Octavo domingo después de Pentecostés

 Las comunidades amorosas que pueden salvar el planeta

Man extending arms to sky in front of sunset over city
Photo by Nathan Dumlao on Unsplash; licensed under CC0.

July 31, 2022

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Comentario del San Lucas 12:13-21



Esta semana me preguntaba un pastor durante un taller sobre justicia climática: “¿Puede Estados Unidos continuar con el nivel de abundancia y confort que actualmente tiene si sólo utiliza fuentes renovables?” La discusión giraba alrededor de cómo reducir las emisiones de gases de efecto invernadero responsables por el cambio climático y considerar el uso de energía renovable, tanto en el diario vivir como en la producción y el transporte de los bienes de consumo que el mercado nos ofrece. 

Su pregunta apuntaba a una gran verdad: la energía renovable es muy importante, pero también debemos armonizar nuestro consumo con la capacidad de la tierra y de sus pueblos de proveer lo necesario para el bienestar de la gente y las criaturas con quienes compartimos la tierra. Debemos acceder a energías renovables y también necesitamos un cambio de cultura. Esto último es tal vez lo más complicado, pero la fe en Dios puede ayudar al mundo frente a la crisis que sufrimos hoy. 

La avaricia

Aunque en los Estados Unidos no nos parezca que sufrimos de avaricia, solo basta que nos digan que no tenemos acceso a un determinado producto para que sintamos que se nos está violando un derecho. El día después de Acción de Gracias, en vez de vaciar nuestros graneros, salimos a comprar más productos. Y quien no participa de esta tradición siente que se está perdiendo o que le están robando algo. 

Si nos comparamos con otras partes del mundo, nos parecemos más al rico de la parábola. Medimos nuestro valor y bienestar con la acumulación y el acceso a los productos, y no tomamos en cuenta dónde y cómo fueron creados, ni cómo quedó el ambiente luego de extraer los recursos necesarios para la producción.  

Tenemos tanta comida que el 30-40% de los alimentos se desechan y se pudren,1 mientras millones de personas pasan hambre. Determinamos la moda para el resto del mundo, pero quienes proveen la materia prima no tienen acceso a los mismos productos.

“Con menos del 5% de la población mundial, Estados Unidos utiliza un tercio del papel del mundo, una cuarta parte del petróleo, el 23% del carbón, el 27% del aluminio y el 19% del cobre… Nuestro uso per cápita de energía, metales, minerales, productos forestales, pescado, cereales, carne e incluso agua dulce empequeñece el de los habitantes del mundo en desarrollo.”2 

Para la producción de nuestros bienes, nos estamos beneficiando de un sistema que por más de 400 años se ha alimentado de la explotación y el acaparamiento de cuerpos y tierras ajenas. Un estadounidense consume igual que 6 personas de México, 31 de la India, 128 de Bangladesh y 370 de Etiopía. Estamos usando más de lo que es nuestro, aun de las próximas generaciones.3 La tierra no tiene capacidad de regenerarse debido a la demanda y no sabemos cómo repararla. 

La avaricia del mercado lleva a que compañías como Monsanto crean semillas estériles para que tengamos que comprarlas año tras año y a que las compañías del plástico nos vendan agua embotellada, aun cuando tiene la misma calidad que el agua de grifo y nos cuesta 2 mil veces más cara.4 La hojilla que no pierde filo, el bombillo que no se apaga y el carro eléctrico fueron inventados hace rato, pero se los enterró en los años 80s5 para favorecer la industria de los combustibles fósiles. 

La avaricia del mercado es tan fuerte que nos venden productos que son suficientemente buenos como para que queramos comprarlos una vez más y lo suficientemente desechables como para que se dañen, pero no tan rápidamente, para que cuando suceda queramos ir al mismo sitio a comprar uno nuevo.6 

Bajo las circunstancias de la crisis ambiental y climática, si los países en desarrollo y las futuras generaciones le dijeran a Jesús: “Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia” (v. 13), Jesús abogaría por esas futuras generaciones y diría: “Mirad, guardaos de toda avaricia, porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (v. 15), aun cuando se trate de bienes que apreciamos y que hemos ganado con el sudor de nuestras frentes.  

