Comentario del San Juan 6:51-58
Comer y beber con placer el cuerpo de Jesus
Las enseñanzas canibalescas de Jesús acerca de la necesidad de comer su carne y de beber su sangre para que el mundo tenga vida causan horror entre los observantes acérrimos de la ley mosaica. Los judíos, “el pueblo de la Ley,” celebraban y se enorgullecían de que el pueblo de Israel fuera alimentado por medio de las enseñanzas de la Torá. Según esta creencia, los judíos, como “pueblo de la Ley,” fueron alimentados, nutridos y sostenidos por el “alimento de sus libros sagrados,” que analógicamente se convertía en “maná de vida” cuando se adherían totalmente a la Ley de Moisés. Pero Jesús se está distanciando de estas enseñanzas, y ahora su carne/cuerpo y sangre se ofrecen como única vía para la persona creyente de “tener vida.”
Al darnos la respuesta de Jesús a los judíos cuando preguntan “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” (v. 52), Juan, en el original griego, sustituye el verbo comer (phagein) por otro verbo más radical para evitar posibles equívocos de que Jesús “estaría hablando metafóricamente” de su carne y de su sangre. Jesús declara enfáticamente que la persona que quiera tener vida, y por consiguiente, ser discípulo/a de Jesús tiene que trogein (comer, masticar, roer, devorar, morder) la carne de Jesús y beber de su sangre. Juan utiliza este verbo en los vv. 54, 56, 57, y 58 para indicar la importancia de la carne/cuerpo de Jesús que será (re)partida y violentada como símbolo de solidaridad con la persona que libremente reciba la carne/cuerpo de Jesús con sus implicaciones éticas (Jn 1:5.11; 2:18-20; 3:14; 5:16-18).
Al comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús el creyente participa de su liturgia de la vida, donde el Hijo de la Humanidad promete habitar no solo con su Padre Dios sino con la comunidad que libremente lo reciba. El binomio “carne y sangre” como elementos cúlticos sacrificiales aparece frecuentemente en las escrituras hebreas. Sabemos que en los antiguos sacrificios, la sangre de la víctima era derramada sobre el altar (con sentido expiatorio) y la carne era consumida por el oferente y sus participantes, como símbolo de unión, amistad y fidelidad entre los comensales y Dios (Dt 12:27). Pero Dios había prohibido explícitamente que en dichos sacrificios se bebiera la sangre de la víctima (Gen 9:4-5), porque en ella reside la vida, y ésta pertenece exclusivamente a Dios (Lv 17:10-14; Dt 12:23-24; 1 Sam 14:33). En nuestro texto, Jesús está sustituyendo el antiguo sacrificio. Ahora “comer su cuerpo y beber su sangre,” en lugar de ser una liturgia prohibida, se convierte en el símbolo del amor de Jesús por los suyos. Pero este nuevo culto de Jesús provoca murmuraciones y conflictos entre los judíos que, al parecer, siguen anclados en sus cultos punitivos y vengativos del pasado que no producen vida sino muerte.
En Isaías 9:20 se emplea una imagen canibalesca: “cada cual come la carne de su propio brazo” (según la versión Biblia de las Américas). Con esta imagen, el profeta se refiere a las luchas internas entre los dos reinos, el del Norte y el del Sur. Y parece ser que Juan, en su texto, está trayendo a la memoria la imagen utilizada por Isaías con la finalidad de mostrar la división/separación que está experimentando la comunidad juánica respecto de la sinagoga judía.1 De hecho, los problemas, divisiones y confrontaciones entre Jesús y los judíos de la sinagoga de Capernaúm son la triste realidad que domina todo el capítulo 6, sobre todo en los vv. 41.52.60-71. Por otra parte, hacer que el enemigo coma su propia carne y beba su propia sangre es un gesto cruel y de venganza extrema de Yahvé que libera a Israel de sus opresores (Is 49:26). Esta misma imagen aparece también en Ezequiel 39:17-20, donde se nos narra que tras la batalla escatológica, Yahvé ofrece un banquete a las aves del cielo para que se harten de carne y de sangre de príncipes y héroes en el día del juicio, cuando Yahvé muestre su gloria (véanse también Sof 1:17; Zac 9:15).
