All Saints Sunday (Year C)

¿Qué son las bienaventuranzas para comunidades que ya las han escuchado?

Luke 6:23
"Rejoice in that day and leap for joy, for surely your reward is great in heaven." Photo by Kid Circus on Unsplash; licensed under CC0.

November 3, 2019

View Bible Text

Comentario del San Lucas 6:20-31



¿Qué son las bienaventuranzas para comunidades que ya las han escuchado?

Para responder esta pregunta, propongo que imaginemos su momento original, el cambio absoluto que parecía traer Jesús y que no se sabía adónde iba. El mismo Jesús de quien salía una fuerza que curaba y quien atraía porque daba vida sin exigir nada, alza sus ojos hacia sus discípulos (v. 20) y les dice qué es ser dichoso en la vida de Dios. Jesús nos invita no sólo a estar acompañados por Dios en nuestro caminar, sino también a dejarnos habitar por Dios y su presencia de gracia.

Es el tiempo de Galilea y de plantear que lo nuevo que acontece con Jesús exige “conversión,” ser “vertido” en un nuevo molde. Fidelidad y novedad. Dichosos los pobres, dice Jesús y la pregunta es cómo escuchamos estas palabras hoy. 

Recuerdo una experiencia que viví hace ya años en el “Monte de las Bienaventuranzas” sobre el lago de Galilea. El sacerdote que celebraba pertenecía, igual que la mayor parte de su grupo, a una clase bastante acomodada. No eligió esta lectura de Lucas sino la versión de las bienaventuranzas de Mateo 5. Y así fue como los pobres se transformaron en “pobres de espíritu” y la fuerza del texto en la lectura de este sacerdote se cambió en un consejo de ser humildes y tratar bien y en lo posible ayudar a los menos favorecidos. De golpe, la enorme fuerza del Galileo, que todavía uno podía imaginar resonando entre aquellas colinas y rocas sobre el lago, se diluyó en una amable sesión de gente que no quería lastimar a nadie, pero que castró la fuerza de la palabra.

La cuestión es cómo preservar la frescura del texto con todos nuestros condicionamientos.  

Una primera pista es que nuestro texto no habla de conductas, sino de personas. Unas personas que son benditas y otras cuya terrible situación se lamenta. Ya no son normas que se nos invita a seguir; son personas que como tales nos interpelan. Toda persona que esté frente a nosotros/as nos pide dos cosas: justicia (“mira quién soy realmente”) y amor, porque si nos confesamos cristianos/as, entonces creemos que la voz del cielo que dijo de Jesús “Tú eres mi Hijo amado,” dice lo mismo de cada uno/a de nosotros/as y de esta manera, nos hace hermanos y hermanas amados/as del mismo Padre.   

Ser servidores de los pobres debe ser nuestro filtro, lo que nos purifique, la instancia y el espejo en el cual se nos invita a reflejarnos. Y es un proceso que no se detiene. Nuestra identidad cristiana no es algo estático; es una vida en movimiento. Dios es quien siempre pasa y va delante de su pueblo, exigiéndonos que constantemente revisemos nuestras opciones circunstanciales a la luz de nuestras opciones fundamentales. La primera bienaventuranza no puede desligarse de la necesidad de que adoptemos una mirada misericordiosa que busque acoger.

Los lamentos sobre los ricos nos advierten acerca de la opción que debemos desechar en el proceso dinámico de construcción de nuestra identidad, que es la de encerrarnos y quedarnos en nuestras riquezas. Claramente los ricos de quienes se habla aquí son ricos en el sentido económico; en la Biblia no existe el “rico de espíritu.” Mundos cerrados y mundos abiertos; las fronteras del corazón. Amar nuestras riquezas es amar lo que ellas nos permiten como proyectos en los cuales sólo hay sitio para nosotros/as, los nuestros y nadie más. Las posesiones pueden envolvernos de tal modo que no nos permiten ver a los demás. Se pueden convertir en un cerco o una frontera que no deja que los pobres “ingresen” en nuestro mundo religioso. El “nosotros/as” que tiene cómo única referencia al círculo familiar o social es el “nosotros/as” de los iguales que no es capaz de ver a los pobres. Para este “nosotros/as” el otro diferente, y especialmente el pobre, será visto como amenaza, y de hecho lo es, por cuanto pone en entredicho nuestro estilo de vida.

