Comentario del San Juan 18:1—19:42
Muchas veces les fascina a mis estudiantes la pregunta de Poncio Pilato a Jesús en 18:38: “¿Qué es la verdad?”
Ellos sienten que Pilato vocaliza una pregunta existencial fundamental en el medio de su intercambio con Jesús.
Pero desde la perspectiva del cuarto evangelio, Pilato no es un buscador auténtico de la verdad. Si lo fuera, por lo pronto no tendría que hacer esta pregunta.1 En el versículo anterior, Jesús le dice: “Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (18:37). Podemos decir que Pilato no es “de la verdad” porque le hace su pregunta a Jesús, quien ha dicho claramente que es “la verdad” (14:6). Por supuesto que Pilato no estaba presente en el discurso de despedida a sus discípulos en cual Jesús dijo esto, pero de todas maneras el Jesús de Juan insiste: “mis ovejas oyen mi voz y yo las conozco, y me siguen” (10:27). Pilato no es receptivo a la verdad que está de pie frente a él. Él se preocupa por su propio bienestar en relación con su reputación como “amigo de César” (19:12); no se preocupa por escuchar realmente la voz de Jesús durante su interrogación.
Ni Pilato ni los líderes judíos pueden ver lo que Juan y sus lectores saben que es la verdad – que Jesús es el rey mesiánico que da “testimonio de la verdad” (18:37). Mis estudiantes, especialmente si son cristianos devotos, a veces preguntan porqué los enemigos de Jesús, y los líderes judíos en particular, no pueden ver que Jesús es el Mesías verdadero, en vistas de que tan obviamente cumple las Escrituras judías, como la pasión según Juan declara en 19:24 (cf. Sal 22:18), 19:28 (cf. Sal 22:15; 69:21), 19:36 (cf. Sal 34:20) y 19:37 (cf. Zac 12:10).
Pero la pasión según Juan también muestra que era igual de difícil para sus seguidores aceptar a Jesús como el Mesías de Dios si su vida iba a terminar en la crucifixión. La narración que nos ocupa comienza con el acto de la traición de Judas (18:2-3), un poco más adelante leemos acerca la triple negación de Pedro (18:15-18, 25-27), y al pie de la cruz, sólo cuatro de los seguidores de Jesús están presentes (19:25-27). La traición, la negación y la ausencia de la mayoría de los discípulos en los momentos finales no indican una gran confianza por parte de ellos en que Jesús fuera “la verdad.”
Nos damos cuenta, entonces, de que la respuesta a la pregunta de Pilato – “¿Qué es la verdad?” – es fácil en un sentido, pero muy difícil en otro. Según el cuarto evangelista, es fácil en el sentido de que Jesús revela y encarna la verdad (14:6). Pero es difícil porque la verdad que Jesús revela y encarna “no es de este mundo” (18:36). En la cristología única del cuarto evangelio, Jesús es el Verbo divino que entra en el mundo (1:1-18). Lo que Juan presenta a través de Jesús es un encuentro con una “verdad” que se confronta con la “verdad” tal como es vista por quienes habitan el mundo. El desafío presentado por Jesús en el cuarto evangelio es que la verdad divina supera los modos humanos de construir la realidad, es decir, las formas en que humanamente se pretende definir la verdad, a las cuales el vocabulario particular del cuarto evangelio designa como “el mundo” (véase, p.ej., 15:18-19).
En la pasión según Juan, este conflicto entre la verdad divina y “el mundo” se desarrolla con respecto a los temas de la violencia y la dignidad real. El impulso de Pedro es hacia la violencia como manera viable para responder a las acciones de los que vienen arrestar a Jesús, y por eso le corta la oreja derecha al siervo del Sumo sacerdote (18:10). Aunque no cura la oreja, como lo hace en la pasión según Lucas (22:51), de todas maneras Jesús deja en claro según el evangelio de Juan que la respuesta de Pedro a la situación está equivocada. La acción de Pedro parece razonable desde el punto de vista de la defensa de un amigo y maestro, pero no está de acuerdo con el hecho de que Jesús había de beber “la copa” que el Padre le había dado (Juan 18:11). Jesús marcha hacia su destino en esta hora crítica (cf. 12:27; 13:1; 17:1). Las negaciones de Pedro ocurren poco después de que Jesús se deja arrestar, indicando la desilusión de Pedro con el enfoque de Jesús respecto de su difícil situación.
