Baptism of Our Lord A

Bautismo para cumplir “toda justicia” y hacer obras de justicia

Dove flying in front of puffy clouds
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January 8, 2023

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Comentario del San Mateo 3:13-17



El tercer capítulo de Mateo nos presenta un resumen del ministerio de Juan el Bautista. Él predicaba un mensaje de arrepentimiento en el desierto fuera de Jerusalén. Este personaje atraía a las multitudes y los bautizaba en el río Jordán. Y aunque ritos de purificación por agua eran populares en esta época, eran usados en ocasiones de impuridad (menstruación, tocar un muerto, etc.). Sin embargo, el bautismo que Juan practicaba era uno de arrepentimiento— una acción simbólica que significaba una mentalidad y forma de vivir nueva a luz de la pronta venida del reino de Dios. Además de esto, el autor identifica a Juan como “la voz del que clama en el desierto” del libro de Isaías, quien prepararía el camino del Señor. Su forma de vestir y vivir lo marcaba en el rol del profeta Elías. El regreso de Elías era profetizado en Malaquías 4:5-6 como signo de la venida del Día del Señor, la esperanza apocalíptica de que los reinos opresores serían derrocados y el pueblo de Dios restaurado y bendecido. Los escritos del periodo después del Antiguo Testamento y del primer siglo de la era común le atribuyen varios significados al Elías venidero. Es obvio por esta especulación que era una figura importante en la esperanza judía.

En este contexto, Jesús aparece para ser bautizado por Juan. El texto nos dice que Juan protestó, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí?” (v. 14). Aquí Juan reconoce que Jesús es el mismo de quien había dicho: “el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar… Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3:11). Juan reconoce la superioridad de Jesús, el que vendría a inaugurar el reino de Dios con el fuego de purificación y el Espíritu, y al hacer esto, Juan hace protesta. ¿Cómo es que el menor bautice el mayor? Pero Jesús le contesta diciendo que se ha de cumplir “toda justicia” (v. 15).

El tema de la justicia es importante para el autor del evangelio. No se ha de entender de forma paulina— o, mejor dicho, de forma paulina interpretado a través de Lutero. No es una justicia ajena impuesta sobre el pecador como se la define en la Carta a los Romanos. El evangelio según Mateo, según coinciden muchos estudiosos, fue escrito para una audiencia de creyentes judíos. Y en la tradición judía la justicia era el mantenimiento de buenas relaciones con Dios y el prójimo. Mateo nos dice en el primer capítulo que José era un hombre justo y que siendo tal, se llevó a la María a su hogar para que escapara las consecuencias sociales de su embarazo fuera del matrimonio. El Sermón del Monte sirve como resumen de actitudes y acciones que se deben adoptar para mantener justicia con el prójimo y con Dios. Y ¿por qué entonces tuvo Jesús que pasar por el bautismo de arrepentimiento para cumplir “toda justicia”? Tradicionalmente se ha entendido que Jesús no tenía pecado. Es posible que Jesús se haya identificado con el pueblo entero o con el Siervo Sufriente del libro de Isaías, quien toma los pecados del pueblo sobre sí mismo. Y ese arrepentimiento nacional, representado por Jesús, era necesario para inaugurar el reino estallante de Dios.

El texto nos dice que, al subir de las aguas, los cielos fueron abiertos y el Espíritu de Dios descendió sobre Jesús como paloma, símbolo de la creación en Génesis 1:2 y de la nueva creación después del diluvio en Génesis 8. Una voz del cielo anuncia: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”

Durante la época de Jesús se creía que Dios había cesado de hablar a través de los profetas. En estos tiempos, se pensaba que Dios se comunicaba a través de una voz de los cielos—lo que era considerado una manera inferior a la de los profetas. Sin embargo, aquí, en el bautismo de Jesús hallamos a un doble testimonio de Dios: la voz del profeta y la voz del cielo. Y estas voces, como los estatus que usamos en las redes sociales, nos revelan la identidad y la justicia de Jesús. Él es el hijo amado, en quien Dios tiene placer.

“Es mi hijo/a amado/a, en quien tengo placer.” Estas palabras, pronunciadas por la voz de los cielos, constituyen la “actualización de estado” que resuena acerca de cada uno/a de nosotros/as. Por el amor y la gracia de Dios, hemos sido abrazados/as por estas palabras. Es la cara simpática de Dios, como dijo Lutero. Y es algo que jamás cambiará. Pero desde otra perspectiva, hemos de preguntarnos, ¿cuáles son las obras de justicia que nos llevan a cumplir nuestro llamamiento como hijo/as de Dios? El mismo Juan nos dice que “Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (Mt 3:9). No es que las obras nos ganen la justicia, sino que las obras de justicia que brotan del arrepentimiento y la vida dedicada a Dios muestran la obra del Espíritu y fuego en nuestras vidas. En la tradición judía se habla de tikkun olam—la reparación del mundo. Es el esfuerzo para sanar el mundo quebrantado a través de obras de caridad y el remiendo de relaciones entre las personas, con el mundo natural y con Dios. Como seguidores del Jesús quien cumplió toda justicia, hemos también de seguirlo en los ministerios diarios de hacer tikkun olam. Hemos de ir adelante a reparar las relaciones humanas que se ven divididas por el racismo, el clasismo, la homofobia y el amor al dinero. Levantaremos nuestras voces contra las injusticias de sistemas económicos, políticos e institucionales que oprimen al obrero, deterioran la vida humana, y llevan multitudes hacia la guerra y el desplazamiento. Seguiremos con los frutos del arrepentimiento para disminuir la contaminación del medio ambiente y la pérdida de tantos animales y plantas, amados de Dios, que perecen a causa de la avidez humana. Así obraremos vidas de justicia y mostraremos que somos verdaderos hijas e hijos de Dios en quienes Dios tiene placer.