Comentario del San Lucas 4:21-30
En este relato, Lucas continúa con la reacción de la gente ante la predicación de Jesús. Recordemos que está en Nazaret, su patria. El evangelista insiste en que “todos daban testimonio de él,”1 pero al parecer, este tipo de expresiones en el contexto semita contienen un cierto sentido hostil, por lo que sería una traducción correcta decir que “declaraban en contra de él.” Esto contrasta con lo que sigue inmediatamente: “estaban admirados de las palabras de gracia que salían de su boca.” La idea de admiración o sorpresa puede tener un matiz de desconcierto si va asociada, como en este caso, a nociones como crítica, duda o incluso oposición.
El desconcierto de los judíos se debe a la interpretación que hace Jesús del texto de Isaías (Is 61:2: “el año de gracia del Señor”), puesto que ellos esperaban que el “día del Señor” fuera un día de ira, de castigo hacia los enemigos, no de gracia o perdón. Eso se esperaba del Mesías, que tuviera un tono político, en cuanto descendiente de la dinastía de David, y de ahí el contraste con la expresión en forma de pregunta: “¿No es éste el hijo de José?”
Esta forma de la pregunta, en la redacción lucana del episodio, refleja la interpretación corriente de la personalidad de Jesús, de la que participan, en primer lugar, sus propios paisanos, que lo han visto crecer en el seno de su familia radicada en Nazaret. En la redacción de Marcos, la pregunta “¿No es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc 6:3) expresa una reacción ante la enseñanza y la actividad portentosa de Jesús; en cambio, en Lucas la pregunta se debe a la interpretación de la Escritura propuesta por Jesús, en la que proclama abiertamente que ha llegado el tiempo mesiánico entendido como tiempo de gracia del Señor.
Jesús se anticipa a citar el proverbio “Médico, cúrate a ti mismo.” Este proverbio tendrá un eco en el momento de la crucifixión cuando le dicen que se salve a sí mismo (Lc 23:35-39). Aquí significa: “Hacedor de milagros, hazlos para nosotros, tus compatriotas.” Al agregar que “ningún profeta es bien recibido en su patria” (v. 24), Jesús posiblemente pensaba en el profeta Jeremías perseguido por la gente de su aldea (Jr 11:18, 21). Los dos ejemplos proféticos ofrecidos por Jesús ilustran que Dios “ama al forastero” (Dt 10:18) y que la elección de un pueblo no da a este el derecho de controlar a Dios ni a sus enviados ni a sus beneficios, excluyendo a los otros. Esta será la lucha del libro de los Hechos con un inevitable desenlace en 28:24–28.
Aunque el proverbio está en labios de Jesús, refleja una reacción hostil por parte del auditorio. El cinismo implícito cobra mayor relieve por medio de la comparación entre Nazaret y Cafarnaún, siendo ésta última para Marcos, y muy probablemente para toda la tradición evangélica, el lugar de domicilio de Jesús durante el desarrollo de su ministerio público (Mc 2:1).
La expresión “ningún profeta es bien recibido en su tierra” aparece en los otros dos sinópticos (Mc 6:4 y Mt 13:57) y en el Evangelio de Juan (4:44). Lo único que cambia es la formulación concreta en cada uno. Marcos lo reproduce así: “Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.” Mateo sigue la formulación de Marcos, aunque omite la parte “entre sus parientes.” Lucas, por su parte, omite toda clase de referencias a un verdadero rechazo de Jesús por parte de sus parientes y en su propia casa. Esta omisión encaja perfectamente con la manera como Lucas presenta las relaciones entre Jesús y María a lo largo de la narración evangélica (cf. Lc 8:21).
Al usar este proverbio, Jesús se presenta como profeta (cf. Lc 11:49–50 y 13:33, texto que establece además una conexión entre la misión profética y la muerte en Jerusalén). En cuanto profeta, Jesús no es bien recibido en su patria chica porque no ha realizado allí los prodigios que se esperaban de él. El valor simbólico que tiene para Lucas la experiencia de Jesús en su propia ciudad de Nazaret y, al mismo tiempo, el carácter programático del episodio, quedan de manifiesto en la referencia a la actividad de dos profetas como Elías y Elíseo. Lo que Jesús dice con respecto a su propia situación se compara con la experiencia de los dos grandes profetas de Israel. Jesús es prácticamente otro Elías, otro Elíseo. En la concepción de Lucas, los vv. 25–27 ofrecen una base veterotestamentaria para la misión cristiana entre los paganos.
La viuda a la que Jesús hace alusión era una mujer pagana, no una israelita, habitante de una ciudad fenicia situada en la costa del Mediterráneo, entre las ciudades de Tiro y Sidón (1 Re 17:9–10). La afirmación de Jesús queda confirmada con otro ejemplo tomado de la tradición profética veterotestamentaria en referencia a leprosos (2 Re 7:3–10; 2 Cr 26:19–21). Naamán era un alto jefe del ejército sirio, y fue enviado por el rey de Siria al rey de Israel para que le curaran la lepra. El rey de Israel interpretó este envío como un pretexto del adversario para declararle la guerra. Pero Elíseo, que entonces se encontraba en Samaría, insistió en que le enviasen a Naamán, y cuando se presentó, le mandó simplemente que se bañara siete veces en el río Jordán. Naamán se bañó en el Jordán y quedó limpio, aunque no era un israelita, es decir, no pertenecía a la patria. Con este ejemplo, Jesús aplica a su caso concreto el dicho sobre la aceptación de un profeta y pone en evidencia que ya desde el Antiguo Testamento la salvación de Dios se ha abierto a todos los pueblos.
La multitud reacciona a las palabras de su compatriota, en las que se trasluce que su actividad habría tenido mejores resultados en cualquier otro sitio que no fuera su propio pueblo. Se enfurecen porque les compara indirectamente con los perseguidores de los profetas antiguos y lo echan fuera de su ciudad. Este punto culminante del episodio, según la redacción de Lucas, prefigura ya el lugar de la crucifixión de Jesús (Lc 23:26, 33). Jesús, “pasando por medio de ellos,” da a entender que la difusión de la palabra de Dios tiene que continuar ya sea dentro o fuera de las fronteras de Israel (cf. Hch 13:46; 18:6; 19:9). De aquí en adelante veremos a Jesús “caminando” y “siguiendo su camino,” camino que terminará por llevarle hasta Jerusalén, donde se consumará su ministerio. Cf. Lc 4:42–43; 7:6, 11; 9:51–53, 56–57; 13:33; 17:11; 22:22, 39; 24:28).
Que nuestros ojos estén puestos en él, en el Hijo del Padre y en el hijo de José, que seamos capaces de reconocer en él la salvación presentada por Dios al mundo y que con fe podamos acompañarle en su camino hasta Jerusalén y verle glorificado.
Notas
- Mis citas son de la Biblia de Jerusalén.
Referencias
Saoot, Yves. Evangelio de Jesucristo según san Lucas. Estella: Verbo divino, 2008.
Fitzmyer, Joseph. El Evangelio según Lucas, Tomo II. Madrid: Cristiandad, 1987.
February 2, 2025