En nuestro evangelio de hoy, Juan se distancia del aspecto punitivo o vengativo que tenía anteriormente el “comer la carne” y “beber la sangre” de la divinidad. Aquí Jesús—como nuevo oferente—representa a la nueva humanidad que entra en solidaridad con su proyecto de vida al comer su carne/cuerpo y beber de su sangre. La liturgia de Jesús no es un acto de venganza ni de odio, sino de amor para todo el mundo. Y por escandaloso que suene, el sacrificio de la carne/cuerpo y sangre de Jesús se hace en todos los cuerpos hambrientos y sedientos de ser alimentados, tocados y celebrados. No debemos olvidar que la misión y la orden dada por Jesús a todos los cuerpos es comer, beber, deleitarse del cuerpo de Jesús para poder tener vida. Para ser más radical, “comer la carne de Jesús y beber su sangre” es deleitarse en el placer que produce el cuerpo, al satisfacer las necesidades más primarias y esenciales que suponen el comer y el beber. Tristemente, el miedo al cuerpo de Jesús y a nuestro propio cuerpo, sigue causando escándalo y pavor dentro de nuestra comunidad de fe.
El miedo al cuerpo, no solo al de Jesús sino a nuestro propio cuerpo/carne y a nuestros propios deseos, es producto de la filosofía griega que condenó al cuerpo a las sombras de la muerte por ser supuestamente contrario al espíritu. Contra esta idea (poco evangélica), Jesús nos invita a deleitarnos en la experiencia de su propio cuerpo. El deleite que produce el comer y el beber “con” y “del” cuerpo del otro y de la otra es la única manera de experimentar vida. Solo el cuerpo que no tiene miedo a sus deseos es capaz de abrazar al otro cuerpo para experimentar placer/amor. Comer y beber del cuerpo de Jesús es una tarea heroica, porque implica vivir sin miedo al otro cuerpo y a nuestro propio cuerpo. Ahora más que nunca debemos celebrar el placer que produce nuestro cuerpo, cuando entra en relación con otro cuerpo, cuando se come al otro cuerpo, cuando bebe del otro cuerpo.
Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús es entrar en relación con la humanidad misma del Hijo de la Humanidad, que se hace vulnerable y se expone abiertamente a su comunidad, sin miedo y sin pavor de su propio cuerpo. Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús es volver a tocar las marcas de sus clavos, acariciar sus manos, meter nuestros dedos en su costado, para deleitarnos con el placer que produce tocar el cuerpo (y cualquier cuerpo) resucitado de Jesús; y poder exclamar con Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:28). Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús, es la invitación eterna a recuperar el cuerpo de Jesús: sus deseos, sus tristezas, sus pasiones, sus emociones, sus miedos, sus dolores, sus preocupaciones, sus luces, sus sombras, y sobre todo, sus deseos sexuales. Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús es entrar en un mundo de relaciones físicas de solidaridad con los cuerpos marcados por las llagas del odio, de la intolerancia y del racismo. Comer la carne/cuerpo y beber la sangre de Jesús implica abrirse al otro cuerpo, celebrar el otro cuerpo, y darse al otro cuerpo como muestra del amor de Dios que habita en todos los cuerpos. Pero para esto es justo y necesario que nuestras “liturgias des-corporizadas” y “espiritualoides” abandonen sus miedos, sus temores y sus aberrantes pretensiones de querer normar a cada cuerpo, suprimir los deseos que produce el cuerpo, y sobre todo, condenar al cuerpo que se atreve a experimentar placer y goce. Solo la persona que abrace su cuerpo y experimente placer, dolor, alegría y deseo podrá entender la propuesta revolucionaria de Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (v. 54), o como podríamos decir también: “El cuerpo que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida plena.”
Notas:
1. Esta idea ha sido elaborada y propuesta con gran erudición por el biblista mexicano Ricardo López Rosas, “Carne de Todos, Carne Para Todos. Notas en la Literatura Juánica”, en Pan Para Todos. Estudios en Torno a la Eucaristía (México: Universidad Pontificia de México, 2004), 105-130.
August 16, 2015