Cuarto domingo después de Epifanía

Los/as bendecidos/as de Dios

Children smiling and making peace signs with their hands.
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January 29, 2023

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Comentario del San Mateo 5:1-12



El libro de Mateo es el más judío de los cuatro evangelios. Contiene el número más alto de citas y referencias del Antiguo Testamento. Mateo nos muestra las luchas de una comunidad judeocristiana con el lugar e interpretación de la Ley hacia el fin del primer siglo. Era una comunidad agraria probablemente situada en la región de Siria en Palestina.

El autor remonta los orígenes de Jesús no solamente al rey David sino al mismo Abraham. Aún más, hace el esfuerzo de comparar los eventos de la vida Jesús con la de Moisés. Por ejemplo, tal como en el caso de Moisés, la vida del recién nacido Jesús está en peligro de muerte por la masacre de niños ordenada por un rey. Y como Moisés en su adultez, Jesús tiene que huir al desierto del cual regresaría años después para comenzar su ministerio. Ahora, en la lectura de hoy, el autor nos presenta al Señor como un segundo Moisés, subiendo al monte para proclamar sus enseñanzas al pueblo.

Lo que hoy llamamos el Sermón del Monte comienza con una serie de bendiciones, declaraciones simples de quienes serían los bienaventurados en los ojos de Dios. El texto paralelo se halla en Lucas 6, que además de describir a los bendecidos, también nos presenta al estatus de los desobedientes. En este comentario, en vez de exponer acerca cada una de las beatitudes, vamos a presentar el contexto del texto y su significado para hoy en día.

El Sermón del Monte fue pronunciado en el contexto socioeconómico de una comunidad agraria que se encontraba en la región de Siria-Palestina del primer siglo bajo el control del imperio romano. Como muchas de las sociedades antiguas de esa área, se regía por los códigos del honor y la vergüenza. Es decir, el estatus social de cada persona y familia era determinado por cuánto honor podían acumular además de cuánto tenían por las circunstancias de su nacimiento. Uno podía aumentar el honor por el carácter bueno, la acumulación de riquezas, o el uso del sistema de patrocinio, que consistía en hacer favores o dones hacia alguien de rango superior y que era común en esos tiempos. El honor del individuo beneficiaba a toda la familia. La persona con más honor levantaba al resto de la familia. De la misma manera, el honor podía ser perdido, trayendo vergüenza al individuo y a la familia. El escándalo moral, la pérdida del dinero, o el mal trato resultaban en tal pérdida. Para recuperar el honor, la persona tenía que rectificar el origen del escándalo. Los llamados “homicidios de honor” o los duelos son instancias de personas tratando de recuperar el honor. La persona que sumaba más honor, sea por haber nacido en una familia privilegiada, por acumular riquezas, o por aprovecharse del sistema de patrocinio social y político, era bienaventurada en tal sociedad.

Como se pueden imaginar, si los poderosos, los ricos y las personas privilegiadas son quienes se benefician de tal sistema de honor/vengüenza, los pobres de corazón, los humildes y quienes padecen persecución son los “maldecidos.” Un sistema cultural que valora a los fuertes y ambiciosos no tiene lugar para los mansos y misericordiosos. Pero en las beatitudes, Jesús trastoca estas expectativas sociales. Jesús da vuelta y revierte siglos de costumbres. Pone el enfoque en quienes son condenados a los márgenes de la sociedad. Noten que Jesús no dice que serían bendecidos quienes lloraran y se arrepintieran y de esa manera lograran tener corazones puros. No está dando órdenes para que uno tome acción. Esto sería una repetición del mismo sistema de honor/vergüenza que Jesús cuestiona. En vez, él llama bendecidos/as a quienes no pueden acceder a los recursos sociales que les traerían honor. Proclama que quienes son considerados/as deshonrados/as son en verdad bienaventurados/as por Dios. No es algo a que pueden acceder por sus actos o esfuerzos; son bendecidos/as por Dios simplemente por el hecho de existir.

En un contexto más amplio, las beatitudes de Jesús son parte de un evangelio anti-imperial. Los imperios globales que hemos visto desde Egipto hasta Roma, de Bizancio hasta los aztecas, los británicos y los Estados Unidos, han usado las herramientas de la violencia, la colonización, y el control social y económico para mantener y extender su poder. Y aunque proclamen paz (Pax Romana, Pax Britannica, Pax Americana), es sólo la ilusión de paz, bajo la amenaza de la espada o el embargo comercial. Los pueblos palestinos eran victimas de este imperialismo. Mientras que algunos se aprovecharon del sistema imperial para ascender en la escalera social, la mayoría de las personas se hallaba fuera de estos privilegios. Eran sujetos a la violencia, el control económico, el hambre y las incertidumbres bajo un poder ajeno. Como hoy en día, se encontraban lejos de las bendiciones de Horus, Baal, Zeus, Júpiter o Wall Street. Jesús se opone a estos valores imperiales. El Dios del reino de los cielos, el que llamó a Abraham y liberó a los hebreos de Egipto, llama bendecidos/as a quienes no son parte de esta cosmovisión brutal y explotadora.

¿Cómo hemos de responder? En las escrituras, Dios mantiene el hábito de ponerse del lado de los/as marginalizados/as y oprimidos/as—sean quienes padecen hambre por falta de comida o por falta de justicia. En las beatitudes Jesús declara que quienes viven fuera de los sistemas mundiales de explotación, deshonra o violencia ya son bendecidos/as por Dios. Esto debe hacernos reflexionar acerca de nuestros valores. ¿A quiénes consideramos bendecidos/as en nuestra sociedad? ¿A los célebres? ¿A quienes controlan billones de dólares? ¿A quienes se adecuan a las expectativas sociales de respetabilidad y honra? Hemos de cuestionar nuestras presunciones y nuestras reacciones afectivas hacia quienes viven en nuestros alrededores—las personas sin hogar, la muchacha embarazada, el prisionero, la mujer que se gana su pan diario con el sexo, el muchacho transgénero botado de su casa por sus padres. De acuerdo con Jesús, estas son las personas a quienes Dios ve como bienaventuradas. ¿A quiénes les estamos dando apoyo y honor nosotros/as? ¿Al político que promete cortar los recursos sociales para el inmigrante? ¿A quien pinta como monstruo a quien viste o vive de manera diferente a la de los feligreses de la congregación? ¿Seguimos dando ofrendas al pastor que denigra a los cuerpos femeninos? Debemos pensar profundamente acerca de nuestras prioridades, no sea que estemos llamando “malditos/as” a quienes Dios llama “bendecidos/as.”