Segundo Domingo después de Pentecostés

Los demonios de hoy

hands interlocked in front of beach
Photo by Louis Hansel on Unsplash; licensed under CC0.

June 19, 2022

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Comentario del San Lucas 8:26-39



Era una mañana tranquila. Sentía mi corazón lleno de amor y agradecimiento. Estaba en la mesa del comedor reflexionando sobre la oportunidad de haber regresado a mi país por primera vez con mi nueva familia, luego de haber partido 20 años antes a EE. UU. como joven soltera.

Estábamos viviendo en una comunidad rural por varios meses, apoyando el desarrollo de una siembra agroecológica, cuando de repente una joven llegó a pedirme con urgencia si podía asistir a uno de los agricultores, quien parecía estar poseído por un espíritu y nadie más lo podía ayudar. No tenían la protección de los collares, el tabaco, los caracoles, que eran instrumentos utilizados en su religión, y su líder espiritual estaba lejos.

Yo conocía al joven agricultor. También conocía la belleza del lugar donde vivíamos. Cualquier tormento no podía ser producto de este lugar, sino de opciones, contextos, historias que yo no conocía, pero que en mi fe podíamos superar.

Me equipé con mi fe en el Cristo que está por encima y por debajo de todo, el amor, mi visión de este mundo y mi estola tejida por mujeres de la iglesia. Al caminar hacia él, sin pensar para no dudar, sentí una burbuja de compasión creciendo alrededor mío. Y al llegar, lo encontré semidesnudo, retorcido, tenso y frío, parado bajo un árbol; su mirada estaba perdida y su rostro atormentado.

Aunque una historia como esta no era ajena a mi tradición, como pastora nunca me había encontrado en tal situación. Al acercarme, lo primero que sentí fue llamarlo por su nombre. Lo toqué con mis manos y estas fueron las palabras que salieron de mi boca: “En este lugar sólo hay espacio para el amor, la vida y la belleza.” El joven reaccionó y sanó.

La historia de Lucas del evangelio para este domingo tiene detalles culturales que tal vez se nos escapan, pero encontramos a un Jesús rodeado de naturaleza que, con dominio y conocimiento de ella, y aun a través de ella, libera al hombre de la opresión que lo domina. Nada le es extraño, ni rechaza al mundo que lo rodea. Jesús trabaja con la naturaleza para ordenarlo todo y lograr su obra sanadora.

En un escenario entre lagos, cerros, campos, pastores, cerdos, lugares desiertos, tumbas y espíritus, se desarrolla una historia de reconciliación entre un hombre pecador que por alguna razón desde hacía un tiempo se encontraba en una crisis espiritual, y un pueblo que, habiéndolo dado por perdido, se limitó a sujetarle las manos y los pies con cadenas.

Según el evangelio de Lucas, cuando Jesús sana, no sólo sana el cuerpo, o a la persona. Jesús busca restituirla a su comunidad, a su familia, a la sociedad. Jesús está consciente de las condiciones sociales por las cuales la gente enferma y a veces sufre aún más de lo debido, por causa de una sociedad incapaz de verse a sí misma en la crisis del enfermo y de buscar soluciones redentoras beneficiosas para todos. ¿Quién puede vivir sanamente en una sociedad que encadena a hombres de pies y manos?

En cierto modo, toda la comunidad sufre sus demonios cuando la violencia, el rechazo, el abandono, son su mejor manera de lidiar con sus enfermos. La clave de esto es cuando la historia nos dice que el pueblo sintió miedo en vez de alegría por lo que Jesús había hecho y le piden que se vaya. Es comprensible que el hombre liberado de sus demonios quisiera irse con Jesús, en vez de volver a su casa. Sin embargo, Jesús lo envía a compartir su experiencia, como semilla del Reino en medio de su pueblo.

Cuando Jesús sana, Jesús salva y busca restituir a todo el mundo, aun cuando los demás no estemos listos. Como sembrador y Dios de gracia, deja brillar el sol y caer la lluvia y sus semillas también sobre la roca, y los espigos, además de la tierra fértil.

