Comentario del San Juan 11:32-44
En Juan 11:21-27 Jesús y Marta mantienen una conversación de proporciones teológicas semejante a las que Jesús mantuviera con Nicodemo en el capítulo 3 y la mujer de Samaria en el 4.
Los temas aquí son la resurrección de los muertos y el carácter mesiánico de Jesús. Marta va al encuentro de Jesús y le reprocha abiertamente no haber llegado antes para evitar la muerte de Lázaro. Jesús le asegura que su hermano resucitará y ella piensa que se refiere a la resurrección final, pero Jesús le dice que se está refiriendo a otro tipo de resurrección, una que tiene que ver con un creer en él como el dador de la vida, algo que ya el prólogo del evangelio había anunciado (1:4). Sin llegar a negar la realidad de la resurrección final escatológica, el Jesús juanino parece enfatizar la dimensión presente y existencial de la misma.
En cambio con María Jesús ni siquiera conversa. María va al encuentro de Jesús, se arroja a sus pies llorando y le reprocha, al igual que Marta, su inexplicable tardanza en llegar a tiempo para sanar a Lázaro y evitar su muerte (11:32). Lo que sucede a continuación puede interpretarse de varias maneras. El texto nos dice que Jesús, al ver a María y a las personas que habían ido a darle el pésame, “se estremeció en espíritu y se conmovió” (v. 33). Las palabras griegas que se utilizan aquí significan que se indignó, se inquietó internamente y se llenó de ansiedad. Y le sucedió no solo una vez, sino dos (vv. 33 y 38). ¿Por qué? Quizás por el hecho de que se le cuestionara el no haber estado allí a tiempo como para impedir que Lázaro muriera (cf. vv. 21, 32 y 37). Nótese que no solamente son las hermanas, sino también la gente que las acompañaba, quienes le hacen este reproche. Esto demostraría que Jesús no era un verdadero amigo, y estaría poniendo en juego su reputación, al no haber cumplido supuestamente con uno de los valores más importantes del mundo antiguo, el del honor. Implícito está el hecho de que Jesús había actuado de manera vergonzosa.
María va al encuentro de Jesús, quien se halla aún en las afueras del pueblo. Aparentemente la intención de Jesús no es visitar a las hermanas en su casa, sino ir directamente a la tumba de Lázaro. María llega en compañía de “los judíos,” un término que en el evangelio de Juan puede referirse a las autoridades religiosas, o a los habitantes de Judea, o simbólicamente a los que no creen. Aquí probablemente esté describiendo a un grupo de mujeres cuya función era lamentar públicamente la muerte de alguien en el pueblo. En la Argentina se las conoce con el nombre de lloronas. Estar acompañado por un grupo de mujeres así en ocasión de la muerte de un ser querido era una señal de estatus social, de modo que el evangelista nos está informando que Lázaro y sus hermanas eran considerados personas de honor en el pueblo.
Jesús les pide a María y a los judíos que le muestren el lugar donde habían puesto el cuerpo de Lázaro y en lo que se conoce como el versículo más corto de toda la Biblia, se nos dice que “Jesús lloró” (v. 35). El verbo utilizado para “llorar” en el v. 35 es dakruo, y es diferente al que se utiliza en los vv. 31 y 33 para referirse al llanto de María y de los judíos, que es klaio. ¿Es importante esta diferencia? Creemos que sí. Mientras que el verbo klaio puede referirse específicamente al llanto producido por una pérdida irreparable, dakruo es más general. En este contexto pareciera significar el llanto producido al reconocer el sufrimiento que la muerte acarrea para el ser humano. Nótese que Jesús llora cuando le muestran el sepulcro. Aventuramos entonces una opinión: Jesús llora al ver el sufrimiento que la muerte de Lázaro ha producido en las hermanas y sus amigos, pero no llora por Lázaro, a quien está a punto de resucitar. El llanto de Jesús es un llanto de solidaridad, no de impotencia ante lo inevitable. Y Jesús derrama sus lágrimas a pesar de sentirse deshonrado y cuestionado en sus intenciones. En su defensa podríamos decir que el propósito de su tardanza en llegar era manifestar claramente el plan de Dios, un plan de vida en medio de la muerte. Así lo afirma el v. 4: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios.”
Cuando Jesús les pide que remuevan la piedra que cubría la entrada al sepulcro Marta lo objeta, haciéndole notar que llevaba ya cuatro allí y que por lo tanto el proceso de descomposición había ya comenzado (v. 39). Además, algunos escribas sostenían que la fuerza vital rondaba el cadáver de una persona durante tres días, y que al cuarto partía. De manera que ya no había esperanzas para Lázaro. Su cuerpo había comenzado a deteriorarse y el espíritu de vida ya lo había abandonado.
Jesús les pide a las hermanas que crean que él es la resurrección y la vida para que así pudieran tener vida eterna en el futuro y ver la gloria de Dios que se manifestaría en la vuelta a la vida de su hermano. Les pide que crean en algo presente, algo que está a punto de ocurrir. El creer aquí no debe entenderse solamente como un asentimiento intelectual, sino también como confianza. El verbo pisteuo, que se utiliza aquí, puede tener también esa connotación. Pero Marta y María no lo entienden. Primero piensan que la resurrección es algo meramente escatológico, futuro; y después piensan que ya es demasiado tarde para milagros. El Jesús juanino va a aprovechar estos malentendidos para enseñarles que el tiempo de la resurrección y de la vida abundante no es el futuro, sino que es ahora. No hay que esperar a que venga el Mesías a inaugurar la edad mesiánica. La misma ya ha comenzado en la persona de Jesús.
Lo que las acongojadas hermanas y su grupo de lloronas no saben es que las expectativas culturales estaban a punto de ser derogadas, ya que un profeta de Nazaret, una región sin distinción en Israel (Jn 1:46), aparentemente deshonrado por su falta de respeto a los valores de la gente del pueblo, habría de dar la prueba más alta de honor. Dios, el Creador, el dador de toda vida, había escuchado la oración de Jesús aun antes de que este la dijera (v. 41), y por eso el milagro supremo, crear vida de la muerte, estaba a punto de suceder. En un sentido Jesús está actuando aquí como Dios en Génesis 1. El milagro sucede, y la consecuencia es que muchos de los que presenciaron el hecho creyeron en él (v. 45).
Este relato nos enseña, entre otras cosas, que Dios tiene una forma de actuar que es impredecible. Dios tiene sus propios planes para el ser humano. Solo hay que saber entenderlos. Hay veces en que es imposible hacerlo, ya que los planes divinos contradicen toda lógica y sobrepasan toda expectativa. Pero nadie dijo que Dios tiene que ser humanamente lógico o predecible. Todo lo contrario. Dios actúa siempre de acuerdo con una lógica divina que afirma que la vida es más fuerte que la muerte y que los códigos sociales que el ser humano ha construido, tales como los de distinción y de estatus, de honor y de vergüenza, no son inviolables. Si bien es cierto que muchas veces Jesús se atuvo a ellos, también es cierto que muchas otras veces los transgredió, sobre todo cuando atentaban contra la autenticidad y la libertad de los individuos. Por eso dijo: “Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8:31). En el evangelio de Juan, Jesús es la verdad absoluta y como tal es vida, y así lo demuestra este pasaje.
November 1, 2015