Comentario del San Lucas 14:1, 7-14
Nuestra sociedad está llena de reglas, normas y estructuras. Estas tienen el fin de mejorar nuestra convivencia y hacer que nuestras interacciones humanas sean cada vez más armoniosas. El texto que se lee hoy de Lucas 14:1, 7–14 nos recuerda una de las prácticas sociales más interesantes del Mediterráneo en el primer siglo, la invitación a una mesa. Aunque era una situación común, en tiempos de Jesús tenía un significado que debe estudiarse hoy para comprender a cabalidad el mensaje central de este texto y lo que Jesús quiso enseñar.
En la actualidad, sentarse a la mesa sigue siendo un elemento social de suma importancia y es un momento de intimidad, pero en tiempos de Jesús los comensales eran utilizados por las personas de poder para demostrar sus éxitos, pues la grandeza de una persona se medía, no sólo por la cantidad de dinero que poseía, sino también por el prestigio y los contactos personales que tenía. En ese tiempo, tener en tu mesa a “buena gente,” a personas de renombre, era un hecho del que debías hacer ostentación. Quien invitó a Jesús lo sabía. Está claro que fue la intención principal de quien invitó a Jesús a su casa. Quería mostrar que sus vínculos interpersonales eran de renombre, que se encontraba relacionado con gente importante, con “gente de bien.”
A nuestro juicio, la iglesia, de forma parcial, ha querido patentar este modelo social. Da cierta importancia a los nombres y a los vínculos sociales. Considera como un asunto de honor el hecho de rodearse de las personas más “adecuadas.” Los puestos y los lugares de renombre en algunas comunidades de fe siguen siendo codiciados. El poder, los cargos, los estatus por género y las posiciones de liderazgo dentro de las comunidades religiosas dan prestigio. El acceso a esos roles define la identidad de muchas personas.
Sin embargo, en el texto que nos ocupa, observamos a Jesús con un discurso en contra de este tipo de sistema social. Al ver que han sido invitados los más altos mandos políticos y religiosos, cuenta una parábola para poner en evidencia las motivaciones que han llevado a todos a estar ahí y a buscar los lugares de honor en la fiesta. En tiempos de Jesús, la ubicación en la mesa se correspondía con tu lugar de honor en la sociedad. No era indiferente que estuvieras a la derecha o a la izquierda, o más cerca o más lejos del anfitrión. Eso representaba tu honor o vergüenza. Por eso, la mayoría de las personas se exaltaban a sí mismas y buscaban los mejores puestos y los lugares más cercanos al anfitrión.
Jesús propone una alternativa frente a los convencionalismos sociales de ese momento. Nos indica que, en el reino de Dios, todos/as somos invitados/as a un banquete, pero el triángulo de poder se encuentra totalmente invertido. En el banquete del reino, el anfitrión, el padre, llama a que tomen los primeros puestos quienes no tienen suficiente valor social, a sus propios ojos o a la vista de los demás. Jesús hace una invitación a que dejemos de buscar los primeros puestos y abandonemos la idea de ser tratados con honor, pues justo esa búsqueda puede llevarnos a ser tratados con vergüenza.
Mientras muchos se apuraban a buscar los mejores lugares cerca al anfitrión, este podía, según sus intereses y para hacer valer su poder, pedirle a una persona que se levantara del lugar que ya había elegido y se lo cediera a otra persona. Tener que ceder el lugar era considerado una deshonra y un maltrato y la persona sentía mucha vergüenza.
En este texto Jesús menciona uno de sus logion o dichos populares: “Cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v. 14). Nos quiere decir que Dios es capaz de bajar lo que se sube a sí mismo y también está dispuesto a subir a quien tiene la disposición o busca la manera de actuar en humildad. Ambas palabras, “enaltecerse” (jupsóo en el original griego) y “humillarse” (tapeinóo en el original griego), indican que se trata de una acción individual, de una búsqueda personal por hacerse más grande o pequeño, y que aparece la acción de alguien más ya sea enalteciendo o humillando. Al poner las acciones individuales de humildad como requisito de su discipulado y al solicitar que busquemos los últimos puestos, los más alejados, los más vergonzosos, Jesús contradice de manera frontal lo que la sociedad pedía o hacía.
En el reino de Dios no se trata de hacer grandes a las personas o de hacernos grandes a nosotros/as mismos/as. Todo lo contrario, se trata de tener la capacidad y la disposición para servir al otro/a. El servicio a los demás es lo que nos lleva a ser grandes, a ser exaltados/as por Dios. Esta nueva práctica social y también eclesial es decisivamente revolucionaria. Se nos pide que dejemos de actuar desde el privilegio que creemos que tenemos y comencemos a vernos como servidores/as. Estar arriba o abajo son ofrecimientos gratuitos de Dios. Dios no quiere, por supuesto, que nos dejemos pisotear, que nos humillen, o que destruyamos nuestra autoestima, pero la disposición personal de estar al servicio de los demás es contracultural con la necesidad humana de estar por encima de los demás o el afán de situarse arriba en la pirámide social. Jesús quiere que por voluntad propia adoptemos la actitud “vergonzosa” de buscar los últimos puestos.
Esta es la vergüenza del evangelio, la vergüenza que Jesús nos invita a adoptar como una práctica habitual en tanto seguidores/as de él. Es el lado positivo de la vergüenza: saber que hay un límite, una frontera social que no se debe sobrepasar, sino que esperamos con mucha calma y humildad que sean Dios o los demás quienes reconozcan que debemos ocupar un mejor lugar. Ahora, hay que aclarar y denunciar la posición del anfitrión, quien no hacía esas invitaciones por mera coincidencia. Con su necesidad de mostrar sus grandes relaciones interpersonales buscaba exaltarse a sí mismo y quería ser recompensado. Este texto es una denuncia muy grande de los favores sociales, del “yo te doy poder y prestigio para que tú me des poder, prestigio y dinero.” Jesús demanda una actitud desinteresada de su discipulado.
Dentro de su metáfora, Jesús no quiere que se invite a la fiesta a las personas que pueden devolver favores y privilegios. Eso es sólo una manera de exaltarse a sí mismos. Jesús le pide al anfitrión que invite en vez a los/as más pobres y débiles de quienes no podía esperar nada a cambio. Desenmascaró sus propósitos iniciales e invitó a su anfitrión y a todas las personas a la generosidad y a la solidaridad incondicional, quebrando por completo el juego social en el que estaban envueltas esas fiestas. Dejemos de jugar al poder y a la búsqueda del honor y seamos como comunidad de fe cristiana un lugar para servir, amar y dar desinteresadamente.
Para Jesús, quien no busca darse a sí mismo/a lugares de honor y poder, sino que es capaz de servir de forma desinteresada y en silencio, ha aprendido que son los demás quienes nos deben dar la importancia que nuestro ego busca. Solo quien renuncia a la necesidad de ser reconocido/a y ostentar los mejores puestos está listo/a para que sea el mismo Padre quien le exalte. El verdadero honor es una verdadera “vergüenza” para la sociedad, pues es el honor de buscar los últimos puestos y servir voluntariamente a quienes más nos necesitan.
August 31, 2025