El pobre muchas veces en su misma existencia es una amenaza para los demás. Existe una tendencia a ver los pobres solamente como pobres de espíritu o como humildes y no prestar atención a los lamentos sobre los ricos, pero el punto es ver a los pobres como producto de un sistema. El pobre no es un accidente del sistema sino la causa necesaria para que determinados sistemas funcionen.

Fijémonos en los antecedentes que nos plantea Lucas. El primer momento, el primer paso lo da Dios con toda su presencia y potencia. Se abren los cielos y en una nueva noche primigenia de los tiempos, se anuncia a los pastores olvidados y mal vistos que algo nuevo ocurrió. Algo nuevo que se hizo carne y está disponible en aquel niño. Las figuras prototípicas de su madre y de Isabel sólo pueden cantar la gracia del don de Dios. María lo hace en un canto que recuerda que Dios visita a su pueblo porque no es ajeno a su dolor y despide con las manos vacías a quienes tienen las manos llenas de sí mismos. Los dispersa porque caminan solos y no saben estar con los otros.

Quizás debamos ver la cuarta bienaventuranza (“Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien”) como consecuencia del cumplimiento (véase Lc 4:21) de la primera cuando tratamos de hacernos servidores/as de los pobres. Las fronteras reales e ideológicas son muros difíciles de traspasar cuando queremos acercarnos al sufrimiento de nuestros/as hermanos/as. El costo puede ser la exclusión social. ¿Pero no es eso compartir la vida de los excluidos? Al mismo tiempo aparece la invitación a alegrarse. No es un alegrarse luego, sino ahora y por la acción de Dios. Es la alegría de la vuelta del exilio. (Sal 5:11; Is 35:10). ¿De qué exilio volvemos? Del de estar lejos de la voluntad creadora de Dios, de su “sitio” salvífico. El pobre es el lugar de la salvación de Dios, ya que en Jesús Dios se hizo pobre.

Las bienaventuranzas son la conciencia de que Dios visita a su pueblo, de que no lo deja abandonado, tal como lo canta Zacarías al final del primer capítulo de Lucas.

El amor a los enemigos  

El amor a los enemigos, como lo plantea Jesús, nos abre a la dimensión de la inversión social, la inversión de la reciprocidad. Amen a los que les hacen el mal. Sean curativos con ellos; háganlos nuevas criaturas.

Normalmente entenderíamos la reciprocidad en el sentido de “soy golpeado; luego yo golpeo,” pero Jesús rompe la espiral de la violencia. Jesús nos invita a que nuestra reacción frente a la afrenta recibida sea otra. Jesús propone una ruptura total con la retribución entendida como la compensación por el mal recibido provocando igual mal en el otro, el así llamado “ojo por ojo.” Jesús quiere que nos comportemos como su Padre que hace llover también sobre malos e injustos (Mt 5:45).

Amar no aparece en el ámbito del sentimiento sino en el plano de la acción. Amar es hacer el bien, orar, bendecir. Jesús espera que tengamos una reacción de paz ante el mal que nos hagan otros, que rompamos el círculo de la violencia y lo hagamos aun cuando no recibamos nada a cambio. Sólo así lograremos ser hijos/as del Dios altísimo, es decir, tendremos los mismos rasgos de Dios que es bueno con todo el mundo.

Los falsos profetas predican una fe que suaviza el mensaje de Cristo y lo transforma en una condonación del sistema injusto. Ejemplos de ello serían el anuncio del éxito como signo de la bendición de Dios, la no aceptación del dolor, el no poder llorar con los demás y el tapar todo tipo de dolor o carencia. Un Dios que me depara tranquilidad y me asegura mi bienestar no es el Dios y Padre de Jesús, que visita a su pueblo y proclama un año de gracia, que es el “hoy” de quienes sufren. No se trata de “mi” tranquilidad y “mi” bienestar; lo que quiere Jesús es que seamos instrumentos del “hoy” de Dios; que encarnemos para quienes sufren la presencia salvadora de Dios.