Sexto Domingo después de Pentecostés

El leccionario nos confronta en esta ocasión con dos lecturas que podrían tratarse como unidades separadas una de la otra.

July 8, 2012

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Comentario del San Marcos 6:1-13



El leccionario nos confronta en esta ocasión con dos lecturas que podrían tratarse como unidades separadas una de la otra.

La primera perícopa, conformada por los primeros seis versículos del capítulo, recoge la atmósfera de profunda resistencia que Jesús encuentra en su propio pueblo y familia. La segunda, que comprende los versículos 7 a 13, reúne las directrices a los discípulos de Jesús, particularmente en aquellos momentos cuando son esparcidos de dos en dos por las aldeas. Sin duda que cada una de ellas podría ser motivo para un sermón individual. No obstante, la tensión expresada tanto por los aldeanos como por el mismo Jesús, marca un tono que puede servirnos de hilo conductor entre una historia y la otra. Ambas son, en resumen, ejemplos del rechazo tanto hacia Jesús como de las buenas nuevas de su mensaje, que no son bienvenidas en todo lugar ni por todas las personas.

La complejidad del Evangelio de Marcos
Frank Thielman nos dice sucintamente: “El evangelio de Marcos es un Evangelio que nos deja perplejos.”1 La causa para tal afirmación se encuentra en los diversos contrastes que figuran en sus narrativas. En ocasiones, observamos la insistencia de Jesús en mantenerse bajo el manto del secreto ante los eventos milagrosos que él mismo realizaba. Lo vemos peticionar a los curados que no lo identifiquen con los títulos de Mesías e Hijo de Dios. Wilhelm Wrede en su obra 1901 The Messianic Secret in the Gospels, denominó esta acción “secreto mesiánico”. Se respira cierto enigma en estas peticiones.  

Otros hechos, como la circunstancia de que los discípulos de Jesús no logran comprender sus enseñanzas, y una y otra vez los observamos perdidos y confundidos, o el hecho de que en el momento de la resurrección los vemos huir del lugar de la tumba llenos de miedo y sin decir nada a nadie, abonan esta opinión. Al revelarnos tal ambigüedad, Marcos busca comunicarnos que los discípulos de Jesús son personas que cometen los errores comunes de cualquiera. Posteriormente los mismos discípulos turbados comprenderán quién los ha llamado. Esta es una historia dentro de la historia que tiene como intención que nos identifiquemos como lectores y podamos comparar nuestros actos en el espejo de aquellos, que a pesar de todo cumplieron con la prueba de su fidelidad. En toda esta perplejidad, se cumple una función única para el autor bíblico.

Curiosamente el mismo W. Wrede reconoce que Marcos posee una agenda confesional que persigue afirmar como su objetivo central el hecho de que Jesús es en efecto el Hijo de Dios. 

Un elemento de vital interés en Marcos es que sus lectores identifiquen a Jesús como el Hijo de Dios. Los primeros versículos de este capítulo nos presentan la profunda preocupación del autor bíblico en torno a la identidad del Cristo. Nótese que la pregunta de fondo tanto en los miembros de su familia como en los habitantes de Nazaret es cómo reconocer como Mesías a quien ellos conocen como el hijo de María, el hermano y el vecino. Anteriormente, en Marcos 2:7 los escribas se preguntan “¿Por qué habla este de ese modo?” Y lo acusan de decir blasfemias. En Marcos 4:41 los discípulos se preguntan espantados: “¿Quién es este, que aun el viento y el mar lo obedecen?”

La primera sección de este capítulo busca responder al mismo interrogante.  Es evidente que el resto de las cosas depende del modo en que se responda a esta pregunta. Pero hay dos obstáculos.

El primer obstáculo es que a los ojos de la comunidad, la naturaleza de Jesús gira alrededor del hecho de que ha sido concebido y criado como uno más entre ellos. Ni más, ni menos. 

Hay momentos en que Jesús no puede realizar milagros (v. 5), y traduciendo literalmente del griego dice que “no podía ejercer allí ningún poder.” Quizás no encontremos en todos los evangelios una mirada mas “encarnada” de Jesús que la que nos ofrece Marcos en estos versículos. Valiéndose de las objeciones de sus allegados más cercanos y de quienes lo vieron crecer desde su infancia, Marcos casi logra introducirnos en la mente de sus compatriotas, para quienes Jesús no posee nada especial en comparación con  cualquiera de ellos.  Ni aún su propia familia lo comprende. Más aún, el texto original griego alude que Jesús era para ellos “una causa de tropiezo” (gr. skandalizonto) (v. 3). 

