Comentario del San Lucas 3:15-17, 21-22
Este pasaje, además de introducir el comienzo de la predicación de Juan Bautista con un estilo muy semejante al que utilizan los escritos del Antiguo Testamento para introducir la predicación de los profetas, pretende mostrar que su misión, que invita a la conversión (Lc 3:3–20), está en función de la presentación de Jesús. Dicha presentación la ha ido haciendo el evangelio de Lucas en diferentes pasajes que afirman su identidad: en el anuncio del ángel Gabriel a María se dice que “será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1:31); los ángeles anuncian a los pastores que ha nacido “un Salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2:11); y la voz del cielo afirma que Jesús es el Hijo de Dios en el momento del bautismo (Lc 3:22).1 En torno a este hilo conductor aparecen otras muchas afirmaciones que tratan de decirle al lector quién es Jesús y cuál es su lugar en el proyecto salvífico de Dios. Hacia esta afirmación conduce la genealogía (Lc 3:38), muy diferente a la de los otros dos evangelios (Mc 1:1–15; Mt 1:1–16), y es precisamente su condición de Hijo de Dios la que se pone a prueba en las tentaciones (Lc 4:3–10).
Llama la atención la reacción de la gente ante el estilo de la predicación de Juan; pero el tema propiamente de interés se centra en la predicación mesiánica del Bautista. Muchos judíos esperaban la llegada inminente de un “ungido,” un Mesías, enviado por Dios para llevar a cabo la restauración de Israel y manifestar la soberanía de Dios (cf. Hch 1:6–7). En Israel, las tradiciones vinculadas a David en las que aparece como un ferviente servidor de Dios, “preferido” por el Señor para gobernar en bien de todo Israel en sustitución de Saúl (cf. 2 Sm 6:21), tuvieron mucho peso. El oráculo del profeta Natán (2 Sm 7:14–17) y las “últimas palabras de David” (2 Sm 23:1–7) ponen de manifiesto la promesa de una dinastía y se refieren a David con el título explícito de “ungido.” En los salmos también se aplica a David ese título de “ungido” (cf. Sal 18:51; 89:39.52; 132:10.17).
Pero “David” ya no se refiere al personaje histórico, sino al que habrá de ocupar el trono de Israel, elegido y constituido por el Señor. Este rey ideal será un nuevo David (cf. Jr 33:15; Ez 37:23–24), un vástago legítimo. Estas tradiciones revelan un indiscutible ambiente de expectación mesiánica para la época inmediatamente anterior al nacimiento del cristianismo.
Todos estos datos indican cómo el tema del futuro David “ungido” por Dios se fue desarrollando hasta desembocar en una expectativa explícita de un “Mesías.” Así, la expresión de Lucas: “el ungido,” “el Mesías,” está inevitablemente influida por el uso que la comunidad cristiana hacía de ese título con referencia a Jesús de Nazaret. Por esto Juan niega abiertamente que él sea el Mesías y, al mismo tiempo, insiste en que su misión está subordinada a la misión de Jesús. Por consiguiente, Lucas toma de la tradición no solo la presentación de Jesús como el que viene “antes que llegue el Día de Yahveh” (cf. Mal 3:2–3), sino también la descripción de Jesús como “el más fuerte” (v. 16), es decir, un reformador tan impetuoso como el mismo profeta Elías.
La misión subordinada del Bautista se matiza en expresiones como “Y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias” (v. 16), puesto que desatar la correa de las sandalias era tarea de esclavos; los representantes de la tradición rabínica posterior prohibían al discípulo que ejercitara ese menester con su maestro. La imagen utilizada por Lucas da mayor relieve a la condición de esclavo de Juan con respecto a Jesús, que es “el más fuerte.” Lo mismo la expresión: “Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (v. 16), que presenta un doble carácter del bautismo que se atribuye a Jesús: “en Espíritu Santo y fuego,” probablemente a la luz del acontecimiento de Pentecostés (Hch 2:3.19, donde es manifiesta la presencia del “fuego”). En Is 11:1–3 aparece también esta relación entre el Mesías y el Espíritu.
Todos estos elementos nos llevan a concluir que el bautismo de Jesús va a conferir el fuego del Espíritu Santo, es decir, la efusión del Espíritu del Señor será como una llama que hará arder el corazón de todos los hombres. Si el propio bautismo de Juan, que no era más que un bautismo con agua, tenía como finalidad producir el arrepentimiento, sería bastante lógico pensar que un bautismo en el que interviene el Espíritu de Dios y el fuego también debería producir algún efecto de conversión y purificación al Señor. Es así como estos tres elementos: agua, Espíritu Santo y fuego, aparecen como componentes de una actuación de Dios que purifica la comunidad de los creyentes. El Bautista separa los elementos de la secuencia y se atribuye a sí mismo la acción de purificar “con agua,” mientras deja para Jesús, “el más fuerte,” el proceso de depuración en “Espíritu Santo y fuego.”
El relato termina con una declaración de tipo mesiánica, tomada del Sal 2:7, donde Lucas afirma que Jesús es Hijo de Dios. En el Evangelio según Lucas, esta identidad de Jesús ha sido manifiesta, como ya se indicó, desde los relatos de la infancia (cf. Lc 1:32.35). Pero en este pasaje debe entenderse, además, en el sentido de su relación específica con las tradiciones davídicas que imperaban en el Israel contemporáneo y que luego se utilizará para referirse a Jesús resucitado (cf. Hch 13:33; Heb 1:5; 5:5; cf. Rom 1:4). El adjetivo “amado” o “querido,” que aparece en las tres narraciones sinópticas, añade un carácter específico a la filiación de la que habla la frase en su integridad, y complementada con la expresión “mi predilecto,” literalmente: “en quien tengo mi complacencia,” nos lleva a interpretar la voz que viene del cielo como una presentación de Jesús en el papel del Siervo del Señor al estilo de Is 42:1. Y esto supondría que, al carácter de filiación expresado en la primera parte de la cita, habría que añadir una connotación de obediencia y de sufrimiento entendida desde su anunciación y posterior nacimiento en términos mesiánicos, y llevada a cabo en su misterio pascual en la cruz, conectando directamente este episodio del bautismo con su resurrección bajo la imagen del descenso (paloma) y ascenso (Jesús resucitado).
Y así como Jesús mismo ha sido bautizado asociándose con “todo el pueblo” (v. 21), es decir, con judíos y no judíos que esperaban la actuación de Dios, y todo esto ocurre mientras Jesús estaba orando, que sea nuestra oración la que confirme nuestra fe en el plan salvífico de Dios. Pidamos al Señor que purifique nuestros corazones con el fuego de su Espíritu y que podamos presentarnos ante él como hijos/as amados/as suyos/as.
Notas
- Las citas bíblicas son la versión Biblia de Jerusalén.
Referencias
GUIJARRO OPORTO, Santiago. Los Cuatro Evangelios, Salamanca: Sígueme, 2010.
FITZMYER, Joseph. El Evangelio según Lucas, Tomo II, Madrid: Cristiandad, 1987.
January 12, 2025