Décimo domingo después de Pentecostés

¿Ya es la temporada de mayordomía?

August 1, 2010

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Comentario del San Lucas 12:13-21



¿Ya es la temporada de mayordomía?

Tal vez no, si se opera tu congregación por el calendario programático que es típico en muchas congregaciones mayoritarias en Norteamérica. Pero si se sigue el orden leccionario de la enseñanza de Jesús, entonces es una oportunidad fenomenal para dar un sermón de mayordomía — no para reunir dinero para la hipoteca o la calefacción, pero para preparar para la vida cristiana en este mundo y lo que viene.

Entonces, los predicadores deben estar advertidos: si te atrevas a predicar sobre este pasaje, primero tendrás que tratar tu propio inquietud de hablar de dinero, como nuestra cultura ha declarado tontamente que el tema de dinero es tabú. Si puedes vencer las inseguridades, sin embargo, puedes ofrecer un sermón de gran interés e importancia para los oyentes. La verdad es que nadie no es afectado por las preocupaciones del dinero — si tenemos suficiente o demasiado, cómo se relata a nuestra fe, cómo les enseñamos a nuestros hijos el valor de riqueza — y nuestra cultura ofrece consejo que es lamentablemente insuficiente para atender a nuestras preocupaciones. A juzgar por la descripción de Lucas de este episodio de la vida del Señor, tal vez siempre ha sido así.

El rico insensato

Mientras Jesús está animando a los discípulos que confiesen aun bajo coacción, le interrumpe uno de la multitud quién quiere que Jesús resuelva una disputa financiera entre hermanos. Jesús, sin embargo, se niega a participar en la riña familiar y en cambio utiliza la situación como una oportunidad para enseñar  acerca de la seducción de la riqueza.

Para interpretar esta parábola, será crítico que se determine cuidadosamente cuál es el error del granjero. No se describe el granjero como malvado — es decir, no se ha conseguido su riqueza ilegalmente, ni se aprovechó de alguien. Además no se describe el granjero como codicioso de dinero. De hecho, parece bastante sorprendido por su buena fortuna mientras hace planes que parecen razonables para recoger la abundancia de la cosecha. Entonces, podríamos preguntar, ¿Qué hay de malo en construir graneros más grandes para guardar la abundancia de hoy en caso de una mañana menos próspera? Nada, podríamos contestar, excepto…

Excepto dos cosas. Primero, fíjate que por toda la conversación el granjero siempre se enfoca en sí mismo: “¿Qué haré yo, porque yo no tengo donde guardar mis frutos?” Entonces dijo, “Esto yo haré: yo derribaré mis graneros y los yo edificaré más grandes, y allí yo guardaré todos mis frutos y mis bienes; y yo diré a mi alma….” El uso incesante de palabras en forma de primera persona revela una obsesión de sí mismo. No tiene ningún pensamiento de usar la abundancia para ayudar a los demás, no expresa gratitud por su buena fortuna, no demuestra apreciación a Dios. El granjero ha caído víctima del dios más popular: el dios de sí mismo. Se lleva a, y probablemente se causa por, un error segundo. No es insensato porque hace provisión para el futuro; es insensato porque cree que por su riqueza puede asegurar su futuro: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; descansa, come, bebe y regocíjate.”

Cualquier adelantos tecnológicos nuestros ocurrieron durante el milenio pasado, cualquier destreza intelectual y logro cultural que tenemos, cada uno de nosotros y toda la humanidad sigue como seres contingentes, vulnerables y frágiles. Por eso, la vida humana está llena de incertidumbre e inseguridad, y quizás por esta razón estamos tentados de luchar por una cantidad de seguridad y control sobre los caprichos de la vida por nuestros esfuerzas y logros. El granjero no se describe “insensato” por su riqueza ni su ambición, sino porque considera que cosas finitas tienen un valor infinitivo. Ha intentado aislarse de destino y fortuna por agricultura productiva y finanzas suficientes y todavía quedó sin nada.  Tiene todo lo que cree que quiere y más, aún al fin — ¡que viene esa misma noche! — resulta ser inadecuado.

Fe y Dinero

La mayoría de nosotros ha experimentado ambos extremos que menciona Jesús, particularmente durante los años recientes en la recesión. Hemos oscilado de la creencia perniciosa que si podemos ganar, hacer o comprar un poco más vamos a estar bien, a la decepción aplastante que ocurra cuando el coche, portátil o zapatos nuevos son incapaces de transformar nuestras circunstancias. No obstante, la promesa falsa que podemos satisfacer nuestras necesidades más profundas en una manera materialista está fijado tan profundamente en nuestra cultura que con frecuencia demasiada nuestra respuesta  a la decepción con cosas materiales es simplemente que vamos de compras otra vez. Aquí podríamos recibir instrucciones por hermanos y hermanas en el mundo de “dos tercios.” Cuando hablo con cristianos norteamericanos que fueron a un “viaje de misiones” a una parte del mundo que es más pobre materialmente, rara vez no oigo su testimonio de la generosidad humillando de sus anfitriones nativos. Tal vez porque los pobres son menos aislados de la muerte, tienen menos ilusiones sobre la eficacia de bienes materiales para salvarnos o transformarnos.

Puede ser por esta razón que el sermón sobre la riqueza, cuando escrito con cuidado, normalmente se recibe bastante bien. El dinero a menudo es un tema tabú de nuestra cultura. Sabemos que abundancia material no es suficiente, luchamos para vencer la seducción de posesiones no obstante los mensajes culturales al contrario, y codiciamos el apoyo de nuestra congregación cuando luchamos con estas cuestiones. Por supuesto, no nos sirve a regañar, convencer o moralizar. Es decir, la pregunta que debemos dirigir a nuestros oyentes (y a nosotros mismos) no es, “¿Es malo la abundancia material?” sino, “¿Es nuestra abundancia material suficiente para satisfacer el significado, importancia y alegría que buscamos?” ¿Puede nuestra riqueza asegurar un nivel relativo de comodidad? Claro que sí. ¿Puede concedernos la confianza que somos dignos de amor y honor y una relación buena con Dios y nuestros vecinos? Claro que no. Solo cuando reconocemos que los regalos de valor, dignidad, significado y relación última son exactamente así — regalos ofrecidos libremente por Dios — podamos esperar a poner en perspectiva nuestra riqueza relativa y ser generoso con ella hacia los demás.

No es nuestra última oportunidad para hablar acerca de la relación entre la fe y el dinero. Lucas, más que las otras evangelistas, se preocupa con el asunto de riqueza. Por nombrar un individuo al comienzo del evangelio (1:3-4), quizás podemos aventurar una respuesta que Lucas y su comunidad tenía conocimiento de primera mano de la seducción de riqueza, la tentación a creer que abundancia material es igual a la alegría espiritual y existencial. Pero si quieres conectar con tus oyentes y sus preocupaciones y necesidades inmediatas, el evangelio de esta semana — y, claro, todas las lecciones designadas para este día — es un buen punto de partida.