Fifth Sunday of Easter (Year A)

La temática que precede a este pasaje es la incertidumbre y ansiedad que provoca el anuncio de Jesús en el capítulo 13.

May 22, 2011

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Comentario del San Juan 14:1-14



La temática que precede a este pasaje es la incertidumbre y ansiedad que provoca el anuncio de Jesús en el capítulo 13.

Se trata del inicio de una despedida que crea conmoción entre los discípulos. No es sólo una despedida ante una partida pasajera, sino el anuncio de una transición a un nuevo estado por parte de Jesús. Por ello la ansiedad generada y las preguntas sobre quien acompañará ahora a los discípulos. Las palabras del evangelista Juan dibujarán una nueva manera de entender la presencia de Dios en nuestras vidas, como así también la comprensión de toda la vida como un movimiento de transición –desde el mundo hacia el Padre, y del Padre hacia el mundo. La conjunción de ambos movimientos, que tiene lugar en medio de la existencia humana, es la esfera del Espíritu quien nos conforma a la figura de Cristo.

La perícopa estructura cuatro momentos. En la primera parte (vv. 1-3) Jesús consuela a los discípulos exhortándolos a que sus corazones no se turben, pues él partirá a fin de preparar un lugar para ellos en “el hogar de mi Padre.” La expresión oikia (hogar) se distingue de oikos (vivienda) en que denota intimidad, convivencia familiar, seguridad. No se refiere a un lugar geográfico, sino a un estado. Jesús reconforta a los discípulos con otro testimonio más: en este hogar hay espacio, vivienda, para muchos. El hogar del Padre es amplio y diverso. Jesús se dirige hacia un “Padre” preparado para recibir a muchos hijos/as. De este modo Jesús revela el estado final de los creyentes como un espacio de intimidad, afecto e inclusión. 

En la segunda parte (vv. 4-6) Jesús señala el camino que se nos invita seguir, identificado consigo mismo. La pregunta de Tomás (“no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?) da pie a una respuesta de Jesús quien revela que la meta (casa del Padre) y el camino (Jesús) constituyen una unidad. Jesús es el Camino (hodós) hacia la plenitud, la Verdad (aletheia) que des-cubre lo que estaba escondido, y quien comunica la Vida (zoé) verdadera. Notar que estas tres realidades están dinámicamente comprendidas por Jesús: caminar con Jesús es ya participar de la vida y descubrir la verdad. La vida cristiana implica un proceso, un recorrido, en el cual Dios acompaña directamente nuestro caminar.

La tercera parte (vv. 7-11) centra su atención en la unidad entre el Padre y Jesús. Nuevamente, es la pregunta de un discípulo –Felipe– lo que da ocasión para una afirmación radical: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”; “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.” Dios mismo se hace presente en las obras y palabras de Jesús, aunque la pregunta de Felipe indica también que esto no es directamente perceptible por el observador neutral, por quien permanece a la vera del camino. En Jesús Dios mismo sale al encuentro del ser humano de una manera paradojal: escondido en lo opuesto, en lo contrario (una temática que ya encontramos en el primer capítulo del evangelio). Por ello Jesús enseña a Felipe a “ver” de una manera diferente, a des-cubrir la presencia de Dios en lo aparentemente mundano y humano.   

Por último, la perícopa cierra con una promesa: en el camino los discípulos gozarán de la ayuda y presencia del mismo Jesús (vv. 12-14). Ya no hay razón para temer, pues quien confía en Jesús también realizará sus obras, lo hará “presente” en medio de una aparente ausencia. Hacer las obras de Jesús (vv. 12) es recibir a Cristo mismo, recibir la misma divinidad. Cristo se manifestará de una nueva manera, mediada por la fe y obras de los discípulos. Esta promesa de Jesús es un contrapunto a la ansiedad y la desazón de los primeros versículos.                

Sugerencias para la predicación
Una de las características de la vida moderna es “estrategizar.” Definimos metas en la vida, más o menos realizables, y diseñamos caminos para llegar a ellas. Esto es necesario, claro, cuando hablamos de cosas asequibles. ¿Pero qué hay de aquellas cosas que hacen a la vida, es decir, las que le dan su sentido último y su espesura? Si nos ponemos a pensar veremos que las cosas más importantes en nuestras vidas han escapado a todo tipo de “estrategia,” a todo cálculo. Son cosas que nos han sucedido, regalos que nos han abierto posibilidades antes impensadas que trastocan y modifican lo que antes considerábamos “metas,” y los caminos para llegar a ellas. Es como si las metas mismas, antes insospechadas, se abrieran camino hacia nosotros.

Los viajes y las despedidas producen mucha ansiedad, pues significan tanto una modificación de nuestro entorno inmediato (seres queridos que parten), como un recorrido por geografías desconocidas que no cuentan con el soporte que tenemos “en casa.” Por ello la incertidumbre de Tomás es comprensible: no sólo su entorno inmediato es modificado por el anuncio de Jesús que deberá partir pronto, sino que quiere saber los detalles de la meta, a fin de poder estrategizar él mismo un camino.  Lo que pide es una especie de “Googlemap,” el trayecto más directo entre A y B, la mejor forma de llegar rápido y sin eventualidades. Pero aquí aparece la sorpresa anunciada por el evangelio: la meta del cristiano no se puede calcular, sólo puede ser recibida en confianza. En Cristo el camino es uno con el destino final. La temática que plantea Jesús no es sobre el paradero de la casa del Padre, sino por el camino que se abre desde el Padre hacia nosotros. Y ese camino pasa por él. La vida plena no se puede estrategizar, sino sólo recibir y seguir en Cristo.

Este es lo que marca el carácter “abierto” de la existencia cristiana, es decir, una existencia capaz de abandonarse al llamado de Dios, des-cubriendo la verdad del Padre en medio de la vida. Estar abierto es permitir que a uno se le regale algo, ser capaz de recibir y por ello emprender nuevos caminos. La venida de Dios a nuestras vidas es el regalo que se nos promete, tal como si la meta viniera a nosotros para hacer camino con nosotros. Así quedamos liberados de la obsesión por encontrar la meta. La meta ya nos ha encontrado, y nos libera para salir de nosotros mismos y vivir la aventura de los nuevos caminos que nos llevan al otro: a Cristo y a nuestro prójimo.