¿Qué fue de aquel hombre? No lo sabemos. Así como tampoco sabemos qué lo llevó primero a caer en ese estado. Como fue el caso del joven que luego compartió conmigo sobre su vida, podemos asumir que la del hombre de la historia de Lucas estaba tan vacía de Dios que la legión de espíritus entró fácilmente a llenar un vacío. Y ahora, al haber quedado lleno del conocimiento de Cristo, nada impuro podría dominar su ser, aun cuando volviera a una comunidad que, en principio, rechazaba las buenas nuevas posibles con Cristo.

Cuando el aliento de Dios vive en nosotros/as, como lo hace en cada criatura de su creación, nada impuro puede morar en nuestro ser que Dios no pueda redimir. Pero esto también requiere de la colaboración del pueblo. Todo es parte de la creación de Dios; allí nada es desechado ni destruido y aun los espíritus reconocen a Cristo y deciden dónde quieren ir. Pero en la creación de Dios también hay un orden y una sabiduría que debemos conocer y seguir para vivir una vida plena y en armonía unos con otros.

En un pueblo que en un principio rechaza la posibilidad de celebrar la compasión, el amor, la vida y la belleza, ¿qué demonios se seguirán multiplicando, impidiendo la liberación y fomentando el sufrimiento de una parte de su población? ¿A quiénes estamos sacrificando por no querer perder el estatus social, poder en el mundo, e incluso el sentimiento de paz, aunque sea sin justicia?

Desde una mirada eco-teológica, propongo que hoy nuestros demonios se llaman: racismo, colonialismo, individualismo, consumismo, extractivismo. Todo aquello que nos ata, nos hace cómplices e insensibles, promueve la violencia, destruye, margina, discrimina.

Cada uno de ellos tienen un impacto enorme en la creación de Dios y sus pueblos, aun entre aquellos que han gozado de ciertas ventajas desde los tiempos de la revolución industrial. Estos demonios crean comunidades vulnerables en todas partes, y son sostenidos por un sistema que necesita ser desmantelado para poder liberar a quienes sufren, incluyendo las próximas generaciones.

Esto requiere que el mundo perciba como buena nueva los cambios que hoy son necesarios para preservar la vida. En este sentido, cada uno/a de nosotros/as puede ser semilla del Reino responsable de contar la historia y ayudar a nuestras comunidades a sanar.

En el pasaje de Lucas, Jesús no pierde tiempo con quienes no quieren aceptar su buena nueva. Están quienes reciben su mensaje liberador y quienes prefieren vivir con sus demonios, indefinidamente.

El cambio climático es el resultado de un modelo de vida y consumo individualista, que incluye una producción dependiente de combustibles fósiles, la explotación de los bosques y la destrucción de la biodiversidad, y que amenaza a millones de personas alrededor del mundo. Este cambio climático es lo que hoy en día nos hace ver que no escuchar el mensaje del amor, la compasión, la justicia y la belleza tiene un impacto comunitario y global que no podemos ignorar, porque tarde o temprano nos afectará a todos/as.

Como iglesia y como hijos e hijas del Dios Creador, hoy más que nunca necesitamos regresar a nuestras comunidades a contar lo que Dios ha hecho, por medio de Cristo y por amor a su creación, para librarnos de nuestros demonios (Juan 3:16).

Podríamos decir que Jesús sacrificó los cerdos para salvar al hombre, y en tiempos del diluvio, Dios sacrificó a toda una generación para salvar a la humanidad y sus criaturas. Hoy, para salvar a quienes sufren y a las próximas generaciones de la amenaza del cambio climático, tenemos la capacidad de ser más inteligentes que los cerdos, que por pánico se ahogaron, aun cuando sabían nadar.

Para que la tierra pueda ser liberada (Rom 8:19), es hora de dejar a un lado los paradigmas, las ideas y los valores que sostienen a los demonios que están llevando al mundo a su propia destrucción, como los cerdos.

Nada de lo que Dios ha hecho es impuro ni demoníaco. Toda su creación es buena y ha sido bendecida desde el principio (Col 1:16-17) con un orden que debemos comprender, respetar, amar y defender, para que la vida pueda florecer.