En la escena con Pilato, Pilato y sus soldados usan la violencia para burlarse de Jesús como rey. Los soldados visten a Jesús como un rey con una corona provisional y un manto de púrpura (el tinte púrpura era caro, y por eso púrpura era el color de la élite gobernante de Roma) y lo golpean mientras lo hacen. El versículo 19:1 enlaza a Pilato directamente con la violencia, afirmando que él mismo azotó a Jesús, aunque históricamente es dudoso que él haya participado. Unos versículos más adelante, Pilato advierte a Jesús acerca de la autoridad que tiene sobre él (19:10). Pero esta forma de entender la realeza y la autoridad, a través de violencia y de ciertas formas de vestir, son particulares del Imperio Romano, y aunque el Imperio Romano haya sido muy poderoso en el primer siglo, la del imperio era de todas maneras una forma humana de gobernar que según Juan estaba en conflicto con la verdad divina. Así que, a pesar de que Jesús adopta el lenguaje de la realeza y la autoridad cuando le habla a Pilato, también deja en claro que las realidades detrás de estos términos cuando él los usa son muy diferentes de lo que Pilato entiende con estos mismos términos. El reino de Jesús “no es de este mundo,” y una muestra de este hecho es que – en contraste con los soldados de Pilato – no hay una respuesta violenta por parte de los servidores de Jesús (18:36).
Además, Jesús intenta hacerle ver a Pilato que está tratando de incluirlo en la categoría humana convencional de “rey,” pero Jesús no era un rey como el emperador y los otros gobernantes de Roma. Jesús es un rey, pero su propósito en el mundo es “dar testimonio de la verdad” (18:37). Nosotros y nosotras podemos aclamarlo rey siempre y cuando tengamos presente que Jesús un rey muy distinto de los reyes a los que estamos acostumbrados.
Ahora bien, si concluimos este comentario diciendo que el Jesús de Juan está en contra de la violencia y debe ser separado de la esfera de la política, estamos perdiendo el punto central. Estos encuentros narrativos entre Jesús y sus discípulos y entre Jesús y Pilato nos dicen algo más fundamental acerca del encuentro con la verdad divina.
En esta representación de la pasión, encontramos varias personas a quienes les resulta difícil aceptar el testimonio de la verdad encarnada en Jesús. Nuestras propias creencias y actitudes religiosas frecuentemente se mantienen sin desafíos. Estamos convencidos y convencidas de que nuestra forma de entender la divinidad y de comprender lo sagrado es la correcta, y que otras formas de expresar la verdad divina o de vivir una vida santa están equivocadas porque no concuerdan con nuestra comprensión de la verdad.
Este es el tipo de pensamiento que habría llevado a Jesús a ver la cruz de la manera en que la vieron Pedro y Pilato, como una realidad de la cual uno debe escapar y a la que uno debe evitar por todos los medios necesarios. Confrontar una verdad diferente de nuestras nociones preconcebidas nos va a molestar, pero debemos enfrentar el desafío de ver la realidad de manera diferente a cómo la veníamos viendo hasta ahora. Si no, seremos como Pilato, que no puede reconocer la verdad delante de él. Podemos responder al desafío puesto por la verdad de manera defensiva, desenvainando nuestras espadas, como lo hizo Pedro, y volviendo a nuestras formas previas de entendimiento. O podemos responder con la fe y confianza que tuvo Jesús en el Dios de la verdad, siguiendo a Jesús hasta el territorio incómodo que nos lleva hasta el pie de la cruz.
1 Gail R. O’ Day, “The Gospel of John: Introduction, Commentary, and Reflections” en vol. 9 de The New Interpreter’s Bible (ed. Leander E. Keck et al.; Nashville: Abingdon, 1995), 818.
April 18, 2014