Comentario del San Mateo 4:1-11
Antes que nada, cuando nos preguntan sobre el acostumbrado resumen de la ley, muchos/as nos referimos a las palabras escritas por el evangelista Mateo en el capítulo 22, donde indica que la ley está contenida en la palabra “amor.” Sin embargo, no debemos pasar por alto que lo que Jesús hace en el relato es parafrasear palabras deuteronomistas. Nunca fue una idea innovadora de Jesús lo de que el cumplimiento de la ley es una demostración honesta de amor. Por ello aquello de que vino a cumplir y no a abolir. Jesús sólo nos recordó lo importante, lo urgente y prioritario que es amar. En el resumen de la ley que el evangelista pone en boca de Jesús se nos recuerda que el amor a Dios es una prioridad y que debe mostrarse con la totalidad del ser. Y que igual de importante es el amor al prójimo, que está conectado con y depende del amor propio.
Hay quienes dicen que es relativamente fácil entender de qué se trata, cómo se demuestra y en qué situaciones se hace más efectivo amar al prójimo, pero ¿cómo es eso de amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas? Algunos/as quizás digan que no hay mayor demostración de amor a Dios que cuando se ama al otro y a la otra como son, y este argumento me resulta plausible, pero la verdad es que hay cierta división a la hora de entender el amor. Una cosa es amar a Dios, otra amar al prójimo y una muy distinta es el amor propio. Quizás los más fans de Dios digan que se trata de pasar más tiempo en oración; otros, que debemos meditar las escrituras o realizar sacrificios religiosos que agraden a Dios. Yo creo que el relato que nos ocupa en este comentario, el de la tentación de Jesús en el desierto, que es uno de los relatos más enigmáticos de los evangelios, nos sirve precisamente para esclarecer lo que significa amar a Dios con todo el corazón, alma y fuerzas.
En efecto, el relato de la tentación de Jesús por el diablo nos deja varios elementos que vamos a analizar, comprender y descifrar. Resulta que el texto de Mateo es un gran Midrash, un relato en forma de enseñanza rabínica, que intenta hacer una comparación entre Jesús y el pueblo de Israel libre después de la esclavitud egipcia, es decir, no es un relato histórico, sino que tiene un carácter simbólico con el que el autor pretende dejarnos una enseñanza a los/as lectores/as.
Desierto, pruebas y hambre son tres situaciones por las que el pueblo de Israel pasó después de su salida de Egipto. Deuteronomio 8:2-4 nos recuerda el propósito de Dios al hacer pasar al pueblo de Israel por el desierto. Dios quería saber lo que había en su corazón y probar su fidelidad y lealtad. Parece que aguantar el desierto sería la demostración de que de verdad amaban a Dios. Justamente este texto deuteronomista fue usado por Jesús en su defensa en las tentaciones. Entonces, ¿cómo se puede y se debe amar a Dios? Como Jesús lo demostró en sus días en el desierto y ante la tentación del diablo. Jesús no claudicó, sino que, a diferencia del pueblo de Israel, demostró cuál era su amor y lealtad ante la prueba del espíritu y las tentaciones del mal.
Inicialmente, el relato muestra la realidad humana de Jesús, pues este, al igual que cualquier mortal, pasó hambre y se sintió conmovido por la dura realidad del cansancio, el hambre y la aflicción. Pero en días anteriores, según el mismo relato mateano, Jesús había sido reconocido públicamente por el Padre como su hijo más querido y amado, es decir, el elegido por Dios para cumplir con una gran misión divina, un llamado mesiánico. Nadie puede ignorar el carácter humano de Jesús ni el hecho de que fue adoptado por Dios como su hijo favorito. El espíritu, al llevar a Jesús al desierto, como antes había sido llevado al desierto el pueblo de Israel, quería probar si Jesús correspondía la lealtad y amor confesados hacia él. La intervención del diablo, que sucedió después, no tiene nada que ver con la intención del espíritu de llevar a Jesús al desierto para saber si amaba como Dios lo amaba a él.
Los cuarenta días de hambre, cansancio y sed representan una demostración de que Jesús estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para demostrar que el amor a Dios era correspondido y que asumiría el proyecto mesiánico que le había sido encomendado, la tarea divina de convertir al pueblo de Dios en un pueblo verdaderamente libre. Pero el diablo no se quedó de manos cruzadas. Se propuso tratar de demostrar que Jesús, aunque había sido reconocido como el hijo más querido de Dios, cedería ante las tentaciones de poder y no podría cumplir con las demandas de la misión de Dios.
