Undécimo domingo después de Pentecostés

Otra lección en la preparación para el ministerio

Landscape with Elijah and the Angel by Gaspard Dughet.
"Landscape With Elijah and the Angel," by Gaspard Dughet; licensed under CC0.

August 13, 2023

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Comentario del San Mateo 14:22-33



En el Evangelio que el leccionario nos presenta este domingo, Jesús continúa instruyendo a sus discípulos a través de experiencias prácticas. San Mateo va a continuar la pauta de San Marcos en el sentido de que ambos hacen preceder el relato de la marcha de Jesús sobre las aguas por el episodio de la multiplicación de los panes y los peces. Aunque hay un cierto contraste entre estos dos acontecimientos, parecen complementarse: uno sucede sobre tierra firme, mayormente durante el día, en presencia de una gran muchedumbre, mientras que el otro ocurre en el mar, de noche, cuando solo Jesús y sus discípulos están presentes. En el primero, el centro de atención es la multitud que necesita sanación y alimento; en el segundo, Jesús se focaliza en sus discípulos, a quienes les “es dado saber los misterios del reino de los cielos” (Mt 13:11). A través de ambas experiencias, continúa la preparación de los discípulos para el ministerio.¹

Los hizo entrar en la barca

Luego de que la multitud había sido saciada, Jesús ordenó que sus seguidores entraran “en seguida” (v. 22) en la barca y fueran delante de él a la otra orilla del lago, mientras despedía al gentío. El verbo empleado para expresar la acción de Jesús es fuerte, como si los hubiese prácticamente forzado u obligado a partir sin tardar.² 

Una vez que toda la multitud se había marchado, Jesús subió al monte “aparte” (v. 23) a orar, probablemente para satisfacer el deseo de recogimiento y de oración que lo acompañaba desde que había decidido retirarse a un lugar “desierto” (Mt 14:13) después del rechazo de los nazarenos y de la noticia de la ejecución de Juan.

Jesús ora de noche, solo, en el monte, mientras sus discípulos se baten contra las olas y el viento lejos de la orilla. El contraste de estas imágenes es impactante, pues la primera evoca estabilidad y paz, mientras que la segunda comunica precariedad y peligro. Jesús no se apura ni acorta su oración y solo va hacia sus seguidores muy avanzada la noche, o sea, durante la cuarta vigilia,³ lo que hace pensar en la enfermedad de Lázaro en el Evangelio según San Juan. En aquella ocasión, Jesús no se apresuró tampoco, sino que esperó dos días antes de viajar a Betania (Jn 11:6). El tiempo del Señor no es el nuestro. Su oración solitaria, serena, en medio de la noche, es una invitación para cada discípulo/a.

Soy yo, no temáis

Luego de enfrentarse varias horas al azote de las olas y del viento, los discípulos creen ver un fantasma y gritan atemorizados. Pero Jesús los conforta de inmediato: “¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis” (v. 27). Este “Soy yo” (egō eimi) trae a la memoria el “Yo soy” (YHWH) del Dios del Éxodo (Ex 3:14).4 Él es el único que, según la tradición bíblica, tiene autoridad sobre las aguas y su poder de caos y de muerte, como lo recuerdan numerosos textos (Sal 77:19; Job 9:8; 38:16; Is 43:16). La siguiente profecía de Isaías, que es el libro bíblico más empleado por San Mateo, combina varios de estos motivos:

No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán… Porque yo, Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador. (Is 43:1-3).5

Si la barca vapuleada por las olas y los vientos, aparentemente a merced de las fuerzas absurdas del caos y la muerte es la figura de la iglesia, el apóstol Pedro se presenta como el prototipo del discípulo/a. Tiene suficiente fe para caminar sobre las aguas obedeciendo la invitación de Jesús, pero se empieza a hundir apenas lo pierde de vista. Si antes se había atemorizado con el fantasma que creía ver, ahora se llena de temor por focalizarse en la fuerza imponente del viento. Las razones para temer no faltan. Se ha dicho a menudo que lo opuesto de la fe no es la incredulidad, sino el miedo. En el Evangelio según San Mateo hay siete ocasiones significativas en que resuena la exhortación “No tengas miedo” (Mt 1:20; 8:26; 10:31; 14:27; 17:7; 28:5; 28:10).6

En ese sentido, cabe preguntarnos, en lo personal y como comunidad de fe, ¿en qué situaciones perdemos de vista a la persona de Jesús, dudamos y sucumbimos al miedo?  La primera respuesta del apóstol Pedro fue una simple oración: “Señor, sálvame” (v. 30). ¿Cuál es nuestra respuesta?

Tú eres el Hijo de Dios

Esta no es la primera vez que Jesús ejerce su autoridad sobre las aguas en el Evangelio según San Mateo. En Mt 8:23-27, después de que calmó la tormenta que amenazaba hundir la barca, los discípulos, maravillados, exclamaron: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar lo obedecen?” (Mt 8:27). A pesar de que parecen haber olvidado aquella experiencia, su reacción esta vez es mucho más acertada, pues todos los que se encontraban en la barca se postraron delante de él diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (v. 33).

Se puede decir entonces que la palabra de Jesús en el discurso parabólico está en vía de cumplimiento: a los/as discípulos/as les es realmente dado saber los misterios del reino de los cielos (Mt 13:11), en particular, la verdadera identidad de Jesús, aunque deban todavía debatirse con los claroscuros de su fe y superar su propensión al miedo. En ese sentido, según San Mateo, hay razones para la esperanza.


Notas:

  1. En los capítulos 14-17 del Evangelio según San Mateo. Véase la nota 1 del comentario del Domingo 6 de agosto de 2023. 
  2. El verbo empleado aquí, como en el texto paralelo de San Marcos (Mc 6:45), es anagkazó. Véase también Lc 14:23; Hch 26:11; 28:19. 
  3. Entre las tres y las seis de la mañana. Véase Bruce M. Mezger – Roland E. Murphy (eds.), The New Oxford Annotated Bible with the Apocryphal/Deuterocanonical Books, (Oxford University Press: New York, 1991), 22NT.
  4. Véase Anna Case-Winters, Matthew: A Theological Commentary on the Bible, (Westminster John Knox Press: Louisville – Kentucky, 2015), 195.
  5. Véase Anna Case-Winters, Ibid., 195.
  6. Véase Anna Case-Winters, Ibid., 194.