Comentario del San Marcos 6:1-13
En el desarrollo de la intriga, el evangelio de Marcos nos plantea las acciones de Jesús con su nueva familia, sus discípulos/as. En Marcos 3:20–21, 31–35 tenemos un planteamiento polémico sobre la familia de sangre de Jesús: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” (3:33). Para comprender el evangelio que hemos leído, debemos tener en cuenta toda la trama narrativa que hemos venido escuchando los domingos anteriores, muy en particular este texto, pues continúa la dinámica de aceptación-rechazo en el evangelio de Marcos. Así pues, el grupo familiar de Jesús ya no son quienes vienen a buscarlo para ponerlo en su lugar porque estaba actuando contra lo esperado socialmente, sino quienes, estando “dentro de la casa,” crean una nueva realidad junto con él: “Aquí están mi madre y mis hermanos, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (3:34b–35).
Después de un tiempo de predicación fuera de su aldea originaria, Jesús regresa a Nazaret, y ahora viene acompañado de su nueva familia y comienza a actuar en sábado, sí, precisamente en sábado. Estando en la sinagoga, dentro de ella, predica, y sus coterráneos quedan maravillados, pero empiezan los cotilleos: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?” (Marcos 6:3). De esta breve expresión del evangelio podemos extraer muchísimas conclusiones. Primeramente, la familia de Jesús era una familia extensa, muy distinta del ideal postindustrial de nuestras sociedades denominado “familia nuclear” por la que muchos grupos religiosos abogan. En segundo lugar, en la familia que le busca y que es mencionada no tiene papá. José, el carpintero, no es mencionado dentro del grupo y parece una familia encabezada por la madre, lo que era una realidad de gran desprestigio en una sociedad patriarcal. En tercer lugar, sus familiares y compatriotas no le creen; lo ven y dudan de la predicación del galileo, por lo que Jesús opta por ir hacia su nueva familia: quienes se alejan de los prejuicios culturales y pueden tocar otras realidades.
Estas conclusiones pueden espantar a muchos/as de quienes hemos leído las Escrituras simplemente como una resonancia de lo que nos han contado y dejamos de lado profundizar en ellas. Cada página, cada renglón, trae consigo novedad porque Jesús no deja de sorprender a propios y extraños. Si vemos que hoy día, en la iglesia, a muchos hermanos y hermanas les da miedo lanzarse a lo nuevo, pues fue lo mismo que le pasó a Jesús. Tanta fue su impresión que “no pudo hacer allí ningún milagro” (v. 5) por la falta de fe de quienes le rodeaban porque, si entendemos bien la lógica del Reino, el milagro no es lo estrambótico y extraordinario, sino la novedad de las personas que cambian y que están en lo ordinario: “Los humanos damos la impresión de que buscamos enfermizamente seguridad, tenerlo todo controlado, ocultar nuestros miedos, envidias y rencores bajo capa de estabilidad ‘sinagogal’ […].”1
Pero esa no es la premisa del evangelio que siempre nos desafía y nos lanza a ir “de dos en dos” (v. 7) porque la alegría del Reino no puede quedar para unos pocos elegidos, sino que se comunica a todos/as y se extiende. La misión no es individualizada (de quien va solo y se presenta como centro), sino colectiva (de quien va en grupo y logra des-centrarse). Tan retadora y nueva es esta misión que quienes emprenden el camino no deben cargar consigo más que lo básico para avanzar y no atorarse por las vicisitudes del camino: un bastón y unas sandalias. Jesús les ordena no preocuparse por el alimento, por llevar provisiones o el dinero, sino estar dispuestos/as a recibir la generosidad de quienes les escuchen y a irse con prontitud de quienes les rechacen. Si les cierran las puertas, no deben hacer polémica; simplemente alejarse y quitarse los vestigios de aquel lugar que no pudo salir de su egoísmo. La predicación de la vida es recibida por la misma vida de quienes escuchan y perseveran dando signos de conversión, transformación y cambio.
El fragmento del evangelio que estamos tratando nos invita a desprendernos de nuestras seguridades y asumir lo diferente y novedoso, nos enseña a crear nuevas familias donde la fraternidad-sororidad sea la práctica, nunca la violencia o imposición: “En un contexto adverso, donde la verticalidad y la imposición son la norma, los evangelios asumen la marginalidad y plantean una alternativa con creatividad. La familia de Jesús es toda comunidad que invierte la lógica de la venganza y asume el camino de la reconciliación […].”2 Además, esa familia no está centrada en sí misma, sino que se abre al mundo, toca con esperanza todos sus contornos y por eso es misionera. Su predicación son sus acciones que le ponen freno al mal, restablecen la salud y alegran con su presencia. Cuando esto se concreta para nosotros/as hoy, el Reino de Dios está llegando al pequeño espacio donde nos encontremos.
Notas
- Toni Catalá – Darío Mollá, Pasó haciendo el bien, Bilbao: Mensajero, 2023, 179–180.
- Hanzel Zúñiga, “Fraternidad-sororidad en Marcos y Mateo: una perspectiva socio-científica”: Juan Alberto Casas (ed.), La hermandad desde la Biblia, Estella: Verbo Divino, 2022, 132.
July 7, 2024