Es evidente en el relato que cada tentación pretende poner en tela de juicio el proyecto mesiánico de Jesús y llevarlo, en cambio, a asumir una posición de autosuficiencia, ego, amor al poder y riquezas. Todo líder religioso/a, toda comunidad de fe o toda persona cristiana, al leer este relato, deben entender que el mayor peligro al tratar de cumplir con la misión de Jesús es la tentación del poder. No se puede decir que se ama a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas si al mismo tiempo se desean fama, gloria, riquezas y sobre todo poder. No es lo mismo amar a Dios que desear ser un dios, y esta es una tentación a la que muchas comunidades de fe, líderes religiosos y formas de cristianismo se han visto expuestos y han cedido. El mismo pueblo de Israel, en el desierto, se vio expuesto a estas tentaciones y flaqueó.
Jesús, en un diálogo contraintuitivo con el diablo, responde con los textos periféricos del shemá y utiliza la ley de los capítulos 6 al 8 de Deuteronomio. Ante la tentativa de convertir las piedras en panes, le demuestra a satán que no necesita probarle su filiación a Dios, pues su misión principal no es demostrar que es hijo de Dios. Esa no es su responsabilidad y ahí está el peligro para muchos/as de nosotros/as, que utilicemos la identidad y misión para conseguir fama, poder, gloria y reconocimiento, lo que es contrario a su propósito. Jesús resistió la tentación de priorizar sus propias necesidades ordinarias, de abusar del poder de hacer milagros con fines egoístas y de cumplir sus propios deseos o intereses personales. Y por eso, si alguien quiere realmente amar a Dios, también debe resistir la tentación de priorizar sus propios deseos y de actuar egoístamente con el fin de anteponer las necesidades e intereses personales a la misión y servicio hacía los demás.
Vuelve satán y tienta a Jesús llevándolo a la santa ciudad en el pináculo del templo e invitándolo a lanzarse con confianza total en su condición o posición de “hijo de Dios,” pues esta condición no le permitiría sufrir alguna lesión. Jesús es nuevamente retado por el acusador para dar espectáculos de su misión y servicio mesiánico. De haber cedido a la tentación, Jesús habría fracasado en su misión, pues con la demostración de su filiación a Dios como hijo habría dado indicios de falta de confianza, amor y seguridad en Dios. Con su respuesta, Jesús indica que no está dispuesto a probar si verdaderamente Dios si le había encomendado su misión. Al contrario, Jesús da a entender que Dios confía en él y que él confía en su Padre para la misión. Demuestra que ama a Dios al confiar plenamente en Dios y en la misión que le ha encomendado. En ocasiones, la iglesia, algunos líderes de comunidades religiosas o personas cristianas intentan imponer a Dios exigencias que Dios mismo no ha mandado y buscan signos que fuercen la acción de Dios. Pero no hay mayor amor a Dios que la aceptación de su voluntad divina y su misión. No necesitamos tener ninguna prueba de que Dios confía en nosotros/as. Debemos tener cuidado con querer tener el poder sobre las acciones y la voluntad de Dios.
Por último, ni más ni menos importante, Jesús fue tentado por satán para canjear adoración por riquezas y posición social. La idolatría es uno de los mayores peligros en este camino hacia el cumplimiento de la misión que Dios nos ha encomendado, ya que se trata de reemplazar a Dios por otro dios. Las riquezas pueden tomar el lugar que sólo le corresponde a Dios. Jesús pudo haber tomado la opción o el camino de la violencia y liberar a su pueblo de la dureza romana por una rebelión, tal como muchos judíos esperaban que lo hiciera el mesías. También pudo haber dado espectáculos milagrosos para posicionarse como un líder importante y demostrar que era un verdadero mesías, un real hijo de Dios, o pudo haber buscado el poder político y económico que le habrían dado fama y el dinero. Pero Jesús nunca quiso reemplazar el amor del padre por el ídolo de las riquezas y la fama. Ceder ante este ídolo habría sido caer en la adoración al mismísimo satán.
En resumidas cuentas, algo me dice que no hay mayor demostración de amor a Dios que el servicio a este y eso representa servir al necesitado, como los ángeles estuvieron dispuestos a servir a Jesús luego de su lucha contra el acusador. Amar con todo el corazón, el alma y las fuerzas requiere de ciertos sacrificios difíciles como el de abandonar voluntariamente las ansias de poder. La verdad es que el mayor problema de la iglesia nunca ha sido satán. Su enemigo número uno siempre han sido el egoísmo, el profundo anhelo por riquezas o posiciones socioeconómicas aventajadas y el impulso por controlar todo incluyendo a Dios. Me atrevería a decir que algunas comunidades de fe, en ocasiones, hemos tomado la posición de satán y nos hemos dedicado a hacer caer a tantos en las garras de la búsqueda de poder, reconocimiento y de una mejor posición socioeconómica. Amar perfectamente a Dios reside en los actos de entrega a la misión, de confianza plena en Dios y de servicio al necesitado.
February 26, 2023