Esta larga lista de vientos contrarios culmina con las palabras de un Jesús profundamente cargado de decepción y de rechazo. Las palabras de Jesús aluden a su propia familia, se extienden a todo lo largo y ancho de Nazaret sin dejar fuera, como un agravio extra, a sus discípulos. Ellos/as han visto lo que ha hecho de manera milagrosa, pero a pesar de ello no lo aceptan por quien él es.  

Este mismo sentimiento acompañará a Jesús (y a sus discípulos por igual) a lo largo de su ministerio y de su crucifixión. El escepticismo acerca de quién es Jesús será una sombra que no se apartará ni siquiera con las evidencias más contundentes que persona alguna pueda brindar. Esto nos acerca a una afirmación teológica de gran fuerza: la fe no es en última instancia una decisión que se toma basándose única y exclusivamente en una serie de pruebas terrenales o de milagros celestiales. La fe es finalmente fiducia, una confianza que es producto de la gracia divina. 

El segundo obstáculo que identifica Marcos son los milagros malinterpretados, que en lugar de arrojar luz acerca de la identidad de Jesús, se distorsionan y se vuelven letales para la fe de los vecinos y familiares. Marcos discrepa de aquella visión común de Jesús en su comunidad en la que se lo identifica como un mero “hacedor de milagros”. Marcos menciona los eventos milagrosos que realiza Jesús porque son señales que apuntan en la dirección de Dios y no por los milagros en sí mismos. En este sentido, el milagro no debe ser tomado como “la evidencia última” de la divinidad de Jesús (ni tampoco la ausencia de milagros debe ser interpretado como señal de ausencia divina), pues como se relata más adelante, en ciertas ocasiones los milagros acontecían y en otras no, pero siempre en sintonía con la fe en el Hijo de Dios. Sea cual sea la razón por la cual Jesús no puede efectuar milagros en esta ciudad, lo que sin duda se nos ratifica de manera diáfana es lo difícil que resulta hacer la obra del Señor. Y si él fue rechazado, aún por las personas más allegadas, sus seguidores deberán esperar situaciones similares cuando sean comisionados a predicar en su nombre.   

Para preparar a sus discípulos para la dura empresa del Reino, Jesús les ofrece una serie de directrices, todas con un significado especial. Aunque nos resulten un tanto limitantes las peticiones de llevar “maletas livianas” para el camino, en el fondo sirven de salvaguardia para lo más esencial: el mensaje del evangelio. De acuerdo con Marcos, cualquier asunto o cosa que sirva de obstáculo para completar la misión tiene que ser echada a un lado. Con este señalamiento se hace una gran observación en torno a las tentaciones del camino de cualquier discípulo/a de Jesús que quiera llenar sus maletas con elementos que al final serán en detrimento de las personas y sobre todo, de la misión a la que ha sido enviado/a. 

El equipaje mas importante ha sido dado por el mismo Señor: “y les dio autoridad sobre los espíritus impuros” (v. 7). Más adelante se afirma: “Y echaban fuera muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban” (v. 13). Nada de pan, nada de dinero (literalmente dice “cobre”) ni ropa extra. Lo único permitido es un bastón. Otra vez, Jesús está completamente convencido de que la inclinación humana de apoyarse en las posesiones para alcanzar seguridad personal pone en riesgo la misión. Pues al hacer esto, dejan de vivir cada día apoyándose exclusivamente en su fe y confianza en el Hijo de Dios. Es aquí cuando el bastón, el único objeto permitido por Jesús, cobra un significado sobresaliente. El bastón es signo de apoyo para el camino, como la fe que se adhiere al Hijo de Dios y no se intimida aún de cara a la adversidad y las objeciones de quienes no saben responder a la pregunta más importante de todas: ¿Quién es este Jesús?


1Frank Thielman, Teología del Nuevo Testamento (Miami, Florida: Editorial Vida, 2006), 63.