Si cada ciudadano del mundo pudiera vivir como los estadounidenses, necesitaríamos 4 planetas Tierra para sostenerlo. Así como la tierra no podría sostener tal consumo, tampoco existe gobierno que pueda mantener indefinidamente la paz de un pueblo que sufre de muchas carencias. Debemos reconocer la avaricia de nuestro modo de vida y su impacto en el mundo y lidiar con los asuntos de justicia ambiental, social, racial y económica que la avaricia provoca.  

Ricos delante de Dios

Lo contrario a la riqueza no es la pobreza, sino una comunidad amorosa, donde el milagro de la vida en abundancia, la multiplicación de los panes y las pescas milagrosas son posibles, para alimentar a un mundo hambriento, sin dañar la capacidad regenerativa de la tierra ni a las próximas generaciones.

“La tierra proporciona lo suficiente para satisfacer la necesidad de cada hombre, pero no para satisfacer su codicia” (Mahatma Gandhi).

El hombre de la parábola es rico, gracias a la gracia de Dios presente en una tierra fértil, un sol que sale cada día, el agua de la lluvia y los bosques tropicales que hacen un clima propicio para la cosecha. 

El pecado del hombre rico fue olvidar quién era el dueño de la tierra y para qué la había puesto en sus manos.

 La parábola no dice si los demás trabajadores del campo se beneficiaron de la cosecha, pero en la cultura hebrea, la cosecha era símbolo de bendición. Si el hombre rico sólo pensaba en sí mismo sin alabar al Dios Creador y sin ver a quienes sufrían a su alrededor, claramente estaba dando muestras de tener un corazón vacío y desprovisto de fe, en el que la avaricia había encontrado suelo fértil para crecer. 

El hombre rico estaba poseído por la avaricia, y lo mismo les pasa a nuestra sociedad y la economía dominante. Están organizadas bajo el principio de la avaricia, y necesitamos curarnos de ella. 

Necesitamos creer desde lo más profundo del alma que nuestro valor descansa en el amor que nos tiene Dios en Cristo Jesús; no en la abundancia de nuestros bienes que tiene consecuencias negativas para millones de personas alrededor del mundo. Necesitamos llenar nuestros corazones con la maravilla del Dios Creador, alabarlo por lo que ha hecho y por ¡cómo hace posible nuestra vida en este maravilloso universo! Necesitamos construir comunidades amorosas, donde aprendamos a vivir según los recursos de la tierra que pisamos y a comprar aquello que también mejora la vida de quienes lo cosechan y producen. 

Suena como un mundo utópico, pero es el único que tenemos. No podemos esperar que Jesús resuelva el conflicto con el hermano que se llevó nuestra parte de la herencia. Debemos actuar nosotros/as y hacerlo pronto, para que no suframos las consecuencias y perdamos toda posibilidad de ser felices. La solución está tan cerca de nosotros/as como nuestros propios corazones. 

Otros recursos:

Objetivos de desarrollo sostenible:

https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/sustainable-consumption-production/

Desperdicio de comida en los Estados Unidos:

https://www.usda.gov/foodwaste/faqs

Población y consumo:


Notas

  1. https://www.usda.gov/foodwaste/faqs
  2. https://www.scientificamerican.com/article/american-consumption-habits/
  3. https://www.theworldcounts.com/challenges/planet-earth/state-of-the-planet/overuse-of-resources-on-earth
  4. https://youtu.be/Se12y9hSOM0
  5. https://www.youtube.com/watch?v=tMNYEDCUoko
  6. https://www.youtube.com/watch?v=CphwYTzzfRg