Comentario del San Lucas 15:1-3, 11b-32
La perícopa para este domingo comienza contándonos que diferentes tipos de personas se aglutinan para escuchar a Jesús: personas de bien, como los fariseos y los escribas (v. 2) y de las otras, como los publicanos y pecadores (v. 1). Entre estos asistentes están quienes buscan con esperanza recibir palabras de vida, y también quienes, como es el caso de los fariseos y los escribas, quieren observar y calificar lo que Jesús dice, hace o deja de hacer.
Hay entonces un claro contraste de intenciones y de apariencias, pero a pesar de la apuntada falta de apertura hacia Jesús por parte de los fariseos y escribas, yo no me atrevería a juzgarlos. Tampoco podría decir que el acercamiento de los publicanos y pecadores es más sincero que el de fariseos y escribas, pues estos últimos no disimulan su descontento con la praxis de Jesús ni tampoco con su persona. Peores son, ciertamente, quienes se hacen pasar por amigos para luego traicionar.
Pero volviendo al texto, lo que parece molestarles a fariseos y escribas es el desapego de Jesús con respecto a algunas costumbres de la época y del lugar y cierta tradición religiosa, lo que se reflejaría especialmente en su cercanía con publicanos y pecadores (v. 2). Ahora, volviendo a la razón por la que no me atrevo a juzgar a fariseos y escribas, me gustaría apuntar a la conducta de quienes leemos el texto hoy. ¿Por qué? Porque nosotros/as en situaciones semejantes hacemos o hemos hecho lo mismo. Queriendo o no, desconocemos y tomamos distancia de lo que nos parece diferente o sugiere nuevas costumbres o rituales. Tal vez no lo hacemos con mala intención, incluso puede ser que lo hagamos por cierto compromiso con alguna verdad, una que otra buena costumbre o por motivos de seguridad, ya que hoy “no se puede confiar en nadie,” como se dice comúnmente por ahí.
Pensando en este auditorio variopinto, Jesús ejemplifica el reino de Dios en perspectiva de un conflicto familiar.
Un hijo acomodado, que además es el menor de dos hermanos, quiere abandonar el hogar de su padre y con ello iniciar una nueva vida lejos de su entorno familiar. Este joven piensa financiar este proyecto con el dinero que ha ganado su padre con mucho trabajo y que el joven considera como suyo (vv. 11-13). Quizás tenía críticas al sistema y/o a la manera de vivir en comunidad con el padre, el hermano y criados/as, pero esto no es más que mera especulación. Lo que sí creo es que su necesidad de vivir a su manera lo llevó a obviar lo bueno que tenía consigo. En este sentido se marcha sin la menor gratitud por lo que hasta ese momento había tenido a su disposición.
De esta forma comienza este joven su aventura, pero en un corto lapso se gasta todo el dinero, y se da cuenta de que el paraíso que imaginaba no era tal si no tenía cómo financiar sus arbitrarios deseos. Muchas resacas también lo golpean corporalmente. La mala alimentación lo debilita. Comienza también a pasar hambre y a sufrir la lejanía de los suyos, que no es tan solo geográfica (vv. 13-14).
Entonces comienza un proceso de reflexión que lo ayuda a valorar lo que ya tenía a su disposición y a dejar de desear lo que no tenía. Estos pensamientos lo llevan a su vez a un proceso de conversión. El joven recuerda que los criados/as de su padre en ese preciso momento –o tal vez siempre– estaban en una mejor situación que él (vv. 17-20). El joven decide volver, disculparse con su padre y retomar lo que había dejado atrás. La pregunta que surge entonces es si todo esto seguiría estando a su disposición, como hasta antes del viaje. Pues sí, su padre se muestra abierto tanto para escucharle como para recibirle (vv. 20-22). Y no sólo eso, el progenitor también ordena organizar una fiesta, explicando la significancia del retorno arrepentido de su hijo (vv. 22-24).
Pero no todo era alegría. El hermano mayor no entendía esta situación, ya que se sintió menoscabado, ignorado, invisibilizado. Pensaba en la razón por la cual no se celebraba su fidelidad, rectitud y buena disposición (vv. 25-30). Entendiendo esto, lo aborda su Padre para hacerle ver que todo lo que había ahí era de él. Por esto no era necesario anunciarlo, pues era obvio (v. 31). El padre apeló al peligro en el que había estado su hermano y explicó que la fiesta era porque estaba a salvo y no por lo que había hecho o dejado de hacer (v. 32).
Lo narrado por Lucas nos enfrenta a un dilema: el merecimiento de la gracia y del reconocimiento por lo que hacemos. El evangelista se refiere sobre todo a la relación entre Dios y los seres humanos y no a las relaciones de trabajo o similares. Nos expone a que confrontemos nuestra tendencia a la disconformidad. Pues ambos hermanos tenían más de lo que necesitaban antes de sus crisis. Pero querían más. Legítimo, dirá algún emprendedor, pues esto genera riqueza. Puede ser, pero el reino de Dios no parece ser así.
Lo que también me sorprende es la ausencia de alguna llamada de atención hacia el hijo menor por parte del padre. Y esto está en contraposición con su actitud frente al hijo mayor, que sí recibe una lección amorosa de su parte. Se pone en evidencia que el padre tenía una relación estrecha con el hijo mayor, como la no había tenido quizás con el menor. El evangelio nos confronta, interpela y llama a que pensemos mesuradamente sobre lo que deseamos. Nos habla a nuestras conciencias para que sepamos que, si estamos descarriados y queremos volver, Dios nos recibirá nuevamente. De ahí se desprende algo grandemente significativo: no basta seguir la orden de un padre espiritual, de algún dogma o alguna ley sin relacionarse con quien lo emite. La práctica de la fe cristiana no responde a mandatos que obedecemos ciegamente, sino que se basa en la relación que tenemos con el objeto de nuestra fe: Dios en Cristo. La vinculación con Dios se expone en el marco de un proceso comunicativo en el que reflexionamos y actuamos según lo que vamos viviendo y a quién tengamos en nuestro entorno. No hay verdades absolutas a las que podamos aferrarnos; solo lo que Dios nos revela en su evangelio: Cristo y su cruz. Se nos invita a aferrarnos a esta palabra para que disminuya el poder de la muerte y crezca la fuerza de una vida verdadera. La perícopa nos invita a aferrarnos a la gracia de Dios, que en la teología evangélico-luterana se sistematiza como la justificación por la fe. La invitación nos interpela para que encontremos inspiración para relacionarnos los unos con los otros de la manera que Dios quiere, mostremos comprensión ante al arrepentimiento ajeno y nos abramos también nosotros/as a arrepentirnos de nuestros propios errores. Dios nos ayude.
March 27, 2022