre tenía autoridad para reprender, castigar e incluso matar a sus hijos. Como esposo, podía repudiar a su mujer, que siempre dependía de él. Como padre, decidía cuándo y con quién se casaban sus hijos e hijas. Las mujeres, por su parte, no eran independientes. Carecían de derechos civiles y políticos y estaban siempre bajo la tutela de un hombre, padre, marido o hijo mayor. Sus actividades se circunscribían al ámbito doméstico y a la crianza de sus hijos.
Los romanos defendían la propiedad privada (Mc 10:17-22.25; Lc 16:1-8) y la esclavitud (Gá 3:28; 1 Co 7:20-23). Familia y economía formaban parte de la misma estructura de control y dominio.
También para los judíos la familia era una institución vital. Los rabinos enseñaban que el padre y la madre eran los “compañeros de Dios en la procreación.” Por lo tanto, era una obligación tener hijos. Nadie debía quedarse soltero, pues el no casado no era tenido en cuenta y era considerado como una persona sin alegría, sin bendición, sin felicidad. El padre también actuaba como sacerdote: celebraba la fiesta de la pascua en casa y el rito de la circuncisión. Dentro del culto, era el maestro que enseñaba la ley del Señor (Pr 1:8, 4:1-3, 6:20; Eclo 7:23-30, 30:1-13). Dentro del judaísmo, la mujer sólo era valorada por su fecundidad. Las mujeres estaban sometidas al padre, se las consideraba iguales a un esclavo o una persona menor de edad, y no participaban de la vida pública.
Aunque dentro de estos modelos familiares hubo mujeres que sobresalieron y fueron capaces de romper con estos esquemas tan rígidos, por regla general su papel era de poca consideración. Tanto en la sociedad greco-romana como en la judía, las relaciones familiares eran de sometimiento y dominio y los miembros no eran libres para el tipo de opciones que impone el seguimiento de Jesús. Debemos entender las condiciones para el discipulado definidas por Jesús en el contexto de la vida del pueblo que, tanto en el ámbito judío como en el romano, estaba centrada en los modelos de familia aquí descriptos.
El proyecto de Jesús era contra-cultural e inclusivo de los niños, las mujeres, los esclavos y los enfermos subvalorados en los modelos de familia anteriormente descritos. Por eso, la actitud de Jesús frente a las mujeres significó una ruptura y una novedad para su tiempo, y provocó reacciones de sorpresa y escándalo entre los seguidores de las leyes rabínicas, inclusive entre sus propios discípulos. La actitud distinta de Jesús se puso de manifiesto en su predilección por las mujeres en el momento de realizar milagros, en la defensa de su dignidad, en el llamado de las mujeres al seguimiento y en la integración de mujeres en el discipulado.
La opción política del reino de Dios niega cualquier lealtad a los seres humanos. Jesús proclama un reino en que el Dios es el Padre y todos entre sí somos hermanos y hermanas, sin enemistad ni explotación. Esto trae choques. En la familia tradicional falta esta fraternidad.
El nuevo modelo familiar propuesto por Jesús rompe con el pater familias greco-romano y judío y se fundamenta en un discipulado de iguales más allá de los lazos consanguíneos. En el movimiento de Jesús había gente pobre, hambrienta, gente del pueblo, publicanos, mujeres, niños, pescadores, amas de casa y mujeres liberadas de “espíritus.” Sobre todo las mujeres sanadas de sus enfermedades se sentían atraídas a seguir a Jesús y lo hacían desafiando las prohibiciones legales y las costumbres socio-religiosas y culturales.
Todos(as) juntos(as) hacen el discipulado de iguales. Jesús salta por encima de los convencionalismos sociales de su tiempo. No acepta planteamientos discriminatorios. Forma una comunidad mixta de hombres y mujeres que viven y viajan juntos; algo nunca visto en el mundo judío. A través de Jesús, las mujeres y los pobres descubren a un Dios bondadoso, que es el Dios de quienes sufren, de quienes son marginados y de quienes padecen injusticia.
La familia como núcleo fundamental debería ser la institución más importante para formar al ser humano e integrarlo en la sociedad. Pero en la realidad, tanto en la sociedad greco-romana como en la judía, la familia perpetuaba el autoritarismo, negaba la dignidad de mujeres y niños y fomentaba la insolidaridad. Así se negaba también el reino. En este sentido, tenemos que preguntarnos por el rumbo que ha tomado la familia en los tiempos actuales. ¿Sigue el modelo greco-romano y judío o asumió el reto impuesto por Jesús?
Lamentablemente, la violencia hacia el cuerpo de las mujeres y de niños y niñas en el entorno familiar se ha agudizado en los últimos tiempos. Las cifras no mienten. En Colombia por ejemplo
De los 297 casos que hubo en 2018, según el informe de la Fundación Feminicidios Colombia, hubo 35 menores de edad, 133 madres y cinco mujeres que estaban en estado de embarazo. De la totalidad de feminicidas, 203 eran conocidos por las víctimas. Ochenta y tres eran exparejas. El departamento más violento fue Valle del Cauca, con 46 feminicidios, y el mes más violento fue julio, con 36 casos. Para diciembre de 2018, tan solo 37 feminicidas habían sido condenados por sus crímenes. Lastimosamente, los feminicidios en nuestro país están lejos de acabarse. Al término del primer mes de 2019, hubo 13 en Colombia.1
Ante esta constatación, las preguntas que se imponen son las siguientes: ¿Qué estamos haciendo como cristianos y cristianas para superar esta situación? ¿En qué medida nos interpelan las críticas de Jesús al modelo familiar autoritario que sigue vigente en muchos sectores de la sociedad? ¿Qué relaciones se establecen hoy entre familia y mercado? ¿Será que las injusticias de los modelos económicos vigentes tienen que ver con esta conexión entre familia y mercado?
Tal vez no tengamos respuestas a estos interrogantes. Lo que sí podemos constatar es que hoy por hoy muchas veces nuestra fe se basa en el poder, el dinero y el consumo. Creemos en Jesucristo y en el mercado, pero no en el amor a nuestros semejantes. Esta falta de amor se extiende hasta nuestro círculo familiar más cercano. La ambición de poder, el autoritarismo y los legalismos priman sobre la vida. La defensa acrítica de estas dos instituciones, familia y economía de mercado, nos hacen perpetradores de sistemas que no se sustentan más y que hoy por hoy merecen una crítica seria en pro de una reconstrucción social más solidaria y acorde con el reino de Dios promulgado por Jesús. Los y las discípulos(as) de hoy somos llamados(as) a la misma “praxis” de inclusividad e igualdad vivida por Jesús. Estamos llamados(as) a anunciar la presencia del reino como futuro misericordioso de Dios.
Nota:
1. Véase el artículo completo aquí.
